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Amar a Jesús: ¿estás loco?

Mateo 10, 37-42

Perdí la cuenta de las veces que me espetaron: "¿Estás loco?" Estaba yo en el último tramo de la licenciatura en Economía, cuando avisé a un amigo de la facultad: "Voy a entrar a un seminario"; "¡ah, qué padre!", me respondió, ¿de qué, política monetaria, finanzas públicas?..." "No. Quiero ser misionero." Así que su último comentario, enmarcado por su rostro de sorpresa, fue: "¡¿Estás loco?!"

A Jesús no le fue mejor. Seguro escuchó las mismas palabras. Después de dejarse bautizar por Juan en el Jordan, sintiéndose impulsado por el Espíritu de Dios, decidió dejarlo todo, dejar a su madre, viuda; a su familia; su casa; su tierra. Los miembros de su familia no darían crédito a lo que escuchaban: Jesús se iba a anunciar la inminente llegada del Reino de Dios. Los más tranquilos de sus parientes le dirían: "¿Estás loco?" Otros, más duros e incisivos, dirían: "Se le ha metido un demonio. Sólo un endemoniado hace y dice esas cosas."

Y así comenzaría su misión. Dejándolo todo, para ir de casa en casa y de poblado en poblado anunciando la llegada del Reino de Dios; más aún, haciéndolo presente mediante palabras y gestos de curación, inclusión, perdón y misericordia. Comprendería Jesús que este Dios era nuestro Padre, y que a través de estos gestos y palabras el Padre comenzaría a gobernar la historia. Hoy nadie duda que Jesús tenía capacidades terapéuticas, curativas. No era el único de su tiempo, pero sí era el único que no lo hacía por negocio ni se valía de ellas para ganar poder: lo específico estaba en curar en el nombre de un  Padre lleno de amor por sus hijos, que se alegraba con la curación de los enfermos, con la reinserción, la inclusión en la comunidad de los pecadores y los marginados. 

Bajo la fuerza de su mirada y de su palabra, Jesús asoció a otros a su misión. Pasó a la orilla del lago y llamó a Simón. Le dijo: "Sígueme." Y Simón lo dejó todo, su casa, su barca, su suegra. Más de alguno en su familia, viendo cómo Simón el pescador se iba caminando detrás Jesús a cambio de nada, le diría: "¡Simón!, ¿estás loco?" Invitó a otros más. Algunos se sintieron atraídos por él, y lo quisieron dejar todo, pero el desamparo les daría miedo, y ante la incredulidad de la inseguridad, Jesús, lejos de consolarlos, los enfrentaría con esta verdad: "Las aves tienen nido y las zorras madriguera, pero el hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". Alguno le diría: "Mis padres son mayores, mucho. En cuanto bajen al lugar de los muertos, te seguiré." Jesús respondía de manera lapidaria: "Deja que los muertos entierren a los muertos." Y también: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí".

Muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia lo han dejado todo por seguir a Jesús. Nuestro Fundador era el mayor de sus hermanos. El testamento de su padre era claro. Si el hijo mayor quería entrar en una congregación religiosa o en un seminario, tendría que renunciar a la herencia. El resuelto José Jaime Sebastián Vilaseca renunció a su herencia para entrar al Seminario de Barcelona. Ahí recibió la invitación para hacerse misionero en América. Por orden de su director espiritual, maduró la invitación tres años antes de aceptarla. Finalmente lo hizo. Al poco, la peste provocó la muerte de su madre, primero; y luego de su padre y uno de sus hermanos. No volvió a verlos después de que se despidió de ellos. Y seguro que al abordar el buque que lo trajo a México, alguno le dijo: "¡estás loco!" La apuesta de Jesús al dejar a su madre era que la otra parte de su familia se hiciera cargo de ella. La apuesta de Jesús es la nobleza y la generosidad de la gente, especialmente de los pobres, a quienes afirma que ni siquiera un vaso de agua dado a sus profetas quedaría sin recompensa. De esta generosidad yo mismo puedo dar fe, por las misiones en que he participado.

Hacia el final de la primera carta que dirige a los cristianos de su comunidad, el apóstol san Juan les reitera el mandamiento del amor mutuo, y les advierte: "Hijitos, cuídense de los ídolos." Hay papás que afirman que apoyarán a sus hijos en lo que estos decidan estudiar, para luego reprocharles, cuando éstos anuncian que quieren estudiar historia o filosofía o, peor aún, que quieren ser misioneros: "¡¿Estás loco?!, ¿te quieres morir de hambre? Piénsalo bien, porque yo hippies no mantengo." Padres que aman a sus hijos más que a Dios,  no son dignos de Dios. Su amaran a Dios, defenderían la libertad de sus hijos. Hicieron de sus planes para sus hijos un ídolo. Otros chantajean: "¿Qué será de nosotros sin ti?" Se han olvidado de una gran verdad: sólo Dios puede y debe ser amado y reverenciado por encima de todo. Lo demás,  es un ídolo que no nos deja amar de verdad ni ser felices para siempre.

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