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La viuda del Templo y la cojita embarazada

Marcos 12,38-44

Cuando la madre de Mafalda estaba embarazada esperando a Guille, tejía ropa para el bebé. Mafalda pensó que era para ella. "¡Qué lástima! Yo creí que tejías algo para mí... pero es para el hermanito." "Pero Mafalda", respondió su mamá, "piensa que tú ya tienes de todo: pulóveres, vestidos, medias, zapatos..., ¡todo! En cambio, tu futuro hermanito no tiene nada de ropa ni de nada, ¿entiendes?" "Entiendo", asintió Mafalda, "es como ser la hermana de un refugiado."

Pudiéramos leer la doble escena del evangelio desde la perspectiva de los marcados contrastes sociales que ahí quedaron retratados: Primero el de los escribas que se ostentan y se exhiben, y las viudas a las que despojan de sus bienes bajo el pretexto de largas oraciones; y el de los muchos ricos que dan mucho frente a la viuda que da apenas dos moneditas. Y, con todo, el evangelio no da para construir un discurso de resentimiento social ni de victimismo. Ese mismo día, Susanita visitó a Mafalda y, viendo el tejido, dijo: "Veo que tu mamá está tejiendo algo para tu futuro hermanito." "Así es, Susanita", le respondió Mafalda. Y aquélla siguió incordiando: "Claro, ahora todo lo que haga tu mamá será para él, ¿no?" "Sí", respondió Mafalda, "y me parece muy bien. Nosotros ya tenemos de todo, en cambio él no tiene nada. Imagínate..., si cuando llega ve que los demás tienen todo y él nada, pos su ingenua cabecita pueden pasar ciertas ideas, y no queremos extremistas en la familia." A mí la imagen de la viuda me recuerda un poema de Jaime Sabines:

La cojita está embarazada.
Se mueve trabajosamente,
pero qué dulce mirada
mira de frente.

Se le agrandaron los ojos
como si su niño
también le creciera en ellos
pequeño y limpio.
A veces se queda viendo
quién sabe qué cosas
que sus ojos blancos
se le vuelven rosas.

Anda entre toda la gente
trabajosamente.
No puede disimular,
pero, a punto de llorar,
la cojita, de repente,
se mira el vientre
y ríe. Y ríe la gente.

La cojita está embarazada
ahorita está en su balcón,
y yo creo que se alegra
cantándose una canción:
«cojita del pie derecho
y también del corazón».

Yo no puedo dejar de apreciar que percibimos los contrastes del relato a través de la mirada de Jesús. Él es quien se desmarca de la ostentación de los escribas y de los ricos, y quien valora la generosidad, la confianza y la esperanza de la viuda. Es maravilloso. La Ley pedía socorrer a las viudas y a los huérfanos; ella está para ser ayudada, si no tiene con qué vivir, mucho menos va a tener la obligación de ayudar. Y, sin embargo, ayuda.

Ella podría pensar que sus monedas no alcanzarán para nada, que no valen, que son insignificantes, que no aportarán. Pero es mujer de esperanza, y confía en ella, y cree en el amor que habita en su propio corazón. Y da sus moneditas. Quizá los ricos piensan que sus monedas valen más porque alcanzan para comprar más, y porque quizá ellos son de aquellos cuyas decisiones determinan el rumbo de la economía mundial, de los que influyen en el sentido de la historia. Pero la mirada de Jesús revela algo muy distinto.

Y por eso me he acordado de la cojita embarazada. Le duele el peso que lleva, uno diría que apenas puede andar solita, ¡ahora embarazada! Uno diría que cómo le va a hacer. Y ella no puede disimular su dolor, pero a punto de llorar se mira el viente y ríe. Porque más allá de sus fuerzas, más allá de sus limitaciones, dentro de ella la vida crece. En su vientre y en su corazón hay vida, y por eso mismo hay risa y alegría. Y la gente la ve, y se ríe con ella. Y su mirada es dulce y es tierna. Es la mirada del amor, es la mirada de Dios, y en sus ojos hay futuro porque en su corazón hay esperanza.


A los ojos de Dios nunca somos poca cosa, nunca somos pequeños, nunca somos insignificantes. A los ojos de Dios siempre somos sus hijos y siempre valemos. Lo que decimos, lo que hacemos, lo que damos, siempre suma y siempre importa. A veces nos carcome el desánimo y la desesperanza, a veces pensamos que nunca podríamos cambiar la historia de violencia y de injusticia que vivimos. A veces pensamos que el mundo está en las manos de los que tienen poder, dinero y armamento. Y quizá sea verdad. Pero la vida, y lo que de verdad importa en ella, el amor, la fe, la esperanza, brotan y crecen en el corazón de los pequeños y los pobres. La vida importa, lo que de verdad importa en la vida, es el corazón sin límites y con esperanza más allá de miedos y de dudas. El dinero roba la paz, pero cuando la vida crece en el corazón lo mismo que en el vientre de la cojita, aunque haya dolor, la alegría se nos desborda, aleja el resentimiento y el victimismo, y reímos y con nosotros ríe la gente, y viendo nuestro contento sabe que Dios existe y se goza en la vida de sus hijos los más pequeños.

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