El mediodía del viernes de Pascua de este año fui a comer con el director de mi tesina de Teología. Durante la comida, salió a la conversación Hans Küng; le pregunté a mi maestro si él lo había conocido cuando estudió en Europa, me respondió que lo conoció en México, en la parroquia de san Juan Bautista en Coyoacán, donde entonces vivía. Hans Küng andaba de visita en nuestro país, era el año 2007, según recuerdo. Hans andaba por el barrio de la Conchita, cuando pidió ir a celebrar la Eucaristía. Fue entonces que lo llevaron a la parroquia de los franciscanos. Ahí le pidieron a mi maestro, doctor en Teología Moral, que lo atendiera. Lo presentó ante la feligresía de ese día comentando que entre ellos estaba uno de los teólogos más importantes que había en ese momento en el mundo. ¿Quién es Hans Küng?
Nacido el 19 de marzo de 1928, como regalo de san José para la Iglesia que protege, el joven Hans, influido por su párroco en una patria de libertad, quiso ser sacerdote, pero pidió estudiar en Roma, en la Universidad Gregoriana. Ahí la teología escolástica no llenó su corazón de creyente, de manera que comenzó a recorrer con inquietud académica otras universidades. Incursionó en la teología de Karl Barth, teólogo reformado, en la que profundizó y con la cual se doctoró en París, luego de haber recibido el ministerio presbiteral. Su tesis doctoral fue publicada y por ella se le abrió un expediente en el Tribunal del Santo Oficio, la antigua Inquisición. Fue llevado como teólogo al Concilio Vaticano II, en 1962, donde el Papa Juan XXIII lo nombró perito del mismo. Sus aportaciones fueron en la línea de la Iglesia, y las reformas que ésta necesitaba para seguir anunciado a Jesucristo en el mundo actual. Sistematizó y publicó sus estudios al respecto, y pronto se ganó el reconocimiento mundial, incluso fuera del ámbito eclesial católico.
Pero siguió bajo la mirada del Santo Oficio. A raíz de la publicación de la encíclica Humanas Vitae, de Pablo VI, publicó un controvertido estudio sobre la infalibilidad del Papa, sin dudar ni perder de vista su propuesta de que en realidad es la Iglesia en su conjunto la que es infalible, en la que la verdad permanece a pesar de sus errores a lo largo de la historia. Fue también acusado de negar la divinidad de Jesús, por su cristología que nace de la figura histórica de Jesús de Nazaret, y lo que Dios reveló de sí mismo en ella. Bajo el papado de Pablo VI, las acusaciones contra él se mantuvieron en relativa suspensión. En diálogo personal con él, afirmó ante el Papa su vocación como teólogo católico al servicio de la Iglesia, entendida ésta como Pueblo de Dios. Juan Pablo I conocía su obra, la valoraba positivamente, y tuvo comunicación directa con él, lo cual hizo creer a Hans que su persecución oficial terminaría y finalmente podría dar sus clases en paz. Pero Juan Pablo I murió al poco tiempo, y bajo el pontificado de Juan Pablo II, la Congregación para la Doctrina de la Fe y el conjunto de obispos alemanes, decidieron, tras una larga acción concertada en Bruselas, retirarle su licencia para enseñar teología católica, aunque mantuvo su licencia para ejercer el sacerdocio, unos días antes de la navidad de 1979, cuando ya se encontraba de vacaciones. Con todo, nada pudo detener que la noticia fuera fuertemente comentada y debatida en todo el mundo.
Buscando revertir la decisión, quiso una entrevista personal con el Papa, buscó la ayuda de amigos obispos y cardenales, que lo dejaron solo. Sus compañeros de la Facultad de Teología católica de Tubinga, donde enseñaba, a pesar de haberle asegurado su apoyo, se desdijeron públicamente en su mayoría. Se le ha reprochado poca disposición para el diálogo con la Congregación para la Doctrina de la Fe. En realidad, se mantuvo firme en no dejarse interrogar por la inquisición; pugnó más bien por un proceso justo según los Estados modernos, con un abogado defensor, con el derecho de conocer el expediente completo de su proceso, los nombres de sus acusadores, e iniciar un diálogo con un grupo de peritos en las materias cuestionadas. Su universidad separó el Instituto de Investigaciones Ecuménicas, fundado y dirigido por él mismo, de la Facultad de Teología católica de Tubinga, para que pudiera acogerse a la libertad de cátedra garantizada por el estado alemán.
En sus memorias, Hans Küng cuenta todo esto sin ánimo revanchista ni para ajustar cuentas con nadie. Pero afirma que fue entonces cuando se sintió más solo y más agotado, más abandonado que nunca, triste y decepcionado, aún por Dios. Como los discípulos de Emaús. Creían que Jesús era el libertador nacional y sus esperanzas terminaron en la cruz. Cayeron entonces en la tentación de abandonar la comunidad de los discípulos, como hacemos nosotros, cuando nos sentimos tristes y decepcionados de todo, de los amigos, de la familia, del gobierno, de la Iglesia, y aun de Dios mismo. Creyeron que Dios los había abandonado cuando en realidad, Jesús caminaba y camina a nuestro lado, sosteniéndonos, impulsándonos, y a veces cargándonos, como el Buen Pastor que es.

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