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Sueñan las pulgas...

Marcos 6,1-6

Debe haber sido terriblemente difícil para Jesús, eso de que luego de sentir que se posaba sobre él el Espíritu Santo en el Jordán, luego de haber sido impulsado por el Espíritu Santo al desierto y haber sentido el impulso de dejarlo todo y entregarse a una vida de profeta itinerante para anunciar de pueblo en pueblo la inminente llegada del Reino de Dios; que luego de hacer presente este Reino con gestos y palabras que suscitaron en toda clase de personas una fuerte confianza en él; volver finalmente a casa, a Nazaret, a su gente y a su pueblo, y ser visto con desconfianza. 

Debió haber sido terriblemente difícil para Jesús que los leprosos confiaran en él, que sencillos pescadores como Pedro y Andrés, Santiago y Juan, dejaran redes y barcas para caminar detrás de él; que los campesinos que lo escucharan dieran fe a sus palabras, y confiaran en que de verdad el Reino de Dios era tan pequeño y a la vez tan lleno de vida como una semilla de mostaza; que los amigos del paralítico confiaran tanto en él, que desmontaran las tejas de un techo para introducir por el agujero a un paralítico, a quien Jesús dio a un tiempo la movilidad de su cuerpo y el perdón de sus pecados; que el leproso confiara tanto en él que Jesús mismo se atreviera a tocarlo; que una mujer confiara tanto en él al punto de no pretender tocarlo, sino sólo tocar la orilla de su manto; que Jairo, el jefe el de la sinagoga confiara tanto en él, que creyera ciegamente que su hija muerta no