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"Vengan detrás de mí"

Marcos 1,16-20

 

—Dios en vez de enviarnos un rayo para calcinarnos —dijo Zorba a Basil—, nos otorga la libertad—. Y luego le pregunta ansioso: 

—¿Tú entiendes, patrón?

 

Es un diálogo de Zorba el griego, de Nikos Kazantzakis. En la reflexión le habló del día en que el Príncipe Jorge posó su pie en la isla de Creta.

 

—¿Has visto alguna vez a un pueblo donde todos enloquezcan a la vez porque han visto su libertad? ¿No? Entonces, pobre patrón mío, naciste ciego y ciego has de morir. Yo, aunque viviera mil años y no me quedara sino un trozo de carne viva, lo que vi aquel día no lo voy a olvidar…

—¿Qué pasó en Creta, Zorba? ¡Cuenta!...

—¡Pero si te estoy diciendo que este mundo es un misterio y el hombre una bestia muy grande y un dios muy grande. Un guerrillero asesino que había ido conmigo desde Macedonia, Yorgaros de nombre y que había perpetrado lo que no está escrito, un cerdo asqueroso, lloraba. «¿Por qué lloras, so cochino?». Pero él se me echó encima y venga a besarme y a llorar como un bebé de pecho. Y luego, avaro como era, abrió su saquito, derramó en su mandil las monedas de oro que había robado a los turcos que había asesinado y en las casas donde había entrado, y las lanzó a puñados por el aire. ¿Entiendes, patrón? ¡Eso significa libertad!

 

Zorba no entiende la vida de quien no ha contemplado la libertad; Jesús tampoco. Estamos hablando de la verdadera libertad, la que se nos ha dado por ser imagen y semejanza de Dios, que en vez de calcinarnos con un rayo, nos da la libertad, nos da el amor, nos da su mirada; Él mismo se nos da enteramente. Roma apresó a Juan; y frente a la libertad perdida de Juan, Jesús comenzó a caminar llevando la buena noticia de libertad, la verdadera; dio libertad restaurando la dignidad de los que estaban humillados y oprimidos por Roma, liberando de toda clase de grilletes que nos aprisionan, como los prejuicios, sobre todo los religiosos. Dios nos hace libres, y paradójicamente, absurdamente, tristemente, nosotros mismos nos ponemos los grilletes del fanatismo religioso, y del miedo a la libertad.

 

Roma se declaraba a sí misma dueña de todo lo que había en cielo, mar y tierra. Y tenía la fuerza suficiente, con sus legiones, para imponer su dominio. Jesús libera de Roma, sin violencia, dignificando a los que tenían el grillete de la humillación. Recuerdo la película de Su Excelencia (de 1967), con Cantinflas, cuando era embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de los Cocos. Recuerdo los intercambios de medallas y condecoraciones que tuvo con el Embajador Lopitos con el Jefe de Estado de Pepeslavia cuando presentó sus cartas credenciales, ¡hasta una medalla de Primera Comunión! Jesús anuncia un nuevo Reino e invita, como primeros miembros y representantes del mismo, a un par de hermanos sin títulos ni credenciales, “el Pancho” y “el Brayan”, si esta fuera una historia de nuestros días, y el nuevo México comenzara en los barrios bajos de Tepito o Ecatepec. Visto así, parece una caricatura, pero es la libertad de Dios frente a los prejuicios de poder y gloria con que nos hemos esclavizado. 

 

De Simón, un nombre común y corriente; y Andrés, su hermano de nombre extranjero, griego, importa que son hermanos. Jesús invita a hermanos; hermanos que sólo quieran ser hermanos y no padres de nadie; hermanos, como Santiago y Juan que tengan la valentía de liberarse de los prejuicios sociales del patriarcado machista de entonces, que parece que es el mismo de ahora, hermanos que apuesten todo por la fraternidad. No llevarán nada, más que su fraternidad; no son nada, más que hermanos. Hermanos vistos con amor, hermanos libres que, como el macedonio avaro del que cuenta Zorba, se atreven a echar al viento las monedas que acumularon cuando creían que valían el oro que guardaban, y descubren que son hermanos que valen más que las redes con que pescaban, y mucho más que las migajas de pan y circo que les daba Roma. 

