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Mostrando entradas de septiembre, 2018

Nuestra Sra. del Consuelo: El día antes de la felicidad

Juan 19,27-29 “Levantar esta iglesia como la estamos levantando, es imposible. Pero estáis frente a ella.” La frase es impactante, y aparece en el thriller de la serie de  La catedral del mar , basada en la novela homónima de Ildefonso Falcones. No sé bien a bien quién la dice, supongo que el arquitecto Berenguer de Montagut, a los habitantes de Barcelona, y al gremio de cargadores que levantan, con orgullo, lo que con el tiempo sería la actual Basílica de Santa María del Mar, en Barcelona. Se refieren, por supuesto a la impresionante arquitectura del lugar. Me consta. Bien dice Erri de Luca: “Las personas, cuando se vuelven pueblo, causan impresión.” Santa María del Mar es impresionante. Yo sigo impresionado. Pero si esto se dice de un templo, ¡con mayor razón puede decirse de la verdadera Iglesia, la que formamos los bautizados! Levantar esta iglesia, como la estamos levantando, sobre el cadáver de un crucificado al que confesamos vivo; muerto ante la mirada imponente de su

"¡¿Por qué no te callas?!"

Marcos 7,31-37 El 10 de noviembre de 2007, en Santiago de Chile, tuvo lugar el pleno surgimiento de un nuevo síndrome que de tiempo atrás ya se manifestaba. No sabía entonces que yo mismo me contagiaría del mismo, que a partir de entonces tuvo nombre de prosapia y linaje. Sucedió cuando el entonces Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, hablaba y hablaba en contra de José María Aznar, ex Jefe de Gobierno español; su perorata iba en contra del entonces Jefe de Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, hasta que, harto como más de uno en esa sala, el Rey Juan Carlos, gritó a Chávez: “¡¿Por qué no te callas?!” Nació entonces el síndrome del Rey Juan Carlos, que se refiere a la incapacidad de escuchar una y otra vez las mismas necedades. A mí contagió en su variante religiosa: la de, quien además de no aguantarlas, quiere espetar el grito del Rey a los niños gritones en misa, a las mamás y papás que hablan más que sus hijos, a las personas “muy correctitas”, diría Bere, que en realidad no

Saber comer

Marcos 7,1-23 No es que yo sea payaso, sangrón, se dice también a veces, pero me ponen una rebanada de pizza enfrente, y en automático busco unos cubiertos. Así crecí. Por supuesto, que las veces que he ido de misiones, o cuando alguien me invita a comer a su casa, soy muy respetuoso de comer como ahí se come. Algunos se rigen por manuales tipo Carreño, otros por lo que los abuelos y los padres nos han enseñado, lo cierto que a comer se aprende, a pesar del hambre. A mí María Briseño me enseñó muchas cosas en esto de saber comer según las reglas de etiqueta, cuando era un joven estudiante que iniciaba la licenciatura. Casi todos los sábados, después de la sesión del club del lectura, nos íbamos a comer a lugares de toda índole, desde mercados hasta lujosos restaurantes en los que las mesas están llenas de platos, copas y cubiertos como si fueran catálogo, y uno se sienta y no sabe qué hacer.  La primera de esas ocasiones, fuimos precisamente con fines estrictamente pedagógicos