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El Señor ha visitado a su pueblo

Lucas 1,39-45

No sé si por naturaleza, por evolución o por deformación cultural, pero parece que la humanidad es chismosa. Recuerdo cuando Susanita observó que Manolito pintaba un corazón sobre una barda, y corrió desbocada para avisar al grupo de amigos que Manolito estaba enamorado. Todos fueron en tropel a ver de quién se trataba,  para descubrir que lo que estaba dentro del corazón era un signo de pesos. Pero no sólo eso. En su breve historia de la humanidad, el Dr. Noah Harari señala que las teorías sobre el modo de vida de los antiguos humanos hablan más bien de los gustos y aficiones de los investigadores que las han propuesto, dada la carencia de datos sólidos y suficientes. Lo mismo que, opinan algunos, las teorías de Freud hablan más de sus propias perversiones sexuales que de las de los demás. Suele pasar que los chismes hablen más del chismoso que del suceso en sí, tendemos a ser egocéntricos. Un día, sentados en el parque, Mafalda leía el periódico y Miguelito pensaba sonriente, con la mirada a lo lejos. De pronto, voltea a ver a Mafalda y le pregunta: "Decime, Mafalda, ¿antes de nacer nosotros existía realmente el mundo?" Le responde: "¡Mirá que sos tonto, Miguelito! ¡Claro que existía!". Miguelito le reviró, luego de pensar entristecido: "¿Y para qué?"

Numerosas teorías hay sobre las razones por las cuales María visitó a su prima Isabel, ni por qué realizó sola el viaje, además de peligroso, impensable en el contexto de aquella época, en que una mujer no viajaba sin la compañía de un varón. Algunos, ciertamente morbosos, han dicho que para ocultar su embarazo virginal, quizá para que no la descubriera José, pero el texto evangélico no dice nada de esto; tampoco parece que se haya ido por un pleito con Jose a raíz, precisamente, del embarazo, pero cuando María vuelve, su embarazo sería aún más notable, y regresa como llegó con Isabel, sola, no hay nada que indique una reconciliación con José. Otros de corazón más servicial han dicho que María visitó a Isabel para asistirla en los últimos meses del embarazo, los más pesados. Pero esta noble teoría tiene el defecto de no indicar por qué María no se quedó a ayudar a su prima luego de que ésta diera a luz, cuando su ayuda seguía siendo igualmente o más necesaria que antes.

Lo cierto es que gracias a que María viajó sin José, y a que Zacarías estaba mudo por sus manifiestas dudas frente al anuncio del ángel -a pesar de que las dudas eran la reacción más lógica- pudimos ver el abrazo emocionado de dos mujeres, celebrando la vida, la liberación; celebrando que el Señor puso sus ojos en ambas, en la humildad de sus esclavas, en una mujer anciana y estéril que no por ello ni por la burla de sus paisanos dejó de ser fiel al Señor y servirlo; en una mujer joven y virgen que aceptó confiar no sólo su presente, sino su futuro, su vida entera sin reserva alguna al Señor. Un abrazo más veremos en el evangelio de san Lucas, fiel a su manera de escribir en paralelo. Si Jesús cura a un varón, enseguida curará a una mujer. Si ahora se abrazan dos mujeres, más adelante se abrazarán dos hombres. Y, en efecto, más adelante veremos al padre del hijo pródigo recibiendo con un abrazo al hijo que se había alejado de él en una vida de pecado. El abrazo es vida y es misericordia.

Lo único que podemos deducir de la narración evangélica es que María fue a visitar a Isabel para gozarse con ella por la misericordia con que el Señor las trató, para felicitarse y bendecirse porque creyeron en la Palabra del Señor. No importa que no fueran varones, ni sacerdotes, no importa que fueran mujeres pobres y marginadas. La razón de su gozo y la razón de la escena no es tanto que María visitara a Isabel, sino que el Señor había visitado y redimido a su pueblo. 

Quizá en la navidad los cristianos menos maduros se preguntarán qué cenarán, qué les regalarán, quién pasará la navidad con quién, que se vestirán, si los demás estrenarán... Los cristianos maduros se reunirán para abrazarse, para bendecirse, para celebrar que el Señor nos ha visitado y nos ha redimido, que nos ha renovado y nos ha llenado de vida plena. Y alabarán y bendecirán al Señor porque el mejor regalo, la mejor comida, la mejor bebida, es el Hijo que el Padre puso en nuestras manos; su propio Cuerpo que se nos sirve en el Pan de la Eucaristía, su propia sangre, escanciada en la Copa de la fraternidad. 



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