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La familia de Nazaret

Lucas 2, 22-40

Cuando regresé a vivir al DF hace dos años, me fui en uno de mis días libres a reconocer los antiguos lugares por los que anduvo nuestro Fundador, el Padre José María Vilaseca, entre ellos la casa donde nacimos. Los josefinos fuimos fundados el 19 de septiembre de 1872, en la Ciudad de México, concretamente en una casa ubicada en lo que entonces era el callejón del montón, número 3, esquina con la calle de las beas, en el centro de la ciudad, en lo que actualmente son las calles de las Cruces y Mesones, respectivamente. El lugar, mucho tiempo abandonado, es ahora una papelería en la planta baja, y una elegante fonda en la planta de arriba. De ahí me fui a la casa en donde a su vez fueron fundadas las Hermanas Josesfinas, en la calle de Regina, y donde actualmente hay una tienda de productos para adultos. El caso es que mientras iba de camino de una casa a otra, sobre la calle de Regina me encontré con un enorme mural de la familia Burrón, la famosa historieta creada por don Gabriel Vargas, y que tan bien retrata a las familias mexicanas de cantina y vecindad, porque don Gabriel, precisamente, visitaba cantinas y vecindades y era un fiel observador de la realidad. 

En el mural aparecen perfectamente bien los personajes, en primer plano doña Borola Burrón, mujer alta y atractiva, de carácter recio y naturaleza coqueta, de palabra fácil; mujer astuta y de iniciativa. Aparece también su marido, don Regino Burrón, más bajo que su esposa, con menos protagonismo en su casa y en la historieta en general, del que sabemos que es peluquero y con menor ascendiente que su esposa sobre sus hijos. Y lo traigo a cuento en este día porque me da la impresión que nuestra imagen, quizá menos consciente que inconsciente, de la Sagrada Famiia, se parece más a la familia Burrón que a la familia histórica de Jesús allá en Nazaret. La Virgen María es una figura atractiva en la Iglesia, en sus múltiples advocaciones; la tenemos como la más grande de los seres humanos; frente a la imagen menos popular de san José, cuya figura no tiene el mismo arraigo y penetración en nuestras familias, triste y desgraciadamente. Nuestros hogares son matriarcales, pareciera que el varón cedió ese ámbito a cambio de ejercer autoridad en los asuntos públicos de la sociedad. Pensemos, si no, en los muy llevados y traídos versos que en su momento dedicó Manuel Acuña a Rosario de la Peña, abuela de don Ernesto de la Peña, el sabio y erudito mexicano fallecido no hace mucho, versos en los que fantaseaba una vida matrimonial con ella, y le decía: "Y en medio de nosotros, mi madre como un Dios." Para luego quejarnos de las suegras metiches. 

Con todo, la constitución jerárquica machista y patriarcal de la sociedad, nos lleva a proyectar nuestro modelo de familia ideal hacia la familia de Nazaret. Imaginamos un José que trabaja y lleva la comida a la casa, y una María que no habla con nadie, que cose y borda y prepara la comida. Lo cierto es que los evangelios muestran una realidad diametralmente opuesta. El relato de la presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén a los cuarenta días de nacido es un ejemplo de ello. Pensemos simplemente en el hecho de que María dialogue con Simeón en el Templo. Sabemos que las mujeres de entonces no podían hablar públicamente con nadie, y menos con un varón que no fuera su esposo. ¿Qué hace, María, entonces, dialogando con Simeón, en el Templo y enfrente de su marido? Lo menos, diríamos que está llevando a cabo un acto de fuerte protesta social y de decidida reivindicación de la dignidad femenina.

No sé si el menor aprecio de la figura de san José tenga que ver también con el silencio suyo que nos retratan los evangelios, pues no nos comunican ninguna palabra de él. Lo cierto es que el silencio de san José es profundamente elocuente, toda vez que no es un varón pusilánime y apocado. Es el fuerte respeto y la fuerte autoestima de un hombre que ha renunciado a ser el dueño de su familia, y ha decidido que quiere no sólo respetar, sino promover y potenciar la libertad y la autonomía de su esposa; José quiere ser esposo de María, no su poseedor. María simplemente hace gala de su dignidad personal como imagen y semejanza de Dios. Y ejerce su derecho para dialogar con Dios, la espada que le atraviesa el corazón, en la Escritura la espada es símbolo de la Palabra de Dios que penetra hasta el corazón; y con la historia de su pueblo, que es el diálogo que tiene con Simeón.

Cuentan los investigadores que Jesús creció en un ambiente de lucha por la emancipación de su pueblo frente a Roma, no es raro incluso que en las novelas José muera crucificado por su involucramiento en una rebelión frente a Roma. No se trata de mera fantasía de novelistas, que san José estuviera fuertemente involucrado en los movimientos independentistas de su pueblo es una posibilidad barajada por investigadores serios. Al menos vivió en ese ambiente. Un día Guille tuvo el siguiente diálogo con Mafalda:
-¿Papá?
-Papá está trabajando, Guille.
-¿Po qué?
-Porque cuando uno es grande tiene que trabajar?
-¿Po qué?
- Porque si no no puede comprarse ni comida ni ropa ni nada.
-¿Po qué?
-Porque así está organizado este mundo, Guille.
-¿po qué?, preguntó Guille exasperado.
-Un año y medio y ya candidato a los gases lacrimógenos, se lamentó Mafalda.

La honda significación de la Familia de Nazaret para nuestras familias sólo puede deducirse si entendemos a la Sagrada Familia en su contexto social, que es como podemos entender la anterior tira de Mafalda. No se puede no tener en cuenta lo que supuso para san José casarse con una mujer embarazada y no por él; la familia de Nazaret fue una familia marginal, que vivía valores a la contra frente a la sociedad dominante; en ella el varón fue servidor, no amo; la mujer fue persona, no posesión,  el hijo de ambos aprendió de ellos, sobre de todo del papá, quien se encargaba de la educación formal del hijo, a crecer y madurar en la concepción del ser humano como respetuoso de la dignidad de los demás, y promotor de la libertad y la autonomía de los demás, incluyendo a la mujer. Y, sobre todo, para ellos el ámbito público, lo que hoy llamamos la política y la economía, no eran dimensiones ajenas a la religión; sino todo lo contrario, espacios en los Dios se manifestaba y mostraba su salvación. Mucho tienen, entonces, qué aprender nuestras familias de la Sagrada Familia de Nazaret, para ser espacios de crecimiento personal, de libertad y autonomía, de compromiso social.

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