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Los salmos del Señor Resucitado

Vigilia Pascual
Salmo 30(29); salmo 118(117); Mateo 28,1-10

Si es verdad, como decía san Agustín, que Jesús es el gran cantor de los salmos, esta es la noche en la que voz del Señor canta la profundidad del gozo y de la gratitud por la acción de Dios. Es la noche en la que contemplamos estremecidos al Señor Jesús rasgando la hondura de la oscuridad, bendiciendo al Señor, al amadísimo Creador -diría el Buki-, que lo ha vestido de belleza y majestad, envolviéndolo con la luz como con un manto. Es la noche en que se alegra el corazón de Jesús, y canta agradecido al Padre, porque no lo abandonó en la muerte, ni dejó que sufriera la corrupción. Es la noche en que Jesús aclama al Padre por su victoria, porque el Señor es su fortaleza, su canto y su salvación, el Dios de la libertad. La noche en que canta que alabará al Padre eternamente porque lo ha salvado de la muerte. La noche en la que Jesús experimenta que el Padre tiene palabras de vida eterna, y nosotros contemplamos gozosos, que el mejor canto del Padre es Jesús, y es canto tejido con palabras de vida plena.
 
Esta es una noche para escuchar el canto de Jesús al calor del cirio pascual. Para contemplar su victoria y comprender que su canto es nuestro propio canto. Quizá muchos llegamos a esta noche con el corazón sediento, buscando al Señor como busca la cierva corrientes de agua viva. Quizá muchos hemos llegado a esta noche con luto en el corazón, porque el llanto nos ha visitado por la tarde. A Jesús lo visitó el llanto la tarde del jueves, cuando Judas lo traicionó, cuando Pedro lo negó y los demás se dispersaron; lo visitó el llanto la mañana del viernes cuando vio conmovido la valiente fidelidad de las mujeres, cuyos pies fueron más fuertes que dolor, y se negaron a abandonar al Maestro ante el áspero e injusto madero de la cruz. A María la visitó el llanto la tarde del viernes, cuando recibió en sus manos el Pan partido, la copa levantada, el cuerpo muerto, la sangre diluida de aquél que se hizo humano en sus entrañas, y se hizo hombre bajo la mirada de José, en Nazaret.
 
A muchos nos ha visitado el llanto, y ha hecho de nuestro medio día una tarde gélida y solitaria. Cuando nos dicen que se hizo lo que se pudo, pero la señora o el señor murió, que lo sienten mucho y que llamemos a nuestros familiares, y nosotros sabemos que ni lo sienten ni queremos llamar a nadie porque nos sentimos solos; porque no hay nada más solo, paradójicamente, que la multiplicidad de añicos de un corazón destrozado. Nos visita el llanto cuando las tardes y las noches llegan una tras otra, y no llega el hijo, el esposo que salieron un buen día y nadie volvió a saber de ellos. Nos visita el llanto cuando son los criminales y no el Estado los que tienen el control de nuestras calles. Nos visita el llanto y sabemos que es de tarde, cuando nos dicen que sí, que es cáncer y que comienza la hora de la resistencia. Nos visita el llanto, varias tardes después, cuando nos dicen que vayamos a Jesús, y le decimos que si hubiera estado ahí, nuestro hermano no habría muerto.
 
"El llanto nos visita por la tarde; por la mañana, el júbilo", canta el salmo. Y es Jesús quien lo canta. No quiero consolar a nadie con la promesa de que así como en la tarde nos ha visitado el llanto, por la mañana nos visitará el júbilo. Yo afirmo, y comparto mi fe, que el llanto nos ha visitado por la tarde, es verdad. Pero también es verdad, yo lo creo, y lo creo con todo mi corazón, que en esta noche, nos ha visitado el júbilo. Porque hemos encendido la luz pascual del Señor resucitado y con su Luz hemos traído la mañana y la hemos afianzado en medio de la noche, para que brille en medio de nosotros. Yo creo en la Luz del Cirio Pascual porque creo en el Señor Resucitado. Creo en la luz pascual del Señor Resucitado con la misma intensidad con que río y con que lloro; con la misma intensidad con que creo en la sonrisa del que ríe con la mirada de los ojos que alguna vez han llorado, en la alegría del corazón que ha se ha arrastrado con dolor y rebeldía a través del largo desierto del duelo y la tristeza. Porque tal sonrisa y tal alegría son signos de la vida nueva del Señor Resucitado, y son luz para los que apenas es de tarde y los visita el llanto. Son los que cantan en esta noche que se ha vuelto día: "Convertiste mi duelo en alegría, te alabaré por eso eternamente."
 
"Te alabaré, Señor, pues no dejaste que se rieran de mí mis enemigos", canta Jesús. Ni Judas, ni Roma ni Jerusalén pudieron silenciar para siempre la voz del Maestro que tantas parábolas nos contó para comunicarnos el amor del Padre que nos cubre de besos aunque vengamos del fango de los puercos; la ternura del corazón de Dios que siempre está en busca nuestra, como la mujer que barre el piso anhelosa de su moneda, como el pastor preocupado por su oveja perdida; la confianza de que aunque el trigo y la cizaña crezcan juntos, llegará el día en el que los ángeles del Señor los separarán, y la cosecha de trigo quedará limpia. No pudieron callar para siempre para siempre la voz del hermano que se compadeció del leproso y extendió su mano sobre él y sin repugnancia lo tocó y lo curó; las manos de Jesús, las manos que lavaron los pies de los suyos, las que partieron el pan, las que levantaron la copa; los labios de Jesús, los que se abrían para alabar, cantar y bendecir, los que invocaban a Dios, sus manos siguen curando, sus labios siguen cantando y su canto sigue comunicando el Amor y la Vida plena de Dios.
 
Bendito el Señor en esta noche, en que el amor de Dios la ha traspasado para empaparnos con la luz nueva del día sin ocaso. Nos ha visitado el júbilo, y con júbilo hay que llenar los huecos del corazón, que en esta noche no hay lugar para más hueco que la muerte hueca,
 porque la tumba está vacía. No tengamos miedo, alabemos al Señor eternamente, que con Jesús nos ha salvado de la muerte y a punto de morir nos ha revivido.
 
 
 
 

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