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"Me amó. Y se entregó por mí"

Viernes Santo. Juan 19

Médico que se acerca desde el corazón a la muerte del cuerpo, Arnoldo Kraus, judío y mexicano, escribe en sus relatos reflexivos y autobiográficos Quizás en otro lugar

"Casi siempre ha sido fácil asesinar. Morir en cambio es más complejo. En las calles viejas se muere por medio de piedras o palos; en las calles modernas, con bombas; en la literatura, con palabras; en la poesía, con silencio; en el cine, entre actos; en la música, entre notas. Matar no es parte de la vida, es parte de la condición humana."

De haber sido cristiano, quizá escribiera, para completar su cuadro: "Y en el evangelio, se muere en la cruz." En todo ello se trashuma la verdad de la muerte de Jesús, que recordamos y conmemoramos en esta tarde; con dolor por el amigo y el hermano; con gratitud hacia el Mesías y Señor, Hijo amado del Padre. 

Jesús fue asesinado. De eso nadie duda; fácilmente asesinado; vendido y traicionado por treinta miserables monedas, por uno de sus amigos; fácilmente entregado por los representantes del Templo, que decían honrar y adorar al Dios a quien, pese a las burlas de sus asesinos, Jesús llamaba tiernamente "Papá". Fácil y vergonzosamente abandonado por aquéllos a quienes lavó los pies, para quienes partió el pan, y para quienes sirvió generosamente su sangre como vino en la copa. 

Ni siquiera murió en la calle; murió echado fuera de la ciudad santa, como un apestado, como alguien de quien se teme pueda manchar y contaminar a la ciudad santa de Jerusalén. También en él fue fácil ser asesinado. Fue asesinado como consecuencia de su vida, de su revolucionaria y perturbadora vida puesta enteramente al servicio del Reino de Dios, de la vida, del perdón y la reconciliación, de la gratuidad del amor, de su mesa abierta y de su pan compartido. 

Pero para Jesús, morir fue algo más complejo.  "Nadie me quita la vida", dijo un día el Maestro frente a quienes desde el principio estaban buscando la ocasión para darle muerte, "la doy porque yo quiero." Ellos, los hipócritas y mercenarios de la religión y los borrachos de poder, creyeron matarlo destruyendo la lealtad y comprando su vida por treinta monedas. ¡Pobres ingenuos! ¿De verdad pensaron, de verdad alguien piensa, que se puede asesinar al amor?

Hay otros que piensan que Jesús murió como castigo para salvarnos. Es triste, porque supone que Dios, el Padre, encolerizado, mandó a su Hijo a encarnarse para ser asesinado. Es triste y lastimoso creer que Dios mandó a su Hijo a la muerte para que esta muerte aplacara su cólera como si Dios fuera un ser rencoroso, vengativo, violento y sanguinario. El Hijo murió por fidelidad al amor, porque  ¿de qué otra manera creeríamos en su Palabra, que afirma sin vacilaciones que Dios está siempre con nosotros? El Padre aceptó complacido el homenaje de fidelidad del Hijo. Lloró su muerte, lo recibió en sus brazos, lo acurrucó junto a su corazón y, como el padre sirio que perdió a sus hijos en el ataque con armas químicas, cantó para su Hijo cantos de cuna, para arrullar el último de sus sueños aquí en nuestra tierra.

Desde entonces, la misma historia: piedras, palos y bombas que matan inocentes en nombre de Dios; cobardes que se esconden detrás de las armas, el poder y el dinero para vivir a costa de los demás, y matar a quien les estorbe. Desde siempre, palabras que no alcanzan para describir el horror de la muerte. Silencios que atraviesan la noche para llorar a escondidas al hijo, al padre, al amigo, al hermano muerto o desaparecido. Música que canta lo que los labios no saben ya rezar. Cruces injustas junto a las cuales el coraje de María, la Madre; el amor del amigo, y la libertad de Magdalena, la mujer que se aferró a su dignidad de hija de Dios. Coraje, amistad y libertad, que resisten y persisten en el amor, y con la ternura de su recibir el cuerpo de Jesús, de su besar sus heridas, de su envolverlo para el sepulcro, honraron la dignidad humana del Hijo de Dios. 

Tras la muerte de su tío, la sobrina del Quijote le dedicó unos versos de epitafio. Terminan así: "Acreditó su ventura/ morir cuerdo y vivir loco". Lo mismo se puede decir de Jesús. Murió cuerdo y vivió loco; loco de amor por Dios y loco de amor por sus hermanos; loco de amor por el Reino y loco de amor por la vida. Como siempre. Siempre amando, siempre entregándose, siempre fiel al Padre, siempre fiel a la humanidad, siempre fiel a la vida. Siempre fiel al amor. Quizá sigan habiendo piedras que maten en las calles y bombas que destruyan inocentes, palabras que no alcanzan a describir el horror de la muerte; silencios que oculta lágrimas y música que canta lo que los labios ya no saben rezar. Pero en todo ello, como la nota última, como el último canto, como el más bello silencio, como la palabra definitiva, Jesús y su evangelio, su morir en la cruz, su morir por amor, amor tan cierto, tan sólido, tan fuerte, que con el Apóstol Pablo no vacilamos en decir: "Me amó. Y murió por mí."

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