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Preparar los caminos

Lucas 3,1-6

La escena es la presentación de Juan el Bautista. Estamos en los momentos previos a la presentación de Jesús, ya como adulto. No es un aviso de la segunda vuelta del Señor Resucitado, al final de los tiempos. Tampoco es, obviamente, un anuncio del nacimiento de Jesús, que en el mundo del relato ya tuvo lugar. Se trata del anuncio de la aparación de Jesús para iniciar su ministerio público. Por eso, la figura del Bautista es también clásica del tiempo de adviento.

Los cuatro evangelistas coinciden en la presentación de Juan el Bautista con una cita del profeta Isaías, del segundo Isaías, para ser exacto. Porque lo que nosotros conocemos como "Libro del Profeta Isaías" es en realidad la obra de tres distintos Isaías. La parte correspondiente al segundo comienza en el capítulo 40. Este Isaías II vivió y predicó un mensaje de consolación para el pueblo en medio del exilio en Babilonia. En el año 589 a.C. el rey Nabuco destruyó Jerusalén, después de un largo asedio; asesinó a los gobernantes, y deportó a las clases ilustradas y a otros judíos como esclavos. Cincuenta años más tarde, Isaías recorría las calles de Babilonia anunciando al pueblo que su condena estaba cumplida, y que el Señor los invitaba a preparar los caminos del regreso a su patria, a su libertad.

La primera lectura de este domingo está tomada del profeta Baruc. Baruc fue un hombre contemporáneo al segundo Isaías. Pero la obra que lleva su nombre es de una época más reciente. Desafortunadamente para el pueblo, dos siglos más tarde del exilio en Babilonia fueron nuevamente sometidos, ahora por el pueblo griego de Alejandro Magno. Un profeta judío tomó el nombre de Baruc para invitar al pueblo a preparar los caminos del Señor. Ahora el pueblo no estaba en el exilio, pero el profeta apelaba a aquella dolorosa experiencia para suscitar en el pueblo la esperanza: Dios los había liberado y les había devuelto la posesión de su tierra una vez, podría hacerlo nuevamente. Como quien dice: si los pumas han sido campeones varias veces en el pasado, con toda seguridad volverán a serlo.

Poco tiempo duró la libertad de los judíos tras la dominación griega, apenas cincuenta años. Seis décadas antes del nacimiento de Jesús, el pueblo judío volvió a padecer el sometimiento, ahora por parte del imperio romano. Nuevamente el pueblo añoraba la independencia perdida, y vivía como extranjero en su propia tierra. Lastimaba el silencio de Dios. El pueblo quería que el cielo se rasgara y la palabra de Dios descendiera a fecundar la tierra y darle vida. Algo así como lo vivimos en estos días, en nuestra lastimada patria, donde no vemos la paz ni el bienestar.

Este es el contexto en el que aparece la figura de Juan el Bautista, la de un hombre recio que deja escuchar su voz en el desierto. A diferencia de los demás evangelistas, Lucas presenta a Juan con dos trazos bellísimos. El primero, dice que en medio de la dominación romana, la Palabra de Dios vino a Juan. El segundo trazo es la ampliación de la cita de Isaías. Juan no sólo es una voz que invita a preparar los caminos del Seños, los caminos de la vida y la libertad, sino que además anuncia que los caminos torcidos se enderezarán, que las colinas y las montañas se abajarán y los abismos se rellenarán. Independiente de cómo se quiera interpretar esto, según la simbólica o la imaginación de cada quién, lo cierto en el anuncio de Juan es que nada podrá obstaculizar el paso de Dios por el camino de la historia. Y un anuncio así siempre levanta la esperanza.

Nuestros días, como los de Jesús y los del pueblo judío antes de Él, no son días de silencio de parte de Dios. Siempre hay hombres y mujeres a los que viene la Palabra de Dios, nos comunican sus palabras, y nos invitan a preparar su paso por la historia y por nuestras calles, por nuestras familias, por nosotros mismos. Son los profetas. Profetas los hemos tenido en el pasado y los seguimos teniendo actualmente. En cada sociedad, en cada grupo, en cada familia, incluso en algún rincón del propio corazón habita un profeta al que ha venido la Palabra de Dios, alguien que nos devuelve al rostro la sonrisa de saber que Dios existe y nos ha dejado solos. La Palabra de Dios viene en quien es solidario de la humanidad herida, pero también en quien da pequeños gestos de alegría, de aliento y de esperanza.

Yo pienso en el señor Obispo de Saltillo, el fraile dominico Raúl Vera, que en el desierto de la injusticia y el desgobierno, ha dado voz a los mineros de Coahuila, a las mujeres explotadas en las maquiladoras, a cualquier grupo minoritario arrinconado a la impotencia. Ha sido una buena noticia saber que fue candidato para ganar el Premio Nobel de la Paz, es una lástima que no se lo hayan concedido; el premio habría recuperado algo de su prestigio tan entredicho con ganadores de dudosos méritos, como lo fue en su momento Barack Obama; y la voz de don Raúl habría ganado una mayor resonancia. Como quiera, la Palabra de Dios que habla en sus acciones siempre rasga el silencio cómplice de la impunidad.

Pienso también en el Cardenal italiano Carlo María Martini, recientemente fallecido. Su nombre se mencionó muchas veces como un posible sucesor de Juan Pablo II. De haber sido electo, este año habríamos tenido cónclave, pero sobre todo y con seguridad, habríamos tenido una Iglesia renovada con la fuerza y la frescura del Evangelio. Sin duda, un hombre de Dios, un hombre de Iglesia, un hombre hermano de la humanidad. Su palabra clara, valiente y, sobre todo, creyente y firmemente esperanzadora estaba habitada por la Palabra por excenlencia. 

Hay profetas, sus vidas y sus palabras preparan para el Señor caminos de vida y libertad. Dios nos habla en ellos; no es un problema de silencio, sino de escucha, de reconocer su voz y aceptar su invitación para que por nuestros pies Él pase por la historia dando vida. Y tú, ¿qué profeta conoces?

P.D. A quienes fueron mis feligreses y son mis amigos en Poetas; al clan y a la cuatitud, a Shalom, que está viniendo, les dedico la lectura de Pablo a los Filipenses de la segunda lectura de este domingo. Los invito a leerlas en sus Biblias: Flp 1,3-11. Y a mis amigos del DF les anuncio: preparen los caminos... ¡ya voy!

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