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Exorcismo o enseñanza

Marcos 1,21-28

Una escena ambigua y peculiar la que relata el evangelista Marcos, cuyo centro es un acto de exorcismo llevado a cabo por Jesús un sábado en la sinagoga a un hombre poseído por un espíritu impuro. Pero la ocasión de la escena y el final de la misma están claramente señaladas: La enseñanza de Jesús. Un día Susanita estaba comiendo helado delante de Miguelito, al que se le hacía agua la boca, y le dice Susanita: "¿Convidarte? ¡NO!" "Está bien", responde Miguelito muy indignado y señalando el helado con su índice derecho, "¡igual yo esa porquería no la probaría jamás! ¿Me oís? ¡JAMÁS!" Susanita aprovecha la ocasión para ponerle helado en el dedo, Miguelito se voltea y sorbe ruidosamente el helado, después se vuelve nuevamente hacia Susanita y, viendo su dedo limpio, le dice: "Un día este dedo va a darme un disgusto con su falta de carácter."

A diferencia del dedo de Miguelito, la gente de Cafarnaúm está gratamente sorprendida por Jesús, lo admiran por su carácter, porque enseña con autoridad, no como los escribas o maestros de la Ley. Tras el exorcismo, el desenlace es nuevamente la admiración de la gente por el carácter de la enseñanza de Jesús y la autoridad con que enseña. La admiración, hay que advertirlo, no es por el poder de Jesús desplegado en el exorcismo, sino por su enseñanza. Por lo tanto, en esta escena el exorcismo no es un gesto de poder sino el contenido de la enseñanza de Jesús.

Jesús entra en la sinagoga a enseñar, es día sábado, es el día del Señor, es el día del descanso y, por lo tanto, el día de la libertad que iguala al ser humano con Dios. Dentro de ella está un hombre poseído por un espíritu impuro. Sabemos que la Ley de la Pureza era el gran bastión de una corriente fuerte dentro del judaísmo especialmente después de la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70: el fariseísmo. Nada que sea impuro puede estar en la presencia de Dios. Pero al hombre impuro no lo descubrimos ni lo descubre nadie sino hasta que increpa a Jesús. ¿Es un ironía? Si imaginamos al hombre poseído caminando por las paredes, con los ojos desorbitados, peinado de Medusa y pegando alaridos insoportables, estamos muy equivocados, a un loco semejante no le habría permitido nadie que entrara en la sinagoga. Lo cual significa que nos lo hemos de imaginar perfectamente sobrio, lúcido, cuerdo, sentado como todos los demás, compartiendo con los demás el mismo horizonte de comprensión. 

Es a raíz de la presencia y la enseñanza de Jesús que el hombre reacciona y deja ver que está habitado no por el Espíritu de Dios, sino por un espíritu impuro. Es fuerte la escena, es fuerte no por la espectacularidad del hombre poseído, sino por la denuncia que comunica: la impureza se ha apoderado de la sinagoga, la impureza consiste en una enseñanza que se ha comunidad en nombre de Dios, que ha manchado y profanado su nombre y, sobre todo, ha ensuciado y deformado la vida y la conciencia del ser humano. "¿Qué hay entre tú y nosotros, Jesús de Nazaret?, ¿has venido a destruirnos?" Las palabras del hombre poseído por el mal espíritu recuerdan las que lanzó un día la viuda de Sarepta al profeta Elías. La mujer y su hijo único estaban a punto de morir de hambre y de pobreza cuando recibieron la visita y el favor del profeta. Pero luego el hijo enferma a punto de morir, y la viuda reclama a Elías: "¿Qué hay entre tú y Dios, hombre de Dios?, ¿has venido para recordar mi culpa y matar a mi hijo"

La semejanza en las palabra de ambos relatos sugiere que estaba en la conciencia de la gente estaba muy introyecta la idea de que el mal que padecemos tiene su origen en Dios, más aún, que es un castigo que Dios nos manda a causa de nuestros pecados. En el lenguaje plástico de la escena del evangelio, esta idea es simplemente inmunda, diabólica. Dios nunca viene a oprimirnos, a fustigarnos con el lenguaje de la culpa y del pecado. Jesús libera al ser humano y a Dios mismo de esta falsa imagen, y nos lo devuelve nítidamente como lo que verdaderamente es, y como desde siempre se ha revelado a sí mismo: como vida y como amor, que brota de la compasión y se expande por los canales de la misericordia. 

Jesús no vaciló no vaciló ni expuso tímidamente esta idea, ni siquiera la expuso sólo como una idea, el evangelio muestra que en verdad curó al hombre poseído, que por cierto habla en plural, señal de que son muchos los que padecían por este espíritu que alguien un día les introyectó. El exorcismo de Jesús fue su enseñanza, y consistió en una absoluta limpieza de un corazón que por fin encontró la paz y el descanso, que no pudo darle la sinagoga fariseo. Lo triste y lo indignante es que siguen siendo muchos los que hasta hoy sufren por eso. Siguen siendo muchos los que sufren creyendo que al final de cuentas el holocausto judío, los desaparecidos de Ayotzinapa, los miles de cuerpos clandestinamente enterrados a lo largo y ancho de país, la explosión del Hospital Materno Infantil de Cuajimalpa son cosas que pasaron no porque gente enferma de dinero y de poder así lo quisieron, sino porque Dios quiso o porque Dios las permitió, que es lo mismo, o que Dios sabe por qué, y así diciendo queremos consolarnos y la verdad es que lejos de sentir consuelo sentimos rebeldía y no es ilógico ni casual que por esa idea, que es inmunda y diabólica, gente noble e inteligente prefiera deslindarse de semejante Dios. En realidad, están a mitad de su propio exorcismo, están liberándose de una falsa imagen de Dios, y sólo les falta lo que, espero, tengamos nosotros: el asombro y la fascinación frente a Jesús, que nos seduce porque se ha puesto al lado del que sufre y del que es pobre, porque comunica tiernamente su misericordia y defiende con autoridad la bondad de Dios, que es vida y libertad para todos sus hijos. 


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