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Imaginación y vida nueva

Lucas 1,39-45

Evidentemente y como ya sabíamos quienes tenemos más de dos dedos de frente, el mundo no se acabó, porque me consta que hubo quien sí tenía ese miedo. Y en atención a ellos, buena gente como siempre he sido, no me fui a dormir el jueves sin antes haber transmitido a familiares, amigos y conocidos un muy feliz juicio final. Por supuesto que no ha faltado el aguafiestas que dice que, siendo mexicanos los mayas, el fin del mundo llegará con retraso. Lo cierto desde hace varias semanas es que la única profecía maya que se ha cumplido es la del buen Augusto Monterroso, porque a todos nos consta que no bien hemos despertado de la pesadilla que ha sido nuestra democracia, y ya hemos visto que el dinosaurio aún sigue aquí. 

Ahora los medios de comunicación quieren aprovechar el momento para decirnos que los mayas nunca pretendieron predecir el fin del mundo, sino invitarnos a iniciar un nuevo ciclo, en el que seguramente ahora sí gozaremos de las tan anheladas paz y justicia. Alguno más dice que lo que pasa es que el contador de años alcanzó el máximo permitido de nueves, y nuevamente se pondrá todo en ceros. Lo peor fue que hubo quien aseguró que si la cuenta de los mayas llegaba hasta el 21 de diciembre del 2012 es porque ya no cabía ni un día más en la piedra del calendario ¡azteca! Seguro reprobaron Geografía e Historia de México en primero de Primaria. 

Pero más allá del ingenio o de la ingenuidad del ya famoso 21 de diciembre, algo hay de pertinente en la escena del evangelio de san Lucas en este contexto apocalíptico. María recién embarazada que corre de Galilea a Judea para ayudar a su prima Isabel, que a pesar de su ancianidad y su esterilidad, llevaba ya seis meses de embarazo. A mí me resulta encantadora la contemplación del abrazo de estas dos mujeres. Por un lado, la anciana, la mujer símbolo de un pueblo que nunca fue lo suficientemente viejo como para no abrirse al don de una vida nueva. Viejo es el que espera con indiferencia el fin del mundo; viejo el que vive sin ilusiones ni esperanzas; viejo es quien quiere que las cosas se hagan como siempre; vieja la mediocridad y viejo el conformismo; vieja la corrupción y viejo el cinismo. Y anciana como era, Isabel engendró vida nueva en su seno. Y por otro lado María, la mujer símbolo de un pueblo nuevo, que se deja llenar de la Palabra de Dios, que en primer lugar es palabra que invita a la alegría. "¡Alégrate!", le dijo el ángel. Y no "Dios te salve", pues aunque María no sabía que era inmaculada; el ángel, sí y, por lo tanto, sabía que su salvación no corría peligro.

Las dos mujeres se abrazan y en el abrazo parece que se dan la estafeta. Isabel sabe que Dios la ha visto con misericordia, y ha borrado de ella la vergüenza de su esterilidad; y aunque frente a María sabe que ella no será la madre del Mesías, sabe también que su sangre no morirá con ella, porque el Dios de la Vida ha venido a visitarla. El narrador dice literalmente que María se levantó y fue a toda prisa a visitar a su prima Isabel. Levantarse es el verbo que en los evangelios se usa para hablar de la resurrección. Por estar llena plenamente del Espíritu de Dios, María comienza a vivir con vida nueva, con la vida propia del Dios que lleva en las entrañas. Y esta vida nueva le toca la estafeta.

La escena parece inverosímil. Una mujer no podía viajar sola, se exponía a toda clase de peligros y con ellos a la deshonra. Pero la narración dice que María se puso en camino, dejando entrever que el viaje fue iniciativa de ella, y que lo hizo sola, sin la compañía de José, su desposado. María ha sido una mujer que ha sabido tomar su vida en sus propias manos y no anduvo con "será lo que Dios quiera", porque nos es muy fácil disfrazar de piedad nuestra cobardía. María no dijo: "quiero ir, pero no voy, porque mi esposo no me lleva." Ella quiso ir y fue. Nos quejamos, por ejemplo, de nuestro sistema educativo, pero descargamos en los maestros la educación de nuestros hijos. Ellos podrán enseñarles a reconocer las letras, pero nosotros debemos enseñarles a leer la vida. Podemos poner en sus manos los libros y la imaginación. Porque para ser un país nuevo hay que ser menos dóciles ante las recetas de siempre, y más libres para imaginar el presente y el futuro. Lo demás es mediocridad y cobardía, aunque se le ponga encima la etiqueta de "voluntad de Dios".

Navidades han ido y venido. Y seguirán yendo y viniendo, lo mismo que las muchas profecías del fin del mundo. Un día, frente a la puerta de su tienda, Abraham vio que se acercaba el Señor, se postró ante Él y le suplicó: "No pases junto a mí sin detenerte". Esto es lo importante de este adviento que estamos viviendo, de esta navidad que se aproxima, que el Señor pase y se detenga en nosotros; que nos llene de vida nueva como hizo con Isabel y María, que nos haga valientes y responsables como ellas, para que tomemos nuestras vidas y la vida de nuestro país en las manos.

Más allá de los mayas y los ciclos que van y vienen, les deseo vida nueva, llena del Espíritu de Dios, espíritu de libertad, de valentía, imaginación.

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