 

Siendo los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan prefirieron vivir como hijos de Dios. Prefirieron vivir de la libertad del amor, que de la barca de su padre. No es fácil, menos en una sociedad tan economizada y consumista como la nuestra, cifrar la identidad y tener seguridad no el dinero ni el poder, sino en nuestro ser hijos de Dios; y por lo tanto, en ser hermanos, con la humildad y la grandeza que esto supone.

 

Un día Mafalda veía asustada un aparato de radio. Su mamá le preguntó:

—¿Qué pasa?

—Me da miedo encender la radio—, le respondió afligida—. Sería muy triste escuchar un noticioso y ver que durante todos los días que estuvimos de veraneo el mundo no mejoró nada. 

—Para que mejorara —dijo su madre— los que tendrían que haberse ido de veraneo son los que lo manejan así

Mafalda la vio irse y se quedó pensando. Luego fue adonde estaba la mamá, con una hoja de papel y un lápiz:

—¿Me firmarías un autógrafo?

 

A veces parece que la Iglesia sólo “pide firmas” a Jesús; es decir, sólo le presenta estampitas. Pero para que la humanidad cambie, para que encarne el Reino de Dios; para que la Iglesia sea significativa y cumpla con su vocación profética frente a la humanidad, para que sea un signo del Reino de Dios anunciado por Jesús, tendría que estar constantemente discerniendo sus valores, para que la fraternidad basada en paternidad universal de Dios sea el primero de ellos; y los demás, los que se deriven de ella. A veces, sin embargo, parece que la Iglesia es sólo la institución, pero es mucho más; la Iglesia son incontables mujeres y hombres que, atendiendo a la voz de Jesús, experimentando el amor y la complacencia del Padre, dejan los “valores” de la sociedad y del mercado, para hermanarse libre y compasivamente con la humanidad herida, humillada, oprimida. Esa “otra Iglesia”, aunque menos visible, no es menos Iglesia.

 

Vengan detrás de mí, dijo Jesús a los hermanos, a los que llamaba a ser sus propios hermanos. Así dijo también el profeta Eliseo a los hombres del Rey de Aram (2 Re 6) Éste ordenó un ataque, pero Eliseo, hombre de Dios, profeta, alertó al Rey de Israel. El Rey de Aram quiso saber quién era el informante, pensaba que un espía o un traidor. Le dijeron que se trataba de un profeta. Mandó por él a sus hombres. Pero Elías oró al Señor para que los hombres de Aram quedaran ciegos. Y así fue. Entonces Eliseo se les acercó y les dijo: “Vengan detrás de mí y los conduciré hacia el hombre que buscan”. Pero no veían; los condujo a Samaría, donde el Rey de Israel preguntó al profeta si los aniquilaba, pero Eliseo le pidió que les diera de comer y de beber, pan y agua. Y después de un gran banquete, fueron enviados de regreso a su tierra. 

 


Un poco como dijo Zorba. El Rey pudo haberlos ejecutado, pero les dio la libertad. Simón y Andrés, Santiago y Juan, caminaron detrás de Jesús, pero a lo largo del evangelio, parecerá que son incapaces de ver al hombre que buscan, al que dicen seguir; incapaces de reconocer al Mesías hijo de Dios que les dio la libertad. Algunos piensan que Dios es un rey iracundo que mandará ejecutar a los malvados; en cambio, en Jesús, Dios nos alimenta; nos da de comer y de beber en casa y en la Eucaristía; fortalece y alegra al corazón y nos otorga la libertad. Algunos otros, como los hombres de Aram, andan como ciegos por la historia, incapaces de ver frente a sí al hombre que buscan, al Dios que buscan, a hombre Dios, al Dios hombre que por nosotros se parte como Pan y se nos sirve como Vino, al que murió en la Cruz, al que descubrimos cada vez que volvemos a Galilea, adonde se cuida la vida de los pequeños, donde se cura a los enfermos, donde se incluye a los marginados y se celebra la vida como Dios lo quiere y lo sueña, una gran fiesta de fraternidad, la fratersororidad de las hijas y de lo hijos de Dios.

 

 

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