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Mostrando entradas de septiembre, 2014

"Las cosas que no hicimos"

Mateo 21,28-32; Filipenses 2,1-11 Una parábola que cuenta Jesús una vez que ha entrado a Jerusalén, y ha expulsado ya a los vendedores del Templo. Cuando los ancianos y los sacerdotes van a increparlo y a reclamarle con qué ha autoridad ha hecho esto, Jesús cuenta la parábola de dos hijos a los que su padre da una orden, uno dice: "sí, voy", pero no va; el otro dice: "no voy", pero va. Luego pregunta cuál de los dos cumplió con la voluntad del Padre. Ancianos y sacerdotes responden que el segundo. Jesús revira que igualmente publicanos y prostitutas llevan la delantera en el reino de Dios, puesto que ellos, los especialistas en la Ley no creyeron al anuncio de Juan el Bautista. Varias cosas llaman la atención de la parábola. La primera, que el drama de las mamás mexicanas que nos mandan por las tortillas y a las que les decimos "ya voy" y no vamos, tiene raíces bíblicas. La segunda, la incongruencia en la que tan fácilmente caemos los que decimos co

Hijos del Padre, trabajadores del Reino

Mateo 20,1-16 Esta semana, el pasado viernes 19 de septiembre, los misioneros josefinos cumplimos 142 años de haber sido fundados en la Ciudad de México por el P. José María Vilaseca. Con tal motivo, varios josefinos nos reunimos para celebrar nuestro aniversario. Dentro de la celebración, uno de los padres nos enseñó un cantito que compuso a san José, muy sencillo y muy pegajoso. La letra del coro decía: "Porque fuiste varón justo Dios te amó, porque diste el ciento por uno en tu labor". Yo, que por momentos me siento tan maestro de la sospecha como Marx, Nietzche y Freud, y tengo un cierto prurito por la corrección gramátical, inmediatamente lancé mi cuestionamiento al compañero de al lado: "¿Y si no hubiera sido justo no lo hubiera amado?" "No quieras acabar otra vez con la justicia de san José", me contestó en alusión a mi ponencia en el simposio internacional sobre san José, que se llevó a cabo el año pasado en Ciudad Guzmán, que llevaba el provoca

Consuelo y fortaleza de los hijos de Dios

Juan 19, 21-25 De repente siento que me habría gustado ser un cristiano convertido. Por supuesto, que no estoy renegando de la fe en que nací y que me transmitieron mis padres. Es sólo que la semana pasada cayó en mis manos un libro breve e interesante, Diez ateos cambian de autobús . Lo  de que cayó en mis manos es en realidad una convencional manera de hablar, pues más bien el libro cayó en mi kindle, mi lector electrónico. Son testimonios de personas que dieron el brinco del ateísmo o más bien de la indiferencia, a la fe en Dios, y particularmente en el Dios personal, bueno y amoroso de la Biblia, encarnado en Jesús. No se trata de personas cualesquiera, se trata de diez personas inteligentes, cultas, de formación universitaria, científica o filosófica que un buen día, algunas veces casi al instante y otras veces de un largo proceso de búsqueda, tuvieron un primer encuentro con Dios. ¿Qué sienten los que son ateos? Un científico estadounidense, Francis Collins, Director de I

El perdón de corazón

Mateo 21-35 Cuando Miguelito estaba comenzando a leer y escribir, la maestra lo llamó al pizarrón, tomó su mano y comenzó a escribir y a leer en voz alta: "m-a, ma". Luego le preguntó a Miguelito: "¿Entiendes, Miguelito?", él volteó a ver el pizarrón, y luego le contestó: "Capisco". Mucha de nuestra vida es así, Dios nos habla en un idioma, pero parece que entendemos en otro. De repente, la misma parábola que contó Jesús a Pedro parece hablar en un idioma distinto al que hasta ahora nos ha hablado.  A raíz de la solicitud que debemos tener por los hermanos de la comunidad, incluyendo a los que han pecado, a partir de la necesidad que tiene la comunidad cristiana de vivir la unidad y de mantenerla a través de la reconciliación cuando la ofensa de alguno la resquebraja, Pedro lanza la pregunta que a todos nos llega alguna vez en la vida: ¿Cuántas veces tengo que perdonar? Y la respuesta de Jesús es una parábola desconcertante. El problema es irnos

El desafío de la comunión

Mateo 18,15-20 Leo la escena del evangelio,   y pienso en mi abuelita materna. Recuerdo su llanto y su dolor tras la muerte de mi mamá. Fue una muerte tan repentina, que no hubo ocasión para pensar en despedidas. Mi abuelita era mayor, y en más de un sentido, nos preocupaba su corazón. Cuando llegó a la casa, se encontró sólo con la urna de las cenizas de mi madre. Ya había muerto otro de sus hijos, muchos años antes, cuando aún era niño. Tuvo varios hijos más, mi abuelita, diez en total; nunca se le habría ocurrido decir para consolarse: “tengo más hijos, no importa tanto.” Se pueden tener decenas de hijos, pero cada uno es irremplazable, ni siquiera el resto de los hermanos en su conjunto podría llenar el hueco del que ya no está. De eso nos habla el evangelio. La primera parte del discurso de Jesús en esta escena parece un manual de instrucciones para reaccionar frente a un hermano de la comunidad que ha pecado contra uno o contra la comunidad.   Pero estas palabras están a