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Mostrando entradas de 2018

Año nuevo: Al estilo de Joaquín Sabina

La mañana del pasado sábado 29 de diciembre leí la columna de Jorge Ramos, publicada por   Reforma , llamada “El cielo y los superhumanos”. En ella, el famoso periodista hispano da cuenta de dos libros que leyó en este 2018 que está por concluir, aquéllos con los que se quedaría si tuviera que elegir entre todos los que leyó.     Ellos son   Breves respuestas a las grandes preguntas , de Stephen Haeking; y Sapiens.   De animales a dioses , de Yuval Noah Harari. Y se detiene en lo que llama “el asunto de lo que ocurre cuando morimos, y las historias que nos inventamos”. Sobra decir que ni el astrónomo inglés, muerto este año, ni el joven historiador israelí creen en Dios. El primero dice que ni siquiera le preocupa demostrar que Dios no existe, el segundo lo considera un ejemplo de lo que podemos nombrar y no existe. Ambos quieren, dicen, conformarse con una manera racional de explicarse el universo.   Ya hace cuatro siglos, Blaise Pascal, filósofo, astrónomo y matemático asentó

Crecer como Jesús: Sagrada Familia

Lucas 2,41-52 La sombra del viento , de Carlos Ruiz Zafón, es una bellísima novela que cuenta la historia de Daniel Sampere, el niño que comenzó a convertirse en adulto el día en que su padre, librero, lo llevó al Cementerio de los libros olvidados, donde Daniel cumplió el ritual de escoger un libro, aunque en realidad parece que fue el libro quien lo eligió a él. Daniel escogió  La sombra del viento , de Julián Carax. Fascinado por la historia, Daniel se da a la tarea de buscar más libros del mismo autor, quiere incluso saber más de Carax. Persiguiendo al autor y sus libros, perseguido por la sombra del viento, cuyos destinos quedan unidos, entre el amor y el peligro, Daniel crece, se hace adulto.  Me parece que una función similar tiene la escena de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años. Ya no es un niño, está a punto de la mayoría de edad. En la escena, por primera vez en el Evangelio, se le llama ya no “niño”, sino Jesús. Y, curiosamente, la vida de Jesús, su des

Lo dijo bien, lo dijo claro. La Palabra se hizo carne

Juan 1,1-18 Todos tenemos vicios; quien más, quien menos; algunos presumibles, otros inconfesables. Todos han de ser caros. Yo compro libros, aunque no haya acabado de leer los que tengo. No son sólo los libros, también tengo un enorme gusto por las letras y las palabras; me gusta escribir con plumas fuentes. Así que entre los libros que tengo, hay algunos de filología; de vez en cuando me gusta indagar y bucear en el origen y la historia de las palabras; tengo un libro interesantísimo sobre la historia de la escritura. A estas alturas de la vida, nadie duda que el lenguaje es algo muy humano; y que en comparación con la comunicación básica e intuitiva de los animales, nuestro lenguaje, que se mueve entre lo escrito y lo simbólico, traspasando lo meramente tangible, es único. Tengo, por supuesto varios libros sobre comunicación oral y escrito, alguno incluso sobre comunicación no verbal; libros de oratoria y también de redacción. No hace mucho que me llamó la atención un  Manu

Nochebuena: Como en vaso de alabastro

El 20 de julio de 1969, en plena Guerra Fría, el hombre pisó la luna. “Un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad”, dijo Neil Armstrong. Esta noche nos convoca para celebrar un paso más grande aún, la llegada de Dios como humano a nuestra historia y a nuestra carne. Un pequeño paso para Dios, un imposible paso para la humanidad.  El paleoantropólogo Richard Leakey reconstruyó en su imaginación la historia del joven Turkana, uno de los primeros homo erectus, uno de nuestros primeros ancestros. Un joven herido por un felino salvaje mientras el grupo al que pertenecía trataba de darle caza. Pero quizá era muy joven y muy débil aún; y fue alcanzado y herido por la presa, en una pierna, herida que se le infectó. El joven habría corrido solo, hacia la orilla occidental del lago Turkana. Nadie de la tribu lo buscó, no parece que nadie se haya preocupado de su destino. Así que solo y herido, murió en la orilla del lago, donde permaneció la bagatela de un millón y medio

"La felicidad es más cuando se comparte"

Lucas 3,7-20 Ha habido más de una ocasión, lo reconozco, en que he probado las calabacitas, y me digo a mí mismo: “¡están ricas!” Sin embargo, una oscura fuerza en mi corazón me impide alabarlas en voz alta. Creo que es el miedo que sentía cuando era niño y las calabacitas no me gustaban, y me las tenía que comer bajo la amenaza materna de traer a los danzantes para que me llevaran. Todavía escucho sus cascabeles en los tobillos y sus huarachazos en el pavimento. Y muy por el contrario, me acuerdo del filete sol que siempre me compraba mi tía Clemen algunos domingo por la tarde, antes de llevarme al circo Astros, y siento la misma alegría de entonces.  Yo no sé qué trauma tengan los liturgistas y quienes seleccionaron el pasaje bíblico que se escucha este domingo en la Eucaristía, que no comienza cuando la gente y los cobradores de impuestos preguntan a Juan qué debían hacer, sino cuando el Bautista predica gritando: “¡Raza de víboras!, ¡hipócritas!” Y anuncia como inminente e

La Virgen de Guadalupe: la lógica de Dios

Decía el Cardenal Carlo María Martini, jesuita, biblista y Arzobispo de Milán, señalado por los medios, en su momento, como posible sucesor de Juan Pablo II, que los libros sólo tienen una idea y que, una vez que ésta ha sido descubierta, ya se podía hacer a un lado el libro que la contenía.  Con el libro  El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad , de Carl Sagan (1934-1996), recordé la cita del Cardenal Martini, porque me parece que la idea del libro está expuesta en el primer capítulo que, junto con la introducción, prometía mucho. Sin embargo, en lo que a mí respecta, el libro, de 25 capítulos, pudo acabarse con el primero, llamado “Lo más preciado”, siendo esto “más preciado” que tenemos como humanidad es, en opinión de Sagan, la ciencia. Mucha soberbia. Teniendo particularmente a la medicina como telón de fondo, a Sagan le molestaba que la superstición tuviera aún raigambre popular, a despecho de los avances de la investigación científica y de su método

Tu Palabra es la esperanza. La Palabra que vino sobre Juan

Lucas 3,1-6 “¿Es un libro católico?”, me preguntaban ayer respecto del libro que traía en la mano, que traigo en estos días, llamado  Nuestros orígenes. En busca de lo que nos hace humanos . “Es un libro científico y, de hecho, el autor, el paleoantropólogo Richard Leakey, de Kenia, no es católico, ni siquiera creyente”, respondí. El propósito del autor es explicar científicamente, cómo es que fuimos evolucionando hasta adquirir las cualidades —conciencia, creatividad y cultura—, que nos hacen humanos.  En el prólogo, el también ecologista y político, cuenta que una vez, en alguna de sus conferencias, una señora ya mayor y visiblemente preocupada, le preguntó si era cierto que los humanos sólo somos un «accidente histórico». Él le explicó la posibilidad de mundos alternativos sin humanos; le habló de la historia de la tierra, del azar y de la evolución. Pero que lo que ella quería escuchar, porque así se lo exigía su propia condición humana —tan necesitada de dar sentido a su