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Palabra de Luz, Palabra de Vida

Hebreos 1,1-4; Juan 1,1-18

De niños hablamos, pensamos e imaginamos de una manera muy particular. Cuando yo era niño, me extrañaba y hasta me molestaba un poco que cuando íbamos a misa de Navidad el 25 de diciembre escucháramos un texto para mí ininteligible, y yo quería escuchar el relato en que María y José iban a Belén, y los ángeles cantaban y los pastores adoraban al Niño Jesús. No pensaba yo que la Navidad pudiera tener significados más profundos. Cuando el papá de Mafalda colocó el árbol de Navidad acompañado de su hija, le dijo: "Y en lo alto de todo, la estrella que guió a los reyes hasta Belén"; luego le preguntó, mientras enchufaba el árbol a la luz, "¿sabes qué llevaban los reyes en sus alforjas?", y entonces un corto circuito oscureció todo, y Mafalda respondió: "¡Sí, fusibles!" Los niños contestan según su conciencia.

Cuando nació mi ahijado Miguel Martín, le hacía yo cosquillas en la panza y le decía: "¡kiskiriskis!" Y el tiempo pasó, y Kiskiriskis vino a ser su "alias", y cuando entró al preescolar, la maestra lo llamaba "Miguel", y no volteaba; le decía "Martín", y no respondía, y cuando le preguntó su nombre, el niño dijo: "Kiskis". Y, por supuesto, que mandaron regañar a los papás, no sabiendo que la culpa era del padrino. Nuestra suposición era que el niño razonaba: "Martín es mi papá; Miguel, mi padrino, ¡yo soy Kiskiriskis!"

Quizá de los niños aprendió la Iglesia a entender la revelación de Dios. Desde el principio Dios nos hablado de muchas maneras, por medio de la naturaleza, de los demás, de la historia, de los profetas, pero llegó el día en que nos habló por medio de su hijo. Hemos comprendido que Jesús, que nació de María, la Virgen esposa de José, es la Palabra que finalmente Dios nos ha dirigido para comunicarnos plenamente quién es Él. Finamente Dios consideró que nosotros su pueblo teníamos ya la madurez suficiente para entenderlo. Podía dejarnos de hablar de otras muchas maneras, que se asemejaban a las palabras y a los gestos con los que platicamos con los niños, para finalmente hablarnos de tú a tú y cara a cara, de corazón a corazón. 

Esto es lo que hoy celebramos. Que Dios ha nacido como humano y lo ha hecho para comunicarnos la verdad de su amor y de su gracia. En Jesús, el hijo virginal de María y de José sabemos quién es el Dios en el cual creemos. En Jesús, hemos dejado atrás falsos mitos y vagas imágenes de Dios. Ahora comprendemos que la Ley nos fue dada por Moisés, pero que el amor y la verdad nos fueron dados por Jesús. Gracias a Jesús hemos comprendido lo que Dios quería cuando Moisés nos dio la Ley, Dios quería que fuéramos un pueblo de hermanos, que compartiéramos la mesa fraternalmente la mesa para poder compartir solidariamente la vida. 

Dios ha hablado su palabra más hermosa, la más cargada de significado: Jesús. En el pequeño que se ofrece débil y vulnerable frente al Imperio, Dios nos ha dicho que su fuerza es la no violencia. En Jesús que curó a los enfermos y resucitó a Lázaro, Dios nos ha dicho que la vida es su amor; en Jesús que tocó a los leprosos y a las prostitutas nos ha dicho que la cercanía y la inclusión es la verdad de su amor; en Jesús que comía con los publicanos y los pecadores, Dios nos ha dicho que el perdón es la verdad de su amor; en Jesús, que oraba a solas por las noches, Dios nos ha dicho que la fidelidad del corazón es la verdad de su amor. Jesús es la verdad del amor de Dios, por eso lo llamamos Maestro y Señor de vida plena. 

Por eso, en este día, con el corazón de María y la mirada de José, en el silencio de Belén, lo escuchamos plenamente, para darnos cuenta que la verdad del amor de Dios manifestado en Jesús, más que un dogma o una doctrina, es la plenitud de la vida para todos y cada uno de sus hijos, comenzando por los últimos y los caídos, por aquéllos que, como Lázaro, en la fría oscuridad de una tumba, en el olvido o en la clandestinidad de una fosa, en el limbo de la desaparición, abren sus corazones para escuchar el grito de la Palabra de Vida, que los llame y los ponga de pie en medio de sus hermanos, para celebrar juntos la fiesta de la vida que comenzamos en aquella primera navidad.


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