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La oreja de Van Gogh y los sabios de Oriente: la manifestación de Dios

Mateo 2,1-12

Además de la famosa oreja que se arrancó el pintor holandés de mediados del siglo XIX, Vincent Van Gogh, no se sabe bien a bien por qué, si para enviársela a una prostituta que había sido su amante y de la que estaba enamorado; o como regalo de bodas a su hermano, del que dependía económicamente; o si se la cortó en un lance su íntimo amigo, el también pintor Paul Gauguin, y entre ambos acordaron decir que él mismo se la arrancó para evitarse problemas con la policía -de todo esto lo único cierto es que cuando perdió la oreja Van Gogh ya estaba perdiendo la razón, y así seguiría hasta su muerte a los 37 años, de la que tampoco sabemos si fue un suicidio o un asesinato-; además de esta oreja, la otra famosa Oreja de Van Gogh es una agrupación española de pop, surgida en San Sebastián en 1996.

Entre sus canciones, La Oreja de Van Gogh tiene una en la que rinde homenaje a las víctimas del atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid, diez explosiones en el metro de la capital española cuya autoría se adjudicó Al Qaeda, y que dejaron oficialmente 190 muertos y 1857 heridos. La canción se llama "Jueves" y cuenta la historia de una pareja de jóvenes que diariamente coinciden en el tren, en el metro, y esta coincidencia va siendo cada vez más intencional porque ambos se gustan. La historia está narrada por la voz de ella. Y cuando finalmente ella decide romper la distancia y establecer contacto directo con él, se interrumpen la voz y la música, y uno comprende -lo bello de la poesía es que lo que se cuenta basta para imaginar también lo que no se dice- que el silencio encubre la explosión del atentado, tras el cual los jóvenes aún pueden reconocerse, confesarse su amor y al parecer morir.

La canción puede dividirse en tres partes o etapas. La primera, la etapa del coqueteo:

Si fuera más guapa y un poco más lista,
si fuera especial, si fuera de revista,
tendría el valor de cruzar el vagón
y preguntarte quién eres.

Te sientas en frente y ni te imaginas
que llevo por ti mi falda más bonita.
Y al verte lanzar un bostezo al cristal
se inundan mis pupilas.

De pronto me miras, te miro y suspiras;
yo cierro los ojos, tú apartas la vista;
apenas respiro, me hago pequeñita
y me pongo a temblar.

Y así pasan los días, de lunes a viernes,
como las golondrinas del poema de Bécquer.
De estación a estación, enfrente tú y yo,
va y viene el silencio.

La segunda parte de la canción es el juego de las palabras, la comunicación personal.

Y entonces ocurre, despiertan mis labios,
pronuncian tu nombre tartamudeando.
Supongo que piensas: "¡qué chica más tonta!",
y me quiero morir.

Pero el tiempo se para y te acercas diciendo:
"¡Yo no te conozco y ya te echaba de menos!
Cada mañana rechazo el directo
y elijo este tren."

Y ya estamos llegando, mi vida ha cambiado.
Un día especial este once de marzo.
Me tomas la mano, llegamos a un túnel
que apaga la luz.

Aquí se hace el silencio, y marca la tercera parte de la canción, la final, la de la valiente fidelidad del amor.

Te encuentro la cara, gracias a mis manos.
Me vuelvo valiente y te beso en los labios.
Dices que me quieres y yo te regalo
El último soplo de mi corazón.

El relato de los sabios de Oriente, como los llama el evangelio de san Mateo, podría también tener una estructura de tres partes paralela a la de la canción de La Oreja de Van Gogh. Ayuda mucho poner en la boca de Dios las palabras de la canción. En la primera parte, los sabios siguen la luz de la estrella. Es la historia de los primeros "coqueteos" entre Dios y la humanidad. Entre las pruebas de la existencia de Dios, Xabier Pikaza habla de la prueba del amor: Buscamos a Dios y Dios nos busca. Dios que trata de seducir, de fascinar, de atraer a su pueblo. Es la historia de la humanidad que en sus primeros pasos descubre las huellas de lo divino; es la historia de nuestros primeros balbuceos en la fe, de las primeras oraciones que aprendemos en casa. Los momentos en los que Dios se pone "guapo" para nosotros, en la naturaleza y en la historia, y comprendemos que Dios y nosotros, su pueblo, vamos en el mismo tren. Pero no es suficiente.

