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La Sagrada Familia

Lucas 2,22-40

“Una biblia de piedra”, exclamó Antonio Gaudí, refiriéndose al Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, en Barcelona. Y lo es. Una biblia de piedra, de luces, de colores. Por donde uno la vea, todo es una gran evocación al Creador, al Dios hecho hombre, al Salvador, a su Cruz, a su Gloria, tanto en su exterior, con sus imponentes fachadas, las que ya están terminadas: la del nacimiento y de la pasión; como las que aún están inconclusas, la de la Asunción y la de la Gloria; como su interior, sostenido por columnas que evocan palmeras del paraíso y el martirio de los cristianos sobre cuya sangre, derramada como la de Jesús, el Señor, se levanta la Iglesia. Sobre la puerta principal, de bronce, llamada Puerta de la Eucaristía, por el interior, con grandes letras, está escrito el padrenuestro.

Recorrer la Sagrada Familia, bajo majestuosos vitrales de todos los colores, desde los tonos más caprichosos y encendidos, hasta los más suaves y delicados, es como caminar por las páginas la Sagrada Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. La entrada lateral por la que se accede actualmente, la llamada Puerta de la Caridad, bajo la escultura del nacimiento de Jesús, está en el interior bajo una bellísima escultura de un joven san José. Mejor lugar no se podía escoger, siendo como es el protector de la Iglesia Universal. Y por supuesto uno no puede dejar de pensar que Jesús conoció el amor en el hogar de Nazaret, y que para entrar a la Iglesia, a la familia de los Hijos de Dios, lo mismo que para entrar a la Casa del Padre, no hay otra puerta que la del amor.

A la izquierda de la Puerta de la Caridad, se encuentra la Puerta de la Esperanza, a cuyos lados hay dos esculturas, por un lado, José y María huyendo en burro con el Niño a Egipto, guiados por un ángel; y por el otro, un soldado de Herodes asesinando a niños de Belén; arriba, entre ambas, un Jesús adolescente dialoga de pie y cara a cara con san José. A pesar de todo, la vida rescatada de Jesús es un signo de esperanza, y Jesús mismo se convierte para el mundo en esperanza. A la derecha, sobre el Pórtico de la Fe, dedicado a la Virgen María, arriba, se encuentra la escena de san Lucas que ilumina este día de la Sagrada Familia: la presentación de Jesús en el Templo, junto con la adoración de los ancianos Ana y Simeón. Más arriba, en la misma fachada, veremos a Jesús coronando a María, con José como testigo, junto con un varón no identificado que probablemente represente a los devotos de san José que iniciaron la obra; a Jesús trabajando en el taller de Nazaret, y a san José, conduciendo una barca, simbolizando su papel de protector de la Iglesia universal, que es la barca de Pedro. Por cierto, que el rostro de san José, con barba, está inspirado en el propio Gaudí, y es un homenaje al arquitecto, tristemente fallecido al ser atropellado por un tranvía mientras se dirigía a la Iglesia de san Felipe, donde oraba todos los días. La causa de beatificación de Gaudí está siendo promovida actualmente.

La construcción de la ahora Basílica, consagrada en el año 2010 por Benedicto XVI, comenzó en 1882, por iniciativa y bajo los auspicios de una asociación laical de devotos de san José, presidida entonces por el librero Josep María Bocabella, y originalmente sería un Templo dedicado a san José. Con el paso del tiempo, se decidió que el templo estuviera dedicado a la Sagrada Familia. En un primer momento, los devotos de san José encargaron la obra al mejor arquitecto de obras religiosas de la época, Francisco de Paula del Villar, pero las fuertes diferencias que tuvo con Bocabella lo llevaron a renunciar. Por recomendación del mismo del Villar, la obra se encomendó a un joven arquitecto que había sido alumno suyo, que entonces ya comenzaba a ser conocido, Antonio Gaudí. Tenía 31 años de edad y cinco de haberse titulado como arquitecto; y durante 43 años, estaría al frente de la construcción de la que él llamaba “catedral”, la tercera de Barcelona, en referencia a la Basílica de Santa María del Mar, conocida como la Catedral del Mar, además de la Catedral de Barcelona, propiamente dicha. La de la Sagrada Familia era conocida como “la Catedral de los Pobres”.

La imagen titular de la Basílica de la Sagrada Familia es un relieve colocado en la Capilla del Santísimo, detrás del altar mayor. De aproximadamente un par de metros cuadrados, tiene al centro a san José, con delantal de trabajo, María se encuentra sentada, lado derecho, contemplando la escena, en la que su hijo, adolescente, besa, inclinado, la mano derecha de san José. Con espíritu profético, que no de soberbia, Gaudí llegó a afirmar: “Un día Barcelona será conocida por mi Iglesia”. Así ha sido.

Al mismo tiempo que en Barcelona los socios de san José promovían la construcción del templo de la Sagrada Familia, otro catalán, pero ahora en la Ciudad de México, el P. José María Vilaseca, fundador de la Familia Josefina, en Santa María la Ribera, también con el apoyo de los devotos de san José de todo el país, particularmente de la colonia misma, promovía y llevaba a cabo la construcción de un templo dedicado asimismo a la Sagrada Familia, con fachada bizantina que la hace única en el país.


Un día leyó Miguelito: “La familia es la base de la sociedad!”. Y exclamó: “¿La familia de quién? ¡Porque la mía no tiene la culpa de nada!”. Todo esto habla de nuestra fiesta de este día, la de la Sagrada Familia, que es símbolo y sacramento de la Iglesia misma, de lo que la Iglesia toda ella en su conjunto, la barca de Pedro puesta bajo la protección de san José, está llamada a ser: una nueva familia en la historia construida desde abajo, con los pobres; una familia de la que se forma parte a partir del amor, pero en la que no se puede vivir sin fe y sin esperanza; una familia que recorre su camino bajo distintos tonos de luz, pero luz, al fin y al cabo; una familia en la que se vive del trabajo y del respeto; una familia que, como José, cuando se casó con María a pesar de que parientes y vecinos ya sabían que el niño de María no era suyo, no tienen reparo en los prejuicios sociales; una familia que no es elitista, sino incluyente, de puertas abiertas para todos, muy amplia, para que todos quepan; una familia en la que se adora a Jesús, pero se tiene cariño por los santos, que son su familia, comenzando por sus padres, María y José; una familia donde se ora y se alaba a Dios; una familia que en todo evoque el plan de vida plena de Dios para todos sus hijos; una familia que camina a pesar del miedo y de la noche; una familia cuya mesa sea la Mesa del Reino, donde se sirve el banquete de la generosidad que sólo se come en fraternidad; una familia en la que los ancianos comparten su sabiduría y los jóvenes ponen sus sueños e ilusiones; una Iglesia que es conocida por ser familia. Esta es la familia que es sagrada.

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