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Mostrando entradas de abril, 2010

¿Cómo es el amor de Dios?

Juan 13-31-35 Estamos en el contexto de la Última Cena, la noche en que Jesús se despidió de sus amigos mostrando el sentido de su vida en el servicio a los suyos como un esclavo con su señor: lavando los pies. El texto es famoso y hasta tiene canción popular, muy socorrida la tarde de cada jueves santo. Jesús dijo a sus amigos: "Les dejo un mandamiento nuevo: ámense unos a otros como yo los he amado; por el amor que se tenga unos a otros, todos reconocerán que son discípulos míos." Varias cosas hay que comentar. La primera y más importante es recordar que los evangelios están escritos en griego, y que en griego hay tres distintas maneras de decir 'amor', las tres expresan algo del misterio de Dios. La primera es 'eros', el amor de pareja, comunicado especialmente en la intimidad sexual (distinto, obviamente, de la 'porneia'); la segunda es 'filía', el amor de amistad, por el que sentimos gusto por estar con quien nos simpatiza; la tercera, e

El Buen Pastor y el verdadero Altar

Juan 10, 27-30 Los versículos que escuchamos en esta parte del evangelio corresponden a palabras que el evangelista ha puesto en boca de Jesús. Pero no son palabras dichas al viento. Se trata de una escena bien construida (Jn 10,22-42) que tiene su escenario: el Templo de Jerusalén, durante la fiesta que recordaba la dedicación o unción del altar. Mientras Jesús paseaba por el pórtico de Salomón, se le acercaron los judíos, lo rodearon y le preguntaron: "Si eres el Cristo (el ungido), dínoslo claramente." Jesús les contesta que ya lo ha dicho antes y no le han creído, ni siquiera a las obras que ha hecho. Pero ellos no le creen porque no son ovejas de su rebaño. Este diálogo y la ocasión sugieren que Jesús es el verdadero altar y el verdadero templo, el único y verdadero ámbito de encuentro con Dios; y que lejos de ser un altar en el que se sacrifican vidas, en Jesús el ser humano encuentra vida plena y verdadera, vida definitiva. Sorprendente voltereta se confirma con la ima

Redes, panes, peces y brasas

Juan 21,1-19 La historia comienza en una noche fría, de fracaso y soledad. Estaban reunidos siete discípulos de Jesús. Pedro rompió el silencio y la pasividad cuando dijo: "Voy a pescar". Los demás lo siguieron quizá sólo para salir del tedio de aquella madrugada. Pero la pesca no dio frutos, y al fin de la jornada se encontraron con las redes vacías. Estaban solos. Pero amaneció, con debilidad primero y con contundencia después; una tenue línea blanca sobre el horizonte, luego nubes rojizas, el primer canto de las gaviotas y la brisa; llegó el Señor Jesús a la orilla de sus vidas, se interesó por ellos, los llamó y les ordenó echar de nuevo las redes. Todo cambió. No fue reconocido ni en su cuerpo ni en su voz. Fue reconocido en el signo de una pesca abundante tras una larga jornada de fracaso. Todos habían vivido con Él, pero no todos fueron capaces de reconocerlo. Fue el Discípulo Amado quien lo hizo: "¡Es el Señor!", dijo, y nadie lo puso en duda. Quien contemp

La paz con ustedes

Juan 20,19-31 Pudo haberles dicho muchas cosas. Sus discípulos lo habían abandonado, pudo haberles gritado que eran unos cobardes. Pedro lo había negado y los demás no hicieron nada para impedir su muerte, Jesús pudo haberles reprochado que no hubieran perserverado con él hasta el final. Pudo también haberles dicho que los perdonaba, pero decir "los perdono" habría implicado un cierto reproche, un cierto echarles en cara su abandono y su cobardía. Pero no, el Señor Resucitado los sorprendió y les dio el saludo más común pero también más inesperado: "¡La paz esté con ustedes!" Ya lo expresaba el canto del profeta Isaías (53,5): "Con sus heridas nos sanó". En efecto, de las heridas del Crucificado, contemplado con amor, sólo puede deducirse la profunda compasión con que Dios ha caminado siempre con su pueblo. De las heridas glorificadas del Señor sólo puede brotar la paz que todo lo sana. En Jesús no hay reproches, nada nos echa en cara. En Jesús incluso el

Pascua de Resurrección

Juan 20,1-9 Jesús, el hombre que murió crucificado como un maldito, vive; fue levantado de entre los muertos por el Padre, que es bueno y es Amor y Vida. Jesús vive; vive porque su propuesta de vida como plena y total realización humana desde el amor y la fraternidad fueron validadas por el Padre, y por eso, su rescate de la muerte es también la vindicación de su predicación y su acción, que Jesús mismo llamó "el reinado de Dios". Sin embargo, la resurrección a veces es vista de manera incorrecta o distorsionada. La resurrección de Jesús debe ser contemplada con la misma mirada amorosa del discípulo amado, con la misma mirada con que se contempla al Señor Crucificado. Pero el relato de la resurrección, tal como lo presenta el cuarto evangelio, amplía la mirada: no es sólo la mirada del discípulo amado, que corre a contemplar, y viendo cree, porque sabe interpretar los signos que le dicen que la muerte ha sido destruida; hay que tener también el corazón siempre fiel de María M

Viernes Santo: Contemplar al Traspasado

Jn 18,1 - 19,42 Largo el relato de la pasión, que escuchamos este viernes santo. Largamente habría que contemplar el misterio del Señor Jesús muerto en cruz. Del relato de san Juan, que escuchamos cada tarde de viernes santo, me ha llamado siempre la atención el comentario del evangelista en 19,37, casi al final del relato de la pasión y muerte de Jesús. El evangelista comenta que él mismo ha contemplado lo que ha narrado, y acota que así se ha cumplido la Escritura, y cita al Profeta Zacarías: "Mirarán al que traspasaron". A eso nos invita el evangelio y la Iglesia en este día: A mirar al traspasado, al crucificado, al que murió y al que mataron. A mirar con la mirada contemplativa del discípulo que se sabe amado por su Señor. Y esto lo cambia todo: la mirada del amor. Mirar con amor al crucificado lleva a reconocer en él el amor de Dios, lleva a reconocer en él a Dios, que es Amor. Quien contempla a Jesús crucificado con amor, sabe que Jesús se entregó a la muerte por amor;