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Un tres para recordar

Lucas 1,26-39

Nada más por curiosidad, seguí las indicaciones de una página de numerología que consulté, que ofrece revelar la personalidad de cada quien según su nombre o su fecha de nacimiento. En ella, se asigna a cada letra un valor numérico, y se hace la suma de los números obtenidos del primer nombre y el primer apellido, y si la suma es un número de más de dos dígitos se suman estos hasta obtener un solo número y ¡listo!, tienes ya el número que define tu personalidad. Así que haciendo el procedimiento, mi número fue el uno, que corresponde al líder, una personalidad de mucha fuerza y entusiasmo que se contagia, y bueno… uno no puede menos que sonreír al verse reflejado en lo que los números dicen que dicen. Así que probé con mi fecha de nacimiento para descubrir la verdad del embuste, o cuando menos de la casualidad; sumé los números del día, mes y año, y resultó el ocho, ¡que tiene los mismos rasgos!

Y por supuesto que si hay un sitio de internet para estas cosas, es porque hay gente que los busca. Ya en 1974, el destacado escritor judío George Steiner, en una serie de cinco conferencias publicadas con el título de Nostalgia del Absoluto, analizó tres escuelas de pensamiento para las cuales la religión representaba una etapa ya superada en la historia: el marxismo; el psicoanálisis, de Sigmund Freud; y la antropología de Claude Leví-Strauss. Sin embargo, escribía Steiner, había entonces en Estados Unidos tres veces más astrólogos para revistas que biólogos y químicos. La astrología, el tarot, la numerología y demás irracionalidades, como las llama Steiner, no hacen más que confirmar nuestra hambre y nuestra necesidad de encontrarnos con la Verdad.

En la Sagrada Escritura, los números dan mucho que pensar, particularmente por el hecho de que los números como tales no existen, sino que las letras tienen un valor numérico. Y así, hay en los textos bíblicos números que no significan otra cosa más que cantidades, como cuando en el cuarto evangelio se nos dice que Betania estaba a unos tres kilómetros de Jerusalén. Pero hay ocasiones en que los números tienen una fuerte carga simbólica; por ejemplo, el uno, que simboliza a Dios; el dos, al ser humano, por su división a causa del pecado; el tres, que significa “siempre” por incluir pasado, presente y futuro; el cuatro, que simboliza al mundo; el siete, que es número de perfección, de ahí los siete días de la creación; el diez, que tiene un valor nemotécnico, por los diez dedos de la mano, como bien sabe Manolito. Un día le preguntó Mafalda: “¿Cuántos días faltan para navidad?”. Pensativo, Manolito razonó: “Veamos, hoy es trece de diciembre… así que navidad viene a ser dentro de… este… dentro de…” mientras contaba con los dedos de sus manos; y pensó: “¡Maldita sea! ¡Necesitaría más dedos!” “¿Dentro de?”, le preguntó Mafalda apurándolo. “¡Dentro del zapato!”, respondió Manolito. El doce representa elección; el cuarenta significa etapas y cambios de etapas, de ahí los cuarenta años del pueblo en el desierto; el mil, algo así como el infinito, como los ciento cuarenta y cuatro mil salvados, según el Apocalipsis. Y hay números que comunican mensajes más específicos. Por ejemplo, el famoso 666, que se corresponde, en caracteres hebreos, al nombre del emperador Nerón, Nerón César. Porque en el Nuevo Testamento, la bestia famosa no es otra que el imperio romano.

Más allá de irracionalidades e imaginería barata, nadie puede negar el encanto y la funcionalidad del número tres. Las tres personas que hay en Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; las tres personas de la Sagrada Familia: Jesús, María y José; los tres arcángeles bíblicos: Miguel, Gabriel y Rafael; las  virtudes cardinales: fe, esperanza y caridad; los tres lemas de vida del Fundador de la Familia Josefina, el P. José María Vilaseca: siempre y en todo lo mejor; siempre útilmente ocupado; y adelante, siempre adelante, pues lo quiere san José. Tres siempre son los personajes de los chistes: había un inglés, un francés y un mexicano… Jesús mismo recurre en sus narraciones al uso del tres, como en la parábola del Buen samaritano, el hombre tirado a la orilla del camino junto al cual pasaron un sacerdote, un levita y un extranjero. Y por supuesto, las tres veces que engañó Paquita la del Barrio a su rata de dos patas: la primera, por coraje, la segunda por capricho y la tercera por placer.

