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Ni juicio ni condena: misericordia

Lucas 6,39-45

“Comprensión y respeto”, dijo Miguelito a Mafalda, “eso es lo importante para convivir con los demás y sobre todo, ¿sabes qué?, no creer que uno es mejor que los demás. Porque así como hay mucha gente que a mí puede no gustarme, es lógico suponer que también yo puedo no gustarle a un montón de imbéciles, ¿no?”. 

Comprensión y respeto. Palabras esenciales. Mylia, una de las cuatro protagonistas de Jerusalén, novela de Gonzalo M. Tavares, “sentada en una silla incómoda, pensaba en las palabras fundamentales de su vida. Dolor, pensó, dolor era una palabra esencial.” El dolor en ella era crónico. En las palabras de Jesús, misericordia y humildad son también palabras esenciales. De hecho, las imágenes que maneja Jesús en el evangelio tienen sentido a la luz de los versículos anteriores, los que escuchamos la semana pasada: la invitación a ser misericordiosos, como el Padre es misericordioso; a no juzgar y no condenar para no ser juzgados ni condenados.

En esta lógica, quienes juzgan y condenan son como ciegos que juzgan y condenan a otros ciegos; son como alumnos de kínder que pretender dar clases de universidad. Así de ridículos. Ridículos es mi manera de decirlo; Jesús dice “hipócritas”; gente que ve la paja en el ojo ajeno y es incapaz de ver la viga en el propio.

Somos rápidos para juzgar y condenar, y muy lentos para comprender. Excepto cuando nosotros mismos somos los juzgados y condenados. Nos falta humildad. Humildad es otra palabra esencial. Humildad y humanidad comparten la misma raíz, humus, que significa “tierra”. Ser humilde es reconocer que estamos hechos de barro, todos. La poeta mexicana Enriqueta Ochoa se pregunta:

            ¿Qué ha visto el hombre?
            Nada.
            Ciego y desnudo llegó,
            desnudo y ciego se irá
            del polvo al polvo.

Por eso comprender es palabra esencial, porque todos compartimos la misma humanidad, frágil y quebradiza. El humilde sabe que es frágil y quebradizo, como cualquiera. Pero confía en el Espíritu de Dios gracias al cual el barro que somos es al mismo tiempo un milagro. Desafortunadamente, la moral cristiana tradicional ha enfatizado el juicio y la condena, la culpa, más que la misericordia y la comprensión. Y además, ha puesto casi todos los puntos y los acentos en cuestiones de moral sexual, en el sexto mandamiento de la Ley de Moisés, olvidándose de los otros nueve. Sobre todo de los que miran a la fraternidad social del Reino de Dios. 

Sentimos mucha culpa sexual, aunque como en todo, tendemos a justificarnos a nosotros mismos. Hay una imagen que circula por las redes sociales. Se trata de Pumba, el tierno jabalí salvaje amigo de Simba, en El Rey León. La imagen dice: “Cuando no ves pornografía, pero te gusta la literatura erótica.” Y Pumba grita: “¡Yo soy un cerdo decente, no un puerco!” Todos tenemos nuestras decencias. Y también lo demás. 

Recién estallado el escándalo de los casos de pederastia clerical en Irlanda, Timothy Radcliffe, biblista inglés, que fue Maestro General de los Dominicos, dio un retiro a sacerdotes en Irlanda. Los invitaba a descansar, pero también los invitaba a comprender a su pueblo. Les recordó que durante siglos, la Iglesia ofreció al pueblo de Dios una moral sexual muy pesada, condenando a homosexuales, infidelidades, relaciones extramatrimoniales, abortos y demás, para que al cabo de los años, el pueblo mismo constatara con dolor que su clero vivía todo eso que condenaba. Quizá el clero ha recibido de su pueblo más misericordia que la que le ha dado. 

Necesitamos, dijo entonces Timothy Radcliffe, crear una nueva moral desde el evangelio; es decir, desde la misericordia; desde la certeza de que Dios nos ama a todos, siempre, y nos lo perdona todo y desde ahí, con humildad, reconocer lo que está mal y convertirnos. Sin perder nunca de vista que la misericordia es en primer lugar para las víctimas; la misericordia rescata a las víctimas, las recupera, como hizo el Padre cuando resucitó a su Hijo, crucificado. 

En todo caso, nunca hay que olvidar, como ha recordado Francisco, que no hay santo sin pasado ni pecador sin futuro. O como lo expresa Mario Benedetti, en uno de sus más bonitos haikús:

            La mariposa
            recordará por siempre
            que fue gusano

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