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Tomar la cruz

Mateo 16,21-27

La escena es la inmediata continuación del diálogo de Jesús con Pedro tras la pregunta por la identidad de Jesús, escena con la que ha concluido el tercer bloque narrativo del evangelio, que precisamente trata de la identidad de Jesús. Al reconocimiento del amor y de la bondad de Jesús, desplegada en el poder salvífico del Reino predicado y practicado por Él, sigue ahora un nuevo desarrollo en la narración: el anuncio de la futura muerte en cruz, pero también de la resurrección. Y la consecuente invitación y advertencia a seguir a Jesús cargando con la propia cruz.

Parece que la intención es la de evitar todo triunfalismo. Apenas en la escena anterior Jesús acepta ante Pedro que efectivamente Él es el Mesías, y le dice que esto se lo ha revelado el Padre, y que él, Pedro, es piedra sobre la que edificará la Iglesia. Ahora reprende a Pedro, cuando éste quiere hacerle desistir del camino de cruz, y hasta lo llama Satanás. Pero no lo rechaza, sino que le recuerda que fue invitado a seguir a Jesús, a caminar detrás, no delante, de Él. No puede haber triunfalismo. El amor no es romántico; la historia, tampoco. El fracaso no es sólo una posibilidad, es una cruda realidad. El mal, el dolor, la injusticia, la muerte, no son lejanas amenazas, son visitantes que continuamente están tocando a nuestra puerta, y continuamente se hospedan entre nosotros.

Por eso, la principal advertencia es la de no confundir el éxito, especialmente el éxito fácil e inmediato, con la vida y su sentido. Querer corregir el camino de cruz, o evitarlo sin más, puede no sólo ser absurdo, sino ingenuo. No se trata de buscar dolor, de sufrir para merecer como se decía antes, sino ser valiente para no perder la dignidad ni mucho menos la alegría y la esperanza en el camino de seguimiento a Jesús.

Todos vivimos o hemos vivido situaciones que nos ponen en la cruz de la más honda verdad de nuestro ser humano, situaciones en las que aprendemos a cargar el peso de nuestras propias contradicciones personales y sociales. Queremos paz y buscamos venganza. Sentimos miedo y el miedo nos paraliza. El atentado terrorista de Monterrey siembra miedo y el miedo no nos deja ni ver lo que nos ha traído a esta situación, ni mucho menos nos deja pensar para solucionarla. Igualmente horrendas han sido las narcofosas y los secuestros masivos de migrantes, las ejecuciones abiertas en Ciudad Juárez. ¿Hasta cuándo? Y sólo nos responde el silencio silbando más miedo y preocupación.

Hay que aprender a enfrentar el conflicto y a no huir. La paz y la justicia, en el corazón y en la socidad, son dones de Dios que hay que conquistar con mucho esfuerzo. Hay que recordar y entender que la vida se recorre por el camino de Jesús y con sus fuerzas. Recordar que somos discípulos y que vamos detrás de Él por un camino que acaba no la cruz y el Calvario, sino en la plenitud de vida ofrecida y regalada a los que se mantienen fieles en la fe, en el amor y en la esperanza. Porque la cruz no le vino del cielo, sino del corazón corrompido de seres humanos y de una sociedad que se vio amenaza por su mensaje y sus actos de recuperación de los últimos y de los marginados, de los pobres de siempre y de todas partes, a los que peligrosa y subversivamente llamó "hermanos", hijos del mismo Padre, que amorosamente bajó por Él hasta la inhumanidad de la cruz, y lo llevó consigo, contento porque se mantuvo fiel a la caridad, a su voluntad de que todos sus hijos comieran y vivieran en paz, libres de peligro, felices todos.

No huir ni ser cobarde; ser discípulo valiente y decidido, con gallardía y dignidad, con la frente levantada y la mirada siempre al frente. Y si algún día bajo la mirada, que la vista de sus huellas delante de las mías me hablen de la fuerza de su amor, de la firmeza de sus pasos, de la certeza de su rumbo. Saber que, al final del camino, no hay más destino que el corazón bueno del Padre.

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