Se precisa dar el paso a la segunda etapa. En ella, Dios y la humanidad pasan del juego de miradas al juego de palabras. Lo mismo que los sabios de Oriente en Jerusalén, entramos en contacto con las Sagradas Escrituras, que no es una simple colección de frases y relatos sin más, sino, precisamente, el recuento de esta historia de romance y de amor entre Dios y su pueblo. Como todas las relaciones de pareja, esta historia tiene sus altibajos, sus momentos de aparente ruptura pero también sus momentos de búsqueda y reconciliación. Si la Escritura es la historia de Dios con su pueblo, al entrar en contacto con la Escritura, entramos en contacto con el pueblo. La fe no se vive en soledad, sino que se profesa, se vive y se celebra en familia, en comunidad, en Iglesia. En el gran relato de amor conservamos la memoria del momento en que Dios, lo mismo que la joven de la canción, pronuncia nuestro nombre, nos nombra en voz alta, y quizá Dios mismo por un momento haya sentido -como piensan muchos, que esto de creer en un Dios bueno y personal que nos ha nombrado y, nombrándonos nos ha dado la vida y todo lo que hace maravillosa-, que esto de la fe es cosa de tontos. Pero existe el pueblo que responde a la palabra y acude a quien lo nombra para decirle: "¡no te conozco y ya te echaba de menos!"

Y llegamos finalmente a la tercera etapa, la de la valiente fidelidad del amor, en la que muchos pueden sentirse decepcionados. Le pasó a Manolito, en casa de Mafalda. El papá de ella se rasuraba, y alcanzó a escuchar el diálogo entre Mafalda y Manolito:
-¡¡Mañana a la noche pasan los reyes, Manolito!!
-Los reyes, sí... Te diré, Mafalda, este asunto de los reyes, ¡en fin!, uno va creciendo...
-¿y?
¡Zas!, pensó el papá de Mafalda, rasuradora en mano.
-Y, pues, empieza a darse cuenta...
-¿A darse cuenta? ¿De qué?
-De que como financistas son un desastre. ¡¿Dónde se ha visto regalar la mercadería un año, y otro y otro, ehhhhh!?


Los magos buscaban a un rey recién nacido, es verdad; no sorprende, pues, que hayan encontrado a un niño. Pero no deja de ser asombroso y confrontante que el rey buscado, el mesías prometido, sea un niño pequeño, débil, vulnerable, indefenso, casi solo. En la casa sólo estaban la Madre y el niño. Uno podría pensar que José estaba ausente porque estaba trabajando, pero en la narración del evangelio, como en cualquier tiempo  y lugar de la historia, en un reino sólo puede haber un rey; el hijo sólo puede ser rey si el Padre ya no está. José se retira humildemente a un lado para significar que el rey es el Hijo, no él. José lo comprendió; Herodes, no. Y a muchos sucede que prefieren desaparecer a Dios antes que renunciar a sus coronas. Es el momento en que el amor recibe el desafío de la valentía y la fidelidad. Hay que encontrarnos personalmente con Jesús, adorarlo, postrarnos ante Él como el Rey y Mesías que es, como la Palabra de Dios por la que todo vino a la vida, como la Palabra que se hizo carne y puso su tienda entre nosotros; al que contemplándolo en su humanidad pequeña, débil, vulnerable, abandonada y ajusticiada en la cruz, contemplamos la gloria de Dios llena de gracia y de verdad. Se precisa fidelidad y valentía para reconocer en Él, en la cruz, la plena manifestación de Dios y de su amor por la humanidad. Se precisa fidelidad y valentía para que, en los propios momentos de cruz, cuando explotan en nuestras vidas la adversidad, el dolor, la injusticia, el hambre, la violencia, la sangre y aun la muerte, reconozcamos la caricia de las manos de Dios, las manos que nos modelaron del barro, las manos que saben amar, y digamos a Dios: " te quiero". Y a cambio recibamos de Él su Espíritu, el último, el único soplo de su corazón.

Comentarios

  1. El coqueteo de Dios hacia nosotros, muchas veces no lo vemos, claro que lo sentimos, porque estamos vivos, pero somos sordos, ciegos y mudos.
    Dios quiera que poco a poco con su gran amor que nos tiene podamos ser luz para todos los que nos rodeen.
    Gracias por compartir su homilia.
    Bendiciones

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