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Transfiguración: Aunque el miedo muerda

Mateo 17,1-9

Cuentan los estudiosos de la historia del texto bíblico que la llamada escena de la Transfiguración es una experiencia pascual, es decir, una experiencia tenida por los discípulos de Jesús después de la Resurrección del Señor, que al contarse fue retrotraída a un tiempo anterior a la crucifixión, con el fin de paliar en los primeros discípulos el impacto que tuvo ésta; y que ésta es la razón por la cual al final de la escena Jesús pide a los discípulos que estuvieron presentes con él en el monte que no dijeran a nadie nada de lo que habían visto, sino hasta después de la resurrección. Y que la razón de este desplazamiento había sido la de suavizar o mitigar el impacto que la crucifixión había provocado en los discípulos, y que aún no podían explicarse, de manera que si no la podían entender, al menos visualizaban previamente que la crucifixión estaba antecedida de la promesa de la gloria de la futura resurrección.
 
Narrativamente, la escena está ubicada, efectivamente, en una secuencia que prepara a los lectores para las futuras crucifixión y resurrección de Jesús. En el caso específico de la escena de la Transfiguración, la Tradición ha entendido que este anticipo de gloria permite a los discípulos de Jesús soportar la brutalidad de la cruz. Se trata, pues, de una escena que comunica fuerza y sostiene en la fidelidad.
 
En Guadalajara fue asesinado un gran mío, afuera de su taller de laminería; fue una experiencia brutal para su esposa y bebé, de pocos meses; el asesinato tuvo lugar apenas días antes de que yo regresara a Guadalajara después de mi cambio a la sierra mazateca. Me encontré el taller acordonado y las manchas de sangre aún sobre la banqueta. Su esposa, sin embargo, no quiso diferir el bautismo de su hijo. Decía que mi tocayo estaba muy emocionado con el bautismo y con el hecho de que fuera yo el que lo bautizara, lo mismo que había sido yo quien presidió su matrimonio. Su esposa estaba además convencida de que por amor a su esposo, a su hijo, y porque creía en Dios, que no podía fallarles, que lucharía y saldría adelante. Cuando llegué al DF, una señora me buscó para confesarse. Estaba enojada porque Dios había permitido que gente mala asesinara a su marido, injustamente, había quedado en medio de un tiroteo. Ello había destrozado su vida y la de su hijo. Le reclamaba a Dios porque estaba segura que Dios lo había querido así.
 
Una misma situación con dos diferentes reacciones. El mal ha sido el gran argumento de los ateos, tanto de los nobles y sinceros, como de los resentidos, para negar la existencia de Dios. Dicen que el mal muestra que Dios no existe y, que si existe, entonces no es un Dios ni bueno ni poderoso, y por eso prefieren no creer en Él. Pero la escena de la Transfiguración viene a afianzarnos en la fe del Dios bueno que nos ama y nos acompaña siempre en el camino de la vida y de la historia. Fue lo que declaró la voz del Padre sobre su hijo en el monte de la Transfiguración, lo mismo que en el bautismo. Y es lo mismo que ha declarado de cada uno de nosotros. Su amor no cambia, sólo que el amor, como bien lo saben las mamás y los papás que cuidan a sus hijos en la cama, o los que los ven impotentes cómo la violencia y la injusticia se los arrebatan: el amor no siempre lo puede todo. Y Dios es amor.
 
Pedro, Santiago y Juan,  son los discípulos que acompañaron a Jesús en la Transfiguración, y también quienes lo acompañaron en el Huerto de los Olivos. Y por supuesto serán también testigos de la crucifixión. El amor del  Padre, cuya gloria transfiguró a  su hijo, no podrá evitar su desfiguración en la cruz; el amor del Padre, cuya gloria resplandeció en su vestidura, no evitará que sea desnudado y ajusticiado, y que su vestidura fuera jugada a la suerte. La voz del Padre no declarará sólo que Jesús es su Hijo Amado, pedirá también a los discípulos que escuchen a Jesús.
 
Contemplando la gloria, Pedro, Santiago y Juan estaban muy a gusto, y así querían permanecer siempre. La fe no es garantía de una vida sin problemas, sin dificultades, sin dolor, sin muerte. Creerlo sería muy ingenuo. La voz del Padre pide escuchar a Jesús, y Jesús pide a sus discípulos, atemorizados después de lo que han oído, que se levanten y no teman. Y como ellos, todos hemos vivido momentos difíciles en los que la brutalidad nos tira, en los que el miedo nos carcome y no sabemos qué hacer, ni sentimos fuerzas ni ganas de querer seguir. Es entonces que hay que escuchar a Jesús, levantarnos y no sentir miedo. Mario Benedetti lo describió con estas palabras:
 
No te rindas, aún estás a tiempo,
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras,
enterrar tus miedos,
liberar el lastre,
retomar el vuelo.

No rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros,
y destapar el cielo.

No te rindas, por favor, no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda,
y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma
aún hay vida en tus sueños.

Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
porque lo has querido y porque te quiero
porque existe el vino y el amor, es cierto
porque no hay heridas que no cure el tiempo.

Abrir las puertas,
quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron,
vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa,
ensayar un canto,
bajar la guardia y extender las manos
desplegar las alas
e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos.

No te rindas, por favor, no cedas,
auqnue el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle elviento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños.
Porque cada día es un comienzo nuevo,
porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.
 
Una vez estaba Mafalda jugando, y hasta ella llegó el olor a sopa. Lo percibió y se dijo: "¡Zaz!" Y le pregunto a su mamá si estaba preparando sopa, le dijo que sí. "Y supongo, continuó Mafalda, que me obligarás a tomármela toda", "Exacto", dijo la mamá". "Pues entonces", contestó muy indignada Mafalda, "tendremos una escena, porque últimamente he estado perdiéndole el respeto a la represión". Perdámosle el respeto al miedo, que nos tira y nos reprime. El miedo paraliza, el miedo mata. Un día san José escuchó también estas palabras, y las aceptó. La voz del ángel le pidió no temer y recibir a María en su casa, y con ella al Niño que crecía en su vientre. Y José dejo atrás el miedo. Más tarde la voz del ángel le pidió levantarse, tomar al Niño y a su madre y partir a Egipto, y José se levantó. El que deja que el miedo llene su corazón, no deja un espacio para encontrarse ahí cara a cara con el Salvador. Al que no se levanta en medio de la noche, se lo traga la muerte. Hay que perderle el respeto al miedo, hay que levantarse en medio de la noche, para ser levantado de la cruz y ser revestido del luminoso Espíritu de Dios.

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