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Mostrando entradas de abril, 2011

Tomás, el Gemelo

Juan 20,19-31 Se trata de uno de los principales personajes de esta escena, y es ampliamente conocida en la cultura popular su postura de “hasta no ver, no creer”. Generalmente, de Tomás solemos hacer un juicio negativo, y le criticamos su falta de fe, le criticamos que no haya creído al resto de los apóstoles que Jesús estaba realmente vivo. Advirtió que no creería si no metía sus dedos en las heridas del Maestro. Pero tampoco se puede perder de vista la valiente y decidida actitud de Tomás cuando, páginas atrás, Jesús decide ir a Jerusalén para resucitar a Lázaro, una vez que los suyos trataban de disuadirlo para evitar que fuera capturado. Tomás dio ejemplo de fidelidad y valentía: “Pues entonces vayamos también nosotros para morir con él”. El evangelio lo llama Tomas, el Gemelo. Pero nunca se nos dice quién es su gemelo. Y tal parece que no es un descuido del narrador, sino un recurso suyo para involucrar al lector y obligarlo a tomar una postura. Y en efecto, ¿quién no se s

Levantado de entre los muertos

Si no hubiera yo nacido católico y practicante, me habría convertido a la fe sólo para celebrar la noche de Pascua. La antigua antropología judía tenía claro que, al terminar la vida, el ser humano descendía para siempre al sheol , el lugar de los muertos, lugar de oscuridad, de tinieblas, de silencio. En la mentalidad de su pueblo, al morir, también Jesús descendió al Sheol, a los infiernos, como tradujo mucho más tarde el credo. Su muerte, además de brutal, fue injusta. Ejecutado por Roma y maldecido por la élite religiosa de Jerusalén, Jesús había pasado sin más al Sheol para siempre. Los suyos entraron en una gran crisis. ¿Era posible que el Maestro estuviera equivocado? ¿Dónde quedaban entonces sus enseñanzas, sus hermosísimas parábolas, sus curaciones que restauraban la vida y devolvían al enfermo al seno de la comunidad? ¿En verdad lo había abandonado Dios, al que llamaba su Padre, en el momento más difícil y doloroso de su vida? Ellos volvieron a Galilea, adonde todo había empe

Contemplar el corazón abierto

Juan 18-19 Me queda claro que La Pasión de Cristo , no es el evangelio, gracias a Dios. Porque no creo en el dolor ni en el sentido del dolor. Porque mucho menos creo que el Padre de Jesús, del que tan bonito nos habló Jesús en la parábola llamada "hijo pródigo", sea semejante carnicero que se deleite con la sangre de sus hijos inocentes, como tampoco con la de los culpables. Los evangelios no ocultan la crudeza de la cruz, ni su dolor, ni la burla ni la vergüenza, ni siquiera el fracaso que supuso para Jesús y los suyos. Morir en la cruz era un castigo político, el más ignominioso de Roma; y una maldición de Dios, en la tradición judía, según atestigua el Deuteronomio. Pero los evangelios tratan de entender, de comprender por qué fue que se llegó al extremo de la cruz. Querían conciliar la cruz de Jesús y la verdad de sus enseñanzas, por un lado, con el control de Dios sobre la historia, por el otro. Tratan de entender desde las Escrituras, tratan de descubrir en el Crucific

La Cena del Señor

Juan 13, 1-15 Habiendo llegado la hora, Jesús, que había amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Esto celebramos este Jueves Santo, el amor de Jesús llevado hasta el extremo. Amor que da, amor que se da, amor que se queda. A diferencia de los demás evangelistas, Juan no describe la Última Cena de Jesús. Nos dice que Jesús cenó con sus amigos, para despedirse de ellos. Y que en algún momento de la Cena Jesús lavó los pies de sus discípulos. El gesto despliega lo que es la Eucaristía. Para entender lo que pasó en la Última Cena, hay que poner el acento en "última". Porque Jesús no anduvo por la vida esperando el momento de morir en la Cruz, contando parábolas y haciendo milagros nada más para entretenerse. Jesús sabía que su muerte era inminente porque había desafiado al poder político de Roma, y al poder religioso de Jerusalén. Quiso despedirse de los suyos con una cena. Pero no sólo tenía conciencia de su muerte, también tenía su profunda e inquebrantable confianza en e

La entrada de Jesús en Jerusalén

Mateo 21,1-11 Domingo de ramos, domingo de palmas. Entrada de Jesús en Jerusalén. La escena nos resulta familiar, con ella abrimos cada año la Semana Santa, la semana en que recordamos los últimos días de vida de Jesús. Tal como lo había anunciado, Jesús entra en la capital del pueblo de Israel, donde finalmente encontrará la muerte. Se acercaba la fiesta de Pascua, y la Ciudad Santa estaba desbordada de judíos provenientes de todo el país y del extranjero para recordar la noche de la libertad, la noche en que el Señor los sacó de Egipto y los hizo su Pueblo. Pero ahora Israel nuevamente era oprimido, y en su propia tierra. Habiendo sido conquistados por el Imperio de Roma, los judíos viven humillados con la esperanza de la llegada del Mesías, que sería un rey victorioso enviado por Dios. Los antiguos reyes, emperadores y grandes militares solían entrar con un desfile victorioso en las ciudades conquistadas, montando espectaculares caballos o carros de guerra. Muy al estilo de Ben Hur.

El sepulcro y las vendas de Lázaro

Juan 11,1-45 Debería leerse hasta el versículo 52; habría que leer el evangelio de corrido de principio a fin. Juan es un maestro en el arte de contar. En este capítulo cuenta la historia de la llamada resurrección de Lázaro. Pero de Lázaro apenas nos da datos. El centro del relato es Jesús. Todos los personajes hablan con Jesús o hablan de Jesús. Ellos buscan al Maestro, o el Maestro se encuentra con ellos. Las palabras que importan son las de Él, o las que lo confiesan como Maestro y Señor. Maestro y Señor de vida plena. Siguiendo la evolución narrativa de Jesús en el relato, llaman la atención varios puntos. Primero, que se haga del rogar para atender al llamado de Marta y María, las hermanas de Lázaro, en que le piden vaya a curar a su hermano, a quien tanto ama. Jesús dirá con mucha tranquilidad que esa enfermedad no terminará en la muerte, sino que mostrará la gloria de Dios y la de su enviado. Deja pasar dos días, y cuando llega a Betania, Lázaro tiene cuatro que ha muerto. Pero

Abrir los ojos

Juan 9,1-41 Es la historia de un ciego, pero la narración comienza con una mirada de Jesús. Un ciego de nacimiento y mendigo de sobrevivencia. Vive de la lástima que inspira. Él no ha vista nada nunca, pero Jesús lo ha visto a él. Y la fuerza de su mirada hace que los discípulos de Jesús también se fijen en el ciego. "¿Quién pecó, él o sus padres?", le preguntan. Porque la creencia era que toda enfermedad era un castigo por los pecados cometidos. ¡Pero este hombre nació ciego! No conocemos su nombre, ni tampoco sabemos mucho de su historia. Pero su condición da pie para una enseñanza de Jesús: "Ni él pecó, ni sus padres. Nació así para que en él se muestre la acción de Dios". Y añadió: "Mientras estoy en el mundo, ¡yo soy la luz del mundo!" Entonces viene la curación. Entonces vienen la acción y la fuerza del que es Luz. Escupe al suelo, mezcla su saliva con la tierra, forma barro y con él Jesús unge en los ojos al ciego. Lo manda a lavarse a la piscina d