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Mostrando entradas de julio, 2017

Uno nunca sabe dónde se encuentra al amor de su vida

Mateo 13,44-52 Sonó sincero y espontáneo. Y quizá lo fuera. Lo cierto es que de unos días para acá, las líneas aéreas han ampliado los tiempos de sus itinerarios sin previo aviso. Y así, un viaje a Guadalajara, que antes se anunciaba en una hora, ahora se anuncia en una hora y cuarto o una hora y veinte. En realidad, el vuelo dura los mismos cuarenta y cinco minutos, sólo que el avión deja el hangar a la hora anunciada, para ir a formarse en la pista quince o veinte minutos antes de despegar, aunque en teoría, salió puntualmente. Y en uno de mis lunes de descanso en los que tengo que estar en el aeropuerto a las cinco de la mañana, me hizo el día que el piloto anunciara: "Señores pasajeros, estaremos veinte minutos aguardando la indicación de despegue; los invitamos a leer mientras nuestra revista, o por lo menos a platicar con el pasajero de al lado, ¡uno nunca sabe dónde encontrará al amor de su vida!" A veces andamos así por la vida, corriendo, estresados, metidos

Trigo y cizaña; dudas y contradicciones

No todos son como Miguelito. Un día dijo a Mafalda muy contento: "Mientras uno es chico, puede ser hijo, sobrino, primo o nieto." Luego dijo con cierta preocupación: "Pero cuando uno es grande, puede ser cosas espantosas." Y remató angustiado: "¡Te juro: si un día yo llego a ser el concuñado de la nuera de alguien, me suicido de asco!" Algunos, en cambio, les gusta la grandeza y desconfían de lo pequeño. Sin embargo, Jesús nos asegura que de lo pequeño nace el Reino de Dios, el gobierno de Dios sobre la historia. Lo triste, por un lado, es cuando los pequeños se dejan ganar de los sentimientos de impotencia e indefensión, en vez de alimentar en ellos su dignidad de hijos de Dios, habitados por el Espíritu de Dios, lo que les confiere una fuerza tremenda, la de la esperanza. Nace en su sano juicio habría creído y mucho menos apostado que un jovencito nacido casi esclavo en una aldea de Sudáfrica terminaría con el régimen del Apartheid. Cierto, no lo hizo e

"La poesía no es de quien la escribe". La parábola del sembrador

Mateo 13,1-23 “¡La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita!” Con esta lapidaria sentencia, respondió Mario Ruoppolo a Pablo Neruda, el célebre poeta chileno ganador del Premio Nobel de Literatura, exiliado en la isla Salina, en Italia. La versión es de la bellísima película El cartero de Neruda , de 1994. Bella en su historia, bella en su música, bella en su fotografía, bella en sus actuaciones. Una mujer mayor va a reclamar al poeta porque con sus metáforas, Mario, antiguo pescador enfermizo, tiene profundamente enamorada, “más caliente que una estufa”, a su sobrina, Beatrice Russo. El colmo viene cuando la tía encuentra a la sobrina, en delicada prenda íntima, un poema en el que se la describe desnuda. Y asegura que el cartero la ha visto y la tocado desnuda, porque efectivamente, el poema no miente, ¡así es la sobrina, tal como dice el poema! Cuando la indignada tía se retira, Neruda reclama a Mario el uso de sus versos, ¡y encima el de un poema dedicado

Gracias, Padre... ¡también por El Principito!

Mateo 11,25-30 La primera vez que se lo dijo, fue cuando platicaban de la única rosa que había en su planeta, y mientras que el narrador, un piloto de avión perdido en el desierto del Sahara, donde su avión se descompuso y trataba de arreglarlo, y el Principito lo interrogaba sobre la utilidad de las cuatro espinas y la debilidad de su rosa frente al hambre de un cordero en crecimiento, guardado en una caja de dibujo, el piloto le gritó: "¡Yo ahora mismo me ocupo de cosas serias!" Le respondió el Principito: "¡Hablas como las personas mayores!" Se lo diría muchas veces. Mientras le contaba su historia, y le descubría en sencillas imágenes, comprensibles para todo el mundo, lo esencial de la vida: el haber juzgado a la rosa, que perfumaba e iluminaba su vida, por la vanidad en sus palabras en lugar de por sus actos; que las flores son contradictorias, y a veces no sabemos amarlas; que es más difícil juzgarse a uno mismo que juzgar a los demás, y que quien sabe

Amar a Jesús: ¿estás loco?

Mateo 10, 37-42 Perdí la cuenta de las veces que me espetaron: "¿Estás loco?" Estaba yo en el último tramo de la licenciatura en Economía, cuando avisé a un amigo de la facultad: "Voy a entrar a un seminario"; "¡ah, qué padre!", me respondió, ¿de qué, política monetaria, finanzas públicas?..." "No. Quiero ser misionero." Así que su último comentario, enmarcado por su rostro de sorpresa, fue: "¡¿Estás loco?!" A Jesús no le fue mejor. Seguro escuchó las mismas palabras. Después de dejarse bautizar por Juan en el Jordan, sintiéndose impulsado por el Espíritu de Dios, decidió dejarlo todo, dejar a su madre, viuda; a su familia; su casa; su tierra. Los miembros de su familia no darían crédito a lo que escuchaban: Jesús se iba a anunciar la inminente llegada del Reino de Dios. Los más tranquilos de sus parientes le dirían: "¿Estás loco?" Otros, más duros e incisivos, dirían: "Se le ha metido un demonio. Sólo un ende