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Año nuevo: Guardar las cosas en el corazón

Lucas 2,16-21

Estamos ante el final de la escena del nacimiento de Jesús, y la escena de su circuncisión, tenida, como marcaba la Ley, a los ocho días del nacimiento. El día 1o de enero la Iglesia celebra la fiesta de María, Madre de Dios. La maternidad divina es el primero de los dogmas marianos; y más que un dogma mariano, es un dogma cristológico, lo que estaba en disputa en aquellos primeros años de cristianismo era si Jesús era o no Dios. Comprender la naturaleza del ser y la vida de Jesús no es fácil aún hoy; mucho menos lo fue para sus padres, María y José.

La coincidencia de la fiesta de María Madre de Dios con el Año Nuevo me suscita algunas reflexiones, a partir del dato que nos da el evangelista Lucas hacia el final de la escena de navidad. Luego del azaroso nacimiento de Jesús en un establo de Belén, como consecuencia del censo ordenado por el César, el canto de los ángeles y la adoración de los pastores, Lucas nos dice que María guardaba todas estas cosas en su corazón. Guardar las cosas en el corazón, guardar la memoria.

En más de una ocasión nos dirá Lucas que María conservaba los recuerdos en el corazón y los meditaba. El fin de año debe invitarnos a guardar en el corazón la memoria de lo que no puede morir. La memoria en primer lugar de nuestros muertos, de la gente buena que conocimos y que quizá también nos conoció. La memoria de los muertos inocentes, la memoria de los que murieron antes de tiempo, la memoria del rostro y de la voz de los que han sido callados, la memoria de sus palabras, la memoria de la esperanza con que hace un año nos pusimos en camino por este trecho de vida que llamamos el "2010".

Guardar la memoria. Es una actitud que María vive, según nos narra el evangelio y no sólo una vez, pero no es en principio una actitud mariana, sino cristiana; la misma Iglesia nace y vive por el recuerdo guardado del Crucificado, del que descubrió y comprendió que estaba vivo porque fue fiel a su memoria, porque guardó su recuerdo en el corazón, porque se aferró a la convicción de que no dar testimonio de Él suponía darle muerte por segunda vez.

Guardar la memoria exige esfuerzo y mucha voluntad. A mí de tristeza y también coraje la facilidad con que nuestra gente pierde la memoria, el recuerdo de su origen, de su camino, de los obstáculos, de las ayudas, del paso de Dios en la propia vida. Recelo de la sospechosa insistencia de sólo vivir el presente por ser lo único que tenemos; me resisto porque no somos sólo presente, el mundo no nació ni se configuró hace un segundo, ni nosotros llegamos al hoy por generación espontánea; el presente es en buena medida la consecuencia de nuestro pasado y es la única base sobre la cual construir el futuro.

Guardar la memoria es más que un simple ver al pasado. Guardar la memoria es de valientes, porque no cualquiera se atreve a desmenuzar la historia para discernir en ella lo que ha sido de Dios y de su reino: los rostros, los nombres, las situaciones; y también lo que se ha opuesto al plan de Dios, que es de vida y vida plena para todos: también rostros, nombres, situaciones.

Guardar la memoria es de humildes, porque sólo se puede recuperar el pasado caminando sobre él con pie descalzo, respetando el valor de lo genuinamente humano y divino de cada persona que se encontrado con nosotros, reconociendo lo que otros han hecho por nosotros, agradeciendo lo que hemos recibido y lo que hemos superado, manteniendo vivo lo que nos han matado. Guardar la memoria es de humildes, porque sólo los humildes dan las gracias.

Guardar la memoria es de cristianos. Porque creemos en el Dios revelado en la historia, y el presente aislado, ni es historia, ni tiene futuro. Y el presente sin historia es un presente sin Dios, una ilusión, una enajenación inhumana y deshumanizante. Guardar la memoria es de cristianos porque no tenemos más futuro que aquel que se construye desde la recuperación de los muchos crucificados de nuestra historia, porque para nosotros el futuro se abrió cuando la vida brotó de la cruz; cuando el Crucificado fue resucitado por el Padre. María lo comprendió porque siempre guardó en su corazón la memoria de su Hijo. Y nosotros, como ella, no podemos iniciar un nuevo año sin guardar en el corazón la memoria de su Hijo que anduvo con nosotros en el 2010. Y desde mucho antes.

A cada uno, y a cada una, un abrazo. Y que el 2011 nos siga encontrando, entre nosotros y con el Hijo de María y de José, con el Hijo del Dios de la historia.

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