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Jesús, la adúltera y Francisco

Juan 8,1-11

Una de las escenas más populares: Jesús con la mujer sorprendida en adulterio, y hay que notar que no se trata de María Magdalena. La escena tiene una situación inicial clara: Jesús está enseñando en el Templo de Jerusalén. Hay un problema que surge cuando maestros de la Ley y fariseos le llevan a una mujer sorprendida en adulterio y, para tenderle una trampa, le dicen que según la Ley de Moisés debe morir apedreada, y le preguntan su parecer. Parece que el problema es el adulterio, y en el centro mismo del problema se encuentra la mujer. Y claro que nos preguntamos dónde quedó el varón con el que la mujer cometió adulterio, pues nadie comete adulterio consigo mismo.

Pero más bien, con sus actitudes, Jesús se desplaza al verdadero corazón del problema. Por respuesta, Jesús se inclina hasta el suelo y se pone a escribir con el dedo en la tierra. Pero los acusadores insistieron en preguntarle, así que Jesús se puso de pie y les respondió que el que estuviera libre de pecado arrojara a la mujer la primera piedra. Como a partir de esta respuesta los acusadores se fueron retirando uno a uno, comenzando por los más viejos, podríamos concluir que el problema estaba solucionado. Pero Jesús se agachó de nuevo para escribir sobre la tierra, y cuando estuvo solo, con la mujer, dialogó con ella. Este diálogo y de los movimientos de Jesús descubren el verdadero sentido del conflicto.

Cuando es interrogado sobre su opinión frente a lo que dice la Ley, Jesús se agacha para escribir en el suelo. Este gesto es para los acusadores. Pareciera recordarles, primero, que la Ley, para ser verdaderamente Ley, tiene que venir de arriba, de Dios, no de Moisés. Y segundo, que para poder aplicarla, verdaderamente según la voluntad de Dios, hay que abajarse a la humanidad que todos compartimos. La voluntad de Dios se acoge con humildad, no se impone con arrogancia. Y en Jesús, Dios bajó a nuestro barro, a nuestra humanidad, para escribir en ella su voluntad. Como esto no lograron entenderlo los acusadores de la mujer, Jesús se puso de pie; es decir, asumió para sí mismo la autoridad de Dios, e interpretó el texto de la Ley, que pedía que el testigo directo del adulterio lanzara la primera piedra. Jesús fue más allá e hizo del portador de la primera piedra un testigo no del delito, sino de su propia verdad.

Se trata de algo más que de una exigencia de coherencia e integridad. Porque Jesús no reprochó nada a los acusadores, pero les puso en las manos la Ley como piedra. Quien la tira para condenar, está condenado a morir un día a pedradas. ¿Y sería posible concebir que la condena y la muerte mutuas fueran voluntad de Dios? El segundo gesto de inclinación o abajamiento de Jesús, hasta quedarse a solas con la mujer y su diálogo con ella revelan cuál sí es la voluntad de Dios: que no nos acusemos, que nos agachemos hasta la humanidad que todos compartimos, y nos ayudemos mantenernos de pie y a vernos de frente desde la compasión y la misericordia, no desde la acusación y la condena. Jesús vino del Padre por amor a la humanidad, no para juzgarnos y condenarnos, sino para salvarnos, y su salvación es vida y vida en plenitud. 

A mí esta semana me ha sorprendido muy gratamente la humildad con la que se ha presentado el nuevo Obispo de Roma, quien tiene la tarea de mantener a la Iglesia Universal en la unidad de la fe y del amor. Que hasta ahorita no se haya referido a sí mismo como Papa ni mucho menos como Sumo Pontífice; que se haya agachado frente al pueblo de Dios para pedir su bendición antes de bendecir él; que se haya mostrado frente a su Iglesia revestido sólo de sotana sin más ornamentos; que cuando está con los demás cardenales viaja con ellos y no en auto exclusivo, son gestos que me hablan de un hombre que no se arroga autoridad divina, sino que se hermana con el resto de la humanidad como uno más, como el primero entre iguales. Que sea el centro de un linchamiento mediático por su pasado en tiempos de la dictadura argentina y lo asuma con franciscana humildad, me habla de un hombre que se ha salido de la espiral de la violencia, y ha dejado de pensar en términos de "culpable" y de "inocente", y se ha puesto al nivel del pueblo, en términos de compasión y misericordia. 

Yo espero que el Papa Francisco haga como Jesús, y como José, cuando enfrentó su propio dilema de asumir la fría dureza de la Ley ante el embarazo de María, que siga agachándose hasta el barro de la humanidad, que no se olvide de los pobres, y no pierdo de vista que los que más se han alegrado de su elección son los pobres de Buenos Aires. Espero que como san Francisco de Asís, siempre se nos muestre despojado de poder y de opulencia, y se revista de humildad y fraternidad. Que se agache con los agachados, que se humille con los humillados, y los ayude a ponerse de pie, y que hable de frente y de pie a los que humillan y agachan; que con sus gestos y sus palabras encarne la compasión y la misericordia de Dios para la humanidad entera, y deje atrás el duro lenguaje de la descalificación, la acusación y la condena; que no divida a la humanidad en dos, en los buenos y los malos, en los que están con él o están contra él; que nos reúne como rebaño del Señor Jesús, no del Papa; que valore la dignidad de cada ser humano, y ayude a que todos la respetemos. Y que con él y como él hagamos lo mismo los que somos la Iglesia.

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