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"¡Ojalá rasgaras el cielo y descendieras!"

Mateo 3,13-17

Se trata de la escena del bautismo de Jesús por parte de Juan. Jesús es aquel del cual el bautista acababa de afirmar que detrás de él vendría uno que bautizaría no con agua, sino con el Espíritu Santo. Y en efecto, no parece que aquí lo importante sea el bautismo de Jesús por medio de la inmersión en el agua. La inmersión en el agua es más bien un rito de purificación, y no parece que Jesús tuviera algo de la cual purificarse. Quizá por ello la narración del evangelio presenta a Juan resistiéndose a bautizar a Jesús, reconociendo que es él, Juan, quien necesita ser bautizado por Jesús. La respuesta de Jesús es por demás enigmática: para que se cumpla con toda justicia. Y uno se pregunta: ¿Cuál justicia? ¿De qué habla Jesús?

Inmediatamente, Jesús es bautizado por Juan, pero al emerger del agua, el cielo se abrió y el Espíritu bajó a la manera de una paloma y se posó sobre Jesús, y una voz del cielo dijo: "Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco." Parece que ésta es realmente la experiencia importante de la escena: la abertura del cielo, el descenso del Espíritu Santo, la acreditación de Jesús como el enviado del Padre.

La escena tiene varias resonancias del profeta Isaías. Primero, 63,19: "Hace tiempo que ya no nos gobiernas y que tu nombre no se invoca sobre nosotros. ¡Ojalá rasgaras el cielo y descendieras!". Segundo, 42,9 (en combinación con el salmo 2: "Tú eres mi hijo..."): "Éste es mi siervo a quien sostengo, mi elegido, en quien me complazco. He puesto sobre él mi espíritu para que manifieste el derecho a las naciones." Se trata del primer canto sel Siervo de Dios, el siervo sufriente, no triunfante, que carga con los dolores y las flaquezas del pueblo.

El relato gira también en torno a la escena anterior de 1,18-25, en la que el evangelista nos cuenta el origen de Jesús por la acción del Espíritu Santo en la esposa de José, y el lector recordaba que en el origen de todo, en la creación tal como la cuenta el libro del Génesis, el Epíritu de Dios soplaba sobre las aguas. En el caso de José, de quien se dice que era justo, su conflicto se resuelve por un acto suyo de misericordia y de apertura a la acción creadora del Espíritu Santo.

En el caso del bautismo de Jesús, nuevamente el Espíritu Santo aletea sobre las aguas, y todo indica que estamos ante la nueva creación, ante la creación del nuevo ser humano a partir de Jesús, por quien el cielo se abre para inaugurar sobre la tierra el imperio de Dios, su reinado; reinado de justicia como acto de misericordia plena: Formado en la fila de los pecadores y de los que esperan la acción de Dios, Jesús, el siervo de Dios, se solidariza con la humanidad doliente y sufrida, con la humanidad marginada. Porque a fin de cuentas se trata de un acto de vivido en las aguas de un río de una zona margina, por un profeta marginal. Se trata de un acto vivido por el ser humano reconocido y acreditado como Hijo de Dios en el momento en que éste se reconoció hermano de cada ser humano que levanta la mirada la cielo esperando que se rasgue para contemplar la salvación.

Y yo no puedo dejar de pensar en nuestro México, donde no parece imperar Dios, sino el dinero, el poder, la violencia, la muerte. No puedo dejar de percibir la necesidad de una nueva creación, donde los humanos, nos reconozcamos en comunión con el resto de la creación, surgida toda ella del mismo corazón del Padre, ojalá no seamos enemigos y adversarios unos de otros (¡con cuánto convencimiento cantaba Mijares "uno entre mil yo triunfaré"!), sino simplemente hermanos, hermanos necesitados e indigentes, que se ayudan a cargar sus dolores y flaquezas, mostrando que es así como Dios reina y salva.

Hace tiempo que ya no nos gobiernas... ¡Ojalá rasgaras el cielo y descendieras!

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