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Encontrar a Jesús, a María y a José en el año nuevo

Lucas 2,16-21

Año nuevo, vida nueva, solemos decir. Hoy ponemos el acento en el año nuevo, pero mejor habría que ponerlo en lo de vida nueva. Porque no se trata sin más de estrenar agenda o calendario, ni de iniciar otra vez la cuenta regresiva de 366 hacia atrás. Se trata de creer en verdad que en Jesús, Palabra de Dios hecha carne,  el Señor nos ofrece vida nueva, vida verdadera, la oportunidad, una vez más, de darle vida a los días de nuestra historia.

La Iglesia celebra en este día el recuerdo de María como Madre de Dios. No es el privilegio de una mujer que vivió hace dos milenios en algún lugar de nuestro planeta. Se trata de celebrar que es el ser humano es capaz de engendrar vida, y vida divina. Porque María es símbolo e imagen de esta gran comunidad de hermanos que somos la Iglesia. Celebramos la vida y nuestra capacidad de dar vida y vida divina a la historia. Ésta es la vida nueva que debemos buscar en el año que comienza.

El evangelio ilumina esta fiesta y esta fecha nuevamente con la narración del nacimiento de Jesús. La orden del censo de parte de Roma ha sido dada. José y María se han puesto en marcha hacia Belén desde Nazaret. La gloria del Señor ha resplandecido en medio de la noche, y los ángeles han anunciado a los pastores la llegada del Salvador, y han alabado a Dios con cantos: ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que gozan de su amor!  Los pastores se pusieron en camino a toda prisa, y encontraron a María, a José y al Niño acostado en el pesebre. Después se volvieron alabando a Dios. María guardaba y meditaba todo en su corazón. A los ocho días, Jesús fue circundado en casa por José, y de él recibió el nombre de Jesús.

Este día de año nuevo queremos vida nueva. Y para encontrarla hay que ponernos en camino con toda prisa, como los pastores, hasta encontrar a Jesús, a María y a José. Encontrar a Jesús acostado en un pesebre y envuelto en pañales, hasta descubrir que la vida nueva que se nos ofrece en el Dios hecho hombre nace de la humildad, de la debilidad y de la impotencia. Del reconocer que no es el poder sino el amor lo que nos hace humanos de verdad. Nacemos a la vida cuando renunciamos a la competencia y dejamos de creer que somos más cuando tenemos más que el otro, o tenemos poder sobre el otro. Nacemos a la vida nueva cuando empezamos a comprender que el reto de la humanidad no está en ser más que el otro, sino en ser mejores, no frente al otro, sino ante uno mismo. Por eso hay que descubrir al Niño del pesebre. Porque un Niño así sólo puede ser visto con compasión y misericordia. Y al otro siempre hay que verlo así, con compasión y misericordia, no con rivalidad. El año nuevo siempre es tiempo de buenos propósitos; podrían ser mejores si tienen que ver con la compasión y la misericordia, hacernos mejores para los demás.

En este año nuevo hay que encontrar a María, para aprender de ella a guardar lo vivido y meditarlo en el corazón. Muchas veces escucho que el ayer no existe porque ya pasó, y que el mañana no existe porque no ha llegado, que sólo tenemos el hoy, y hay que vivirlo intensamente. Entiendo que no podemos vivir arrastrando las culpas y los errores del pasado, entiendo que el futuro no debe angustiarnos, lo que no entiendo es qué es el hoy sin comprender el pasado del que viene, ni qué sentido tiene sin soñar ni construir el mañana hacia el que queremos llegar. Necesitamos en este fin de año traer al corazón lo que hemos vivido, los errores y los aciertos, los encuentros y las rupturas, la vida nueva de los bebés, y la vida más nueva aun de los difuntos, y en todo buscar la acción y la presencia de Dios. Necesitamos guardar en el corazón el horror de los cadáveres en los Arcos del Milenio y en las calles de Boca del Río, porque olvidarlo es dar carta abierta de impunidad a la muerte y a los que viven de la muerte. Si los olvidamos, queda la muerte en lugar de la esperanza. Si los olvidamos, perdemos de vista que queremos llegar al día de mañana en que la paz y la justicia sean posibles para todos. Si olvidamos hoy los robos de ayer, mañana volverán a robarnos. Si olvidamos las mentiras de ayer, volverán a mentirnos mañana. Pero también si olvidamos los gestos de ternura, de alegría y de generosidad de ayer, olvidaremos que hoy, mañana y siempre podemos engendrar entre nosotros la vida nueva que nos viene de Dios.

En este año nuevo tenemos que encontrar a José, que circuncidó a su hijo y le dio el nombre de Jesús. La circuncisión no era un rito solamente religioso. La circuncisión era el signo de pertenencia al pueblo de Dios. Jesús no era sólo hijo de María e hijo de José. Era, como dice la canción de Vicente Fernández, hijo del pueblo, y Pueblo de Dios. Era hijo del Pueblo de las promesas hechas a Abraham y a David. Sin familia, sin pueblo, sin sociedad, sin humanidad, no puede haber vida nueva ni vida verdadera. La salvación es para todos, y si no es para todos, no puede ser de nadie. La salvación comienza en esta historia, o no habrá salvación nunca. No hay salvación sin compasión ni misericordia; no hay salvación desde el olvido, como no hay hoy sin ayer. Ni puede haber salvación sin antes soñarla, del mismo modo que no hay hoy que no tenga mañana.

El año nuevo tiene que recordarnos no que los días transcurren otro tras otro. El año nuevo tiene alegrarnos con la esperanza cierta de que siempre hay un mañana que está viniendo. Hay que tener esta esperanza. Hay que tener fe para ver a Dios como el gran Mañana de nuestra historia, como el amanecer que recoge y da luz a todos los ocasos. Y hay que tener amor para que el Mañana sea de Dios y, por lo tanto, del ser humano, el mañana en que la justicia y la paz se besen, el Mañana en que los hijos de Dios puedan sentarse a la mesa de la fraternidad, y el hambre y la violencia sean un mal recuerdo de cuando no sabíamos ser hermanos.

Que el Señor nos bendiga y nos guarde, nos guarde del egoísmo y la ambición, que se traducen en rivalidad,  violencia y muerte. Que el Señor nos muestre su rostro, que nos muestre el rostro de Jesús niño, de María y de José, que nos muestre su rostro entre nosotros, que formamos entre todos el único rostro de su Pueblo. Que haga brillar su rostro sobre nosotros y nos conceda la paz. Hoy, mañana y siempre. Amén.


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