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San José: ¡Qué bueno, qué bueno!

Mi condición de viajero más del tiempo que del espacio, me ha equipado de una grata colección de música. No creo necesario aclarar que ni por equivocación tengo lo que no alcanza la categoría de música. Entran en mi colección la trova y el mariachi, las baladas y los boleros, la banda y por supuesto, alabanzas y oraciones, entre otros.

Quiso un día la desgracia que en 10 segundos perdiera toda mi colección cuando el itunes actualizó el software de mi ipod sin mi consentimiento. Acudí con quien me regaló del ipod en cuestión, para tratar de recuperar algo que lo mucho que se había diluido en la nada. Le pedí con toda humildad me compartiera cuanto tuviera del Buki, los Fernández y hasta la Arrolladora. El inicuo me respondió que, atendiendo al nivel cultural de mis solicitudes, me había puesto en mi ipod hasta Paquita la del Barrio. Le respondí que agradecía su generosidad, pero si sólo pedía eso era porque a Mozart, Beethoven y a Pavarotti con todo y sus amigos ya los tenía yo, y sólo precisaba de la música arrabalera que él coleccionaba, por si acaso.

Entre esa música que ya tenía de tiempo atrás, en algún punto intermedio entre el Buki y Pavarotti estaban varios discos de Jarabe de Palo; y de entre ellos recuerdo una canción que canta a dúo con el admirado Jorge Drexler. Digo esto, porque de entre esa canción extraje algunos versos, los suficientes y pertinentes, para dedicárselos a san José en este su día.

Quererte,
quererte no es bastante.
Quererte es acordarme.
Quererte es merecerte
más de lo que te merezco.

Me gusta
pensar que me gustas,
saber que te quiero,
                        ¡qué bueno, qué bueno!


Me gusta san José porque es, como dice Vicente Fernández, “hijo del pueblo”, y de su historia. Porque es gente de abajo, de los que saben a qué sabe la comida de la gente pobre; de los que saben a qué sabe el sudor y las lágrimas, de los que saben pisar la tierra con el pie descalzo.

Me gusta san José porque es joven. Porque la juventud es la eterna edad de Dios. Porque la juventud es audacia y alegría. Porque el joven entiende más de desafíos que de obstáculos. Porque la Iglesia que protege y que quiere ser la esposa de su Hijo tiene que engalanarse de juventud.

Me gusta san José porque es hombre de sueños. Porque sabe soñar y creer en la verdad de los sueños, como Abraham, que en mitad de una noche a descampado soñó con una descendencia  tan grande como las estrellas. Me gusta José porque no soñó con muchas estrellas, soñó sólo con una, con la única que tiene toda la luz, y es Luz que ilumina el Camino para llegar a la plenitud de Dios, y es la única que concentra en sí toda la fuerza creadora de Vida. Porque trabaja para construir la realidad de sus sueños.

Me gusta san José  porque me gusta su justicia, que no es obediencia a la frialdad de la letra de la Ley, sino la misericordia y la apertura a la acción creadora del Espíritu Santo. Porque puso su mirada buscadora de la voluntad de Dios en la indefensión de una muchachita embarazada, a la que recibió en su casa con lazos de amor y cuerdas de ternura, y entendió que misericordia y creatividad son voluntad de Dios.

Me gusta san José porque es esposo. Porque para ser esposo no le importó perder el honor, y se honró en la vergüenza de tomar como esposa a una joven embarazada  por el Misterio, a la que supo ver con mirada transparente, con la que compartió su paso por el tiempo sin más dudas ni reservas.

Me gusta san José porque es papá. Porque no sale a trabajar sin despertar a su hijo con un beso en la frente, y le dice que, después de la bendición de Dios, espera lo alcance también la suya. Porque juega con su hijo, porque se siente mejor pagado con la sonrisa de su niño abrazado a su cuello recibiéndolo en casa que con las monedas de la gente. Porque partió a la plenitud con dignidad, confiando en la madurez y en el amor de su esposa y de su hijo.

Me gusta san José porque es trabajador. Hábil para labrar la madera, bruñir el metal y delicadamente extraer belleza de la dureza de la piedra. Porque enseñó a su hijo a trabajar con la manos y también a ser trabajador del corazón. Porque es artesano del Reino.

Me gusta san José porque me gusta su silencio. Porque el silencio también es palabra, y es la nota más profunda en el canto de alabanza al amor de Dios. Porque es palabra que dice admiración y reverencia. Porque dice Sabines que las mejores palabras de amor son las que no se han dicho.

Me gusta san José porque es sencillo y humilde, porque es discreto, porque se siente más a gusto en los segundos lugares que nadie quiere, y no en los primeros lugares, que todos pelean. Porque no quiere ser camino, sino bastón para caminar. Me gusta que san José le guste al nuevo Papa Francisco, y que haya querido iniciar su ministerio petrino el 19 de marzo.

Me gusta san José porque fue inspiración para el Fundador de mi Congregación. Porque el P. Vilaseca se sentía orgulloso de llevar el nombre de José, y quiso amar y proteger al Pueblo de Dios en la historia como hizo José con el niño en la noche de la huida a Egipto. Porque con la audacia de su juventud y su confianza en san José profesó al Señor el voto de “Hacer siempre y en todo lo mejor.” Y porque hacer siempre y en todo lo mejor es dialogar con Dios en la historia, desde los sueños y desde la misericordia, hacia el Cuerpo herido de Cristo en  la historia,  en apertura al don de la novedad creadora del Espíritu Santo.

Me gusta san José porque me gusta su nombre. Porque su nombre es el nombre de mi papá, que se llamaba José Rubén; porque José es el nombre del P. Vilaseca, el único que no cambió y porque me da orgullo y alegría ser hijo de Vilaseca; porque mis papás me bautizaron con el nombre de José Miguel Angel y le hicieron con ello un guiño al hombre justo de Nazaret, al que le encomendábamos el carro y la papelería. Porque renunció a su nombre, José, y tomó prestado el nombre de Dios: Papá. Porque cada vez que Jesús decía Papá, decía Dios, Vida, Amor, Trabajo, Protección, y pensaba también en José.

Me gusta, san José,
pensar que me gustas,
saber que te quiero,
¡qué bueno, qué bueno!

Te quiero
que te quiero.
¡Y lo que más echo de menos
es que no te quiera más
de lo mucho que te quiero!

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