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Mostrando entradas de enero, 2015

Pescadores de hombres

Marcos 1,14-20 Recuerdo perfectamente bien aquellos días, los días previos a mi ordenación presbiteral. Yo estaba viviendo en Guadalajara. Había presentado el Examen de Universa un martes; había defendido mi tesis sobre san José el miércoles, y al día siguiente, jueves, me ordenaron diácono, un tiempo récord, en aquellos días. Ése fue el último día que me dormí formando, y al día siguiente ya era yo formador. Vino el Capítulo Provincial, cambió el Gobierno, y el que entró aceptó mi solicitud de ordenación presbiteral.  Los planes eran que me ordenara en la Ciudad de México, en la Parroquia de la Sagrada Familia, nuestra Casa Madre, por don Hermenegildo Ramírez, también misionero josefino. Por lo tanto, habría que pedir el permiso en la Arquidiócesis de México, para que pudiera ordenarme Don Mere. Y ese trámite se hace con tres meses de anticipación. Así lo hicimos, pero el permiso no salía, ya porque faltaba un documento, ya porque faltaba otro, hasta fotografías de cuerpo enter

Búsquedas y permanencias

1Sam 3,3-10.19; Juan 1,35-42 Cierto día Mafalda puso una mesita frente a su papá, luego trajo una jarra con agua, un vaso y una silla. Puso la jarra y el vaso sobre la mesita, se sentó en la silla y preguntó a su papá: "¿Qué es la filosofía?" No sé realmente bien a bien quién se ha puesto hoy filosófico: si la liturgia, la Iglesia, el Espíritu Santo, Jesús mismo. "¿Qué buscan?" La pregunta la lanza a dos discípulos de Juan que se atrevieron a dejar a su maestro para caminar detrás de este hasta entonces desconocido venido de Nazaret, al que Juan en el Jordán había presentado como el "Cordero de Dios" o el "Carnero de Dios" que destruye el pecado del mundo. Recuerdo bien a Rubén Cabello, que cuando daba su clase de Escritos Joánicos decía no entender por qué traducíamos "cordero" y no "carnero", como decía el texto griego, el único que él usaba en clase, sabiendo como todo mundo sabe, decía él, que al carnero ya le salieron

El bautismo de Jesús: Todo comenzó en Galilea

Isaías 42,1-7; Hechos 10,34-40; Marcos 1,4-7 Todo empezó en Galilea, cuenta Pedro en casa de Cornelio, centurión romano, luego de su bautismo. Y así nos cuenta el libro de los Hechos el inicio de la evangelización de los pueblos paganos tras la resurrección de Jesús. La escena del evangelio de Marcos nos muestra el inicio de la vida pública de Jesús; para Marcos, el inicio de todo no está en el nacimiento de Jesús, por eso no nos incluye ningún relato de navidad. El inicio de todo está en el bautismo de Jesús, en esa maravillosa experiencia que vivió en el Jordán teniendo a Juan como primer testigo, pero no el único. Todo comenzó, continuará Pedro, con Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Esta unción de la que nos habla Pedro es la que Marcos nos cuenta como una experiencia fuerte y extraordinaria de Jesús: ve cómo el cielo se rasga, el Espíritu desciende

De reyes y sabios

Isaías 60,1-60; Mateo 2,1-12 El relato del evangelio nos habla de gente que, tras leer y descubrir el signo elocuente de una particular estrella en el cielo, se pone en camino para llegar hasta el Mesías salvador del mundo entero. Nunca se dice que fueran reyes, ni que fueran tres; mucho menos que sean magos, como entendemos hoy la magia, sino simplemente gente sabia. Quizá se comenzó a hablar de ellos como reyes a partir del texto del profeta Isaías, que habla de reyes que caminan hacia la aurora. El sentido de la fiesta de la Epifanía es la de recordar que la salvación de Jesús es universal; es decir, para todos.  El primer sentido de la universalidad de la salvación es una universalidad de tipo geográfico-racial: Jesús es salvador de todas las naciones, no sólo del antiguo pueblo judío; éste es también el sentido de la profecía de Isaías. Pero si universal significa "todos", y todos son todos, la universalidad es mucho más que étnica. Pensamos en las misiones y en l

Año nuevo, vida eterna

Números 6,22-27; Lucas 2,16-21 En estos días recibí la oferta de una maravillosa novela: La joven de las naranjas, de Jostein Gaarder. La historia comienza: "Mi padre murió hace once años, cuando yo sólo tenía cuatro. Creí que no volvería a saber nada de él, pero ahora estamos escribiendo un libro juntos." Así empieza la novela, y así fue que no me resistí a comprarla. Tan pronto como la comencé, no pude interrumpirme. Hacía mucho que un libro no me conmovía tanto. El libro es posible en la medida en que el papá del joven protagonista, desahuciado, escribe una larga carta a su hijo, en la que le escribe su fascinación por una joven con la que se topa un día en el autobús; ella vestía un abrigo naranja, y abrazaba una bolsa de papel conteniendo diez kilos de naranjas. Con el tiempo se casarán, pero el misterio que angustia al entonces enamorado de la joven de las naranjas, es si su hijo considera que, a pesar de que en este mundo nacemos sin quererlo y morimos sin tambié