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Tentaciones en el desierto

Mateo 4,1-11

Se trata del relato de las tentaciones de Jesús. La lectura de los relatos evangélicos en función de los tiempos litúrgicos, en vez de una lectura continua de todo el evangelio de principio a fin, puede ocultar varios detalles importantes para la adecuada comprensión de los mismos. Para este relato de las tentaciones, no se puede perder de vista que en la escena anterior Jesús ha sido bautizado por Juan, que Dios lo ha reconocido como si Hijo amado, en quien se complace, y que es el Espíritu de Dios, que ha descendido sobre él, quien lo conduce al desierto para ser tentado.

Si Jesús es el Emmanuel, Dios con nosotros, según vimos en la escena del anuncio del ángel a José; si Dios ha intervenido para que José no abandonara a María, y posteriormente para librar al niño de la muerte ordenada por Herodes, vasallo del imperio romano, es porque Dios tiene el control de historia, cabe entonces esperar un triunfo de Jesús sobre el Tentador. Lo que mantiene la expectativa despierta es que hasta ahora Dios ha intervenido por medio de José, y ahora vemos a Jesús solo, ¿será capaz de llevar a cabo su misión, y ser fiel al Dios que en el bautismo lo ha llamado "Hijo amado"?

Porque, en efecto, en el fondo las tentaciones son un problema de fidelidad a Dios, frente a todo lo que quiere ocupar su lugar. Así, ante Jesús, son diabólicos el abuso de poder ante el que tiene hambre ("convierte estas piedras en pan"), la pretensión de manipular a Dios ("si eres Hijo de Dios, tírate..."), y la riqueza como culto egoísta ("todo esto te daré si, postrándote, me adoras"). Hay indicios que ligan las tentaciones al imperio romano. Recordemos el famoso: "pan y circo" para manipular al pueblo; el engaño de Herodes a los magos, pidiéndoles que le avisaran cuando encontraran al niño para "adorarlo" también él, cuando era el emperador romano quien reclamaba adoración a sus súbditos.

El desierto, por su parte, recuerda el escenario del paso del pueblo liberado de la esclavitud en Egipto, camino a la tierra prometida. Cuarenta años duró este camino, como cuarenta días la permanencia de Jesús en el desierto. Las respuestas de Jesús al tentador provienen, precisamente, de pasajes de la Escritura que narran la experiencia del pueblo en el desierto, cuando el pueblo se olvidó de la liberación de Dios, y comenzó a serle infiel.

Lo que veo en todo esto, entonces, conjugando la experiencia de Jesús con la experiencia del pueblo en el desierto, es que nos es muy fácil echar fuera de nosotros el origen de las tentaciones, cuando quizá están más bien dentro; dentro del propio corazón, y dentro de la sociedad de la que formamos parte, y que de alguna manera hemos configurado diabólicamente, es decir, de tal modo que nos impide ser fieles a Dios. El hambre, el abuso de poder, la pretensión de manipular a Dios, la riqueza egoísta, delatan la infidelidad al Dios de la Alianza, al Dios que quiere la vida de su pueblo. Lo más que podemos decir con seguridad es que las tentaciones no vienen de Dios, pero sí que podemos superarlas cuando somos fieles a Él y a su Alianza.

Necesitamos recuperar la fidelidad y la confianza en Dios. Jesús pudo serle fiel y llevar a cabo su misión porque nunca perdió de vista que era su Hijo amado, que contaba con la fuerza y el impulso del Espíritu. Porque no entregó su dignidad ni siquiera ante la seducción del poder y de las riquezas cuando se tiene hambre. Porque no permitió que lo manipularan ni siquiera en el nombre de Dios, mucho menos permitió que el nombre de Dios fuera manipulado. Porque asumió con madurez la crudeza de las tentaciones, y buscó en su experiencia de Dios la fuerza para resistirlas, y no se escondió en el infantil y frágil argumento de: "me tentó el diablo". Que venzamos las tentaciones en nuestros desiertos, con la fuerza y el Espíritu del Señor Resucitado, el hijo de José.




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