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La suegra de Simón

Marcos 1,29-39

Una bella y elocuente secuencia narrativa la que cuenta san Marcos. Después de exorcizar a un hombre un sábado en la sinagoga, enseñando que la voluntad de Dios es que sus hijos tengamos vida, Jesús entra en la casa de Simón, al que invitó a dejar sus redes y seguirlo. En casa le presentan a la suegra de éste; si vive con su yerno, significa que ya no hay ningún otro varón que tuviera derecho sobre ella: ni padre, ni marido, ni hijos. Quizá su enfermedad es el dolor de saber que está sola, al amparo de un hombre que no es de su casa de ni su familia. Alguno dirá que flaco favor le hizo Jesús curándola para que se pusiera a servirlos. Pero Jesús no habilitó a una sirvienta; dignificó y puso de pie, a una mujer; y a quien sólo tenía como horizonte la muerte, le abrió la perspectiva de un nuevo sentido de la vida, sentido que se descubre cuando experimentamos la cercanía de Dios, que nos amó primero, que nos ve con compasión y nos trata con misericordia. Después nos dirá el evangelio que al ponerse el sol eran muchos los enfermos que fueron llevados a la casa de Simón para que Jesús los curara. Que después Jesús se retiró a orar y que Simón se acercó a él y lo interrumpió diciéndole, quizá con aire triunfalista, que todos lo andaban buscando, pero Jesús, se retiraría a otros lugares, para seguir curando y predicando el evangelio.


Un día llegó Felipe a casa de Mafalda, “¡Hola!”, la saludó; llevándose el dedo a la boca, Mafalda le respondió: “¡Shhh! En voz baja, que tengo un enfermo en casa.” Y entrando tras ella preguntó: “¿está enfermo tu papá?”, “no”; ¿tu mamá, entonces?”, “tampoco”, llegaron a una habitación y contemplaron echado en una cama, como la suegra de Simón, al mundo. El mundo está enfermo. Si es verdad que la voluntad de Dios es nuestra vida, entonces es verdad que la voluntad de Dios es que restauremos nuestra vida; si es verdad que la Iglesia es el Cuerpo del Señor Jesús en la historia, entonces es verdad que la voluntad de Dios es que nos acerquemos como Jesús desde la compasión a la humanidad postrada, a la humanidad ninguneada, a la que se ha reducido al olvido y al silencio, a la que ha sido arrojada al rincón del desprecio, de la burla o del anonimato en la historia. La anciana y enferma suegra de Simón sigue doliéndose entre nosotros, necesitamos acercarnos a ella, tocarla, tomarla de la mano y ponerla de pie. Tiene muchos rostros y muchos nombres. Los que se divorciaron y reconstruyeron un proyecto de vida compartida con una pareja distinta; los que deciden compartir la vida en el amor siendo del mismo género; los indígenas, cuya pobreza y abandono suma siglos; los que forman parte de cualquier grupo minoritario. No son cristianos de segunda, no son humanos incómodos y apenas soportables, son nuestros hermanos cuya presencia y servicio nos hacen falta para ser la Iglesia de Jesús y para salir con ellos al encuentro de otros muchos a quienes la vida y la dignidad les ha sido negada o regateada.

La suegra de Simón es hoy nuestra empobrecida y desangrada Patria, que en Guerreo y no sólo en Guerrero espera ser vista con compasión. No podemos no vernos con compasión, no podemos no vernos. Aunque nos moleste y nos harte, necesitamos acercarnos al dolor de pueblo, necesitamos, dice el Papa Francisco, tocar la carne sufriente de Cristo en el Pueblo, necesitamos bajar a las fosas, tocar la carne en otro tiempo viva de los que ahí fueron tirados como si fueran basura y no hijos de Dios; necesitamos salir a la calle y recordarnos que nos faltan 43; necesitamos tocar las lágrimas de los que lloran y extrañan a sus ausentes. Porque si no lo hacemos el silencio y la indiferencia nos hacen cómplices de la muerte y del delito. Porque donde están, todos ellos: los desaparecidos, los muertos, los excluidos, esperan a ser nuevamente puestos de pie y volver a compartir la vida con sus hermanos.

Es preciso que, como Jesús, nos retiremos un momento a la oración, volver unos instantes al Padre del que todos nacimos, para decirle que lo necesitamos, que necesitamos de su fuerza y de su gracia para restaurar nuestra vida, para que nuestra vida dé gloria a su nombre, para decirle que esperamos que nunca llegue el día en que el nombre que nos fue dado en el bautismo sea pronunciado por Él con vergüenza y con tristeza, por nuestro miedo o nuestra apatía.


El Papa Francisco ha insistido mucho en que salgamos de la indiferencia y de la comodidad, que salgamos a comunicar el evangelio y, movidos por la fe, a practicar la caridad, y que nuestros actos de caridad, por pocos y pequeños que sean, nos ayuden a sentir esperanza, a saber que mientras nos tengamos tenemos la posibilidad de un mejor porvenir, y que la esperanza así construida nos ayude a ponernos de pie, a compartir la vida y a celebrarla gozosamente.

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