Tres intervenciones tiene el ángel Gabriel en el diálogo que sostiene con la virgen esposa de José, de la familia de David, llamada María, según nos cuenta el evangelio. De las tres podemos quedarnos con tres frases. La primera, alégrate, llena de gracia, porque el Señor está contigo. Dios siempre está con nosotros y su presencia no puede no ser motivo de alegría. Otra cosa será si lo que vivimos nos es placentero, pero ello no significa ausencia de Dios. Si de verdad Dios dejara de estar con nosotros o dejara de amarnos, todo dejaría de existir. El amor es siempre cercano y es siempre solidario. El evangelio según san Mateo presenta a Jesús como aquel en quien se ha cumplido la profecía de Isaías sobre el Emmanuel, el Dios que está con nosotros. La encarnación de Jesús en el seno virginal de María, su nacimiento en la historia como uno de los nuestros; y más tarde su cercanía con los últimos y con los pobres, con los enfermos y marginados; y más aun, su muerte en la cruz, mostrará la radical y absoluta presencia de Dios entre nosotros. Por eso, la resurrección del Señor es la fuerza que nos ayuda a recuperar la paz y la capacidad para sonreír y estar siempre alegres, como pedía en su prisión san Pablo a los cristianos. Aun en la cruz.

La segunda, no tengas miedo. Es la frase con la que el ángel tranquiliza a María en su desconcierto. No tengas miedo. Nosotros también sentimos miedo muchas veces. Pero pienso particularmente en el miedo que nos da abrirnos a la acción de Dios; el miedo de anunciar y encarnar el evangelio; el miedo de acercarnos a los pobres y a los diferentes; el miedo de acoger a los que están fuera; el miedo de comprender; el miedo de romper con el conformismo y la mediocridad; el miedo de no actuar o no dar el siguiente paso porque no tenemos todas las certezas ni todas las seguridades. La alegría que brota del Dios que está siempre con nosotros es también fuerza para caminar.


La tercera, para Dios no hay imposibles. No se trata de los imposibles que son absurdos, como que Dios haga una piedra tan grande que no la pueda mover, o que no nos muramos nunca, sabiendo que eso, es triste y desgastante; y mediocre, porque esta vida, por buena que sea, no es aún vida plena; o que todos los tumores de cáncer desaparezcan por arte de magia, o que mañana ya no haya niños de la calle. Más que para pedir, oramos para externar y afianzar nuestra confianza en el amor de Dios, que siempre está con nosotros. Lo imposible que está en las manos de Dios rebasa los límites de esta historia. Nuestra realidad es limitada. Lo imposible que Dios nos promete, lo imposible a lo que Dios nos invita es una promesa y un acicate. El acicate para no ser mediocre, el acicate para dar lo mejor de uno mismo, siempre y en todo, como decía nuestro Padre: siempre y en todo lo mejor. Siempre se podrá ser y hacer algo mejor, y hay que apuntar a eso, no lograrlo aún no debe ser motivo de frustración, sino de motivación. Las utopías sirven para no creer que así como estamos bien; o que el mal que nos rodea no tiene remedio. Puede que estemos lejos aún de instaurar el reino de Dios en la tierra; puede que estemos lejos aún de una sociedad de justicia y libertad, de derechos y deberes respetados; de bienestar y paz. Puede que ahora nos parezca imposible. Pero si nos ponemos en camino, cada día estaremos más cerca. Imposible que Dios se hiciera hombre, y se hizo. Imposible que la muerte estuviera vencida, y lo está. Imposible pensar en reír cuando hemos llorado, y lo hemos logrado. Aunque no creamos en los mantras, las palabras tienen fuerza. Y estas palabras nos han sido comunicadas por Dios para repetirlas una y otra vez, no hasta la saciedad, sino hasta la plenitud: alégrate y no tengas miedo, que para Dios no hay imposibles.

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