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Consuelo y fortaleza de los hijos de Dios

Juan 19, 21-25

De repente siento que me habría gustado ser un cristiano convertido. Por supuesto, que no estoy renegando de la fe en que nací y que me transmitieron mis padres. Es sólo que la semana pasada cayó en mis manos un libro breve e interesante, Diez ateos cambian de autobús. Lo  de que cayó en mis manos es en realidad una convencional manera de hablar, pues más bien el libro cayó en mi kindle, mi lector electrónico. Son testimonios de personas que dieron el brinco del ateísmo o más bien de la indiferencia, a la fe en Dios, y particularmente en el Dios personal, bueno y amoroso de la Biblia, encarnado en Jesús. No se trata de personas cualesquiera, se trata de diez personas inteligentes, cultas, de formación universitaria, científica o filosófica que un buen día, algunas veces casi al instante y otras veces de un largo proceso de búsqueda, tuvieron un primer encuentro con Dios. ¿Qué sienten los que son ateos?

Un científico estadounidense, Francis Collins, Director de Inteligencia Espacial de la Nasa, que se estremece con la bella precisión del universo y el milagro de la vida humana dentro de él; con la sensación de que detrás del universo no sólo hay una mente inteligente, sino un corazón amoroso que lo ha creado; descubrió que no estamos solos en el universo. Una feminista soviética, Tatiana Goricheva, que habiendo crecido en el comunismo ateo, tiene de pronto la sensación del pecado y con ella la luminosidad de una misericordia superior que todo lo perdona y todo lo recrea; descubrió que si existen el perdón y el amor, no estamos solos. Un escritor ruso, Fiodor Dostoievsky, que preso en Siberia descubre entre los presos la caridad cristiana, y enseña a otros a leer con el Nuevo Testamento, descubrió que aún en la adversidad, no estamos solos. Una filósofa judía, incansable buscadora de la verdad, que sorprendida por la conversión al cristianismo de uno de sus maestros, entra un día a una iglesia, y se deja encontrar por Dios cuando una mujer, con su bolsa del mandado, entra también y se pone de rodillas y ora, y Edith Stein se deja alcanzar por ese Dios que siempre está tan alcance de la mano de cualquiera y en todo momento, porque en realidad nunca estamos solos. Un periodista italiano, Vittorio Messori, que confiesa la sorpresa que le causa aún que los libros de historia le cuenten los pecados de la Iglesia, pero no le cuenten que los caminos a la verdadera alegría son los de las catedrales y están cubiertos de lágrimas, porque Dios siempre está con nosotros, y nunca estamos solos.

Recuerdo la tarde de viernes y de lluvia en que murió mi madre, recuerdo los días que siguieron, me sentí solo. Con el paso del tiempo, y con el rosario en la mano, comprendí que no estaba solo. Creo en la fuerte experiencia de Jesús en la cruz, cuando gritó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" No sé cuándo cambió su idea, si mientras rezaba el salmo, o cuando contempló la imagen de su madre junto a él, al pie de la cruz. Consuelo significa: "estar con alguien en la soledad". Nunca estamos solos. Dios siempre está con nosotros, y en María, la Virgen esposa de José, lo está de una manera especialmente tierna y delicada. En María, Dios nos ha regalado una mirada bajo la cual dormir, un regazo en el cual descansar, una mano a la cual aferrarnos, un corazón en el que siempre somos amados.

Yo contemplo esta imagen y creo en Dios. En el Dios que nos formó de la tierra, en el que nos sopló su Espíritu. Creo en Dios que es la Palabra de vida, la Palabra hecha carne. Creo en Dios, cuyo Espíritu se hizo ternura y calor de madre en María. Creo en Dios y creo que no estoy solo. Creo que Dios camina conmigo y con su Pueblo en María, y que sigue recibiendo de la cruz en sus manos el Cuerpo del Hijo con el mismo amor con que lo recibió del Padre en el establo, con la misma esperanza con que meditaba y guardaba en su corazón lo que vivía y anhelaba el triunfo de su hijo sobre la muerte. Creo en María, y creyendo en ella creo en Dios. La amo como madre mía y de la Iglesia, y amándola sé que Dios me ama, y que en ningún lugar de este mundo, por negra que sea la noche, ni por lento que pase el tiempo, estoy solo, porque el Dios es que Vida y es Amor, está conmigo, en su Espíritu y en sus santos, los primeros de todos, sus padres: María y José. Amén.     
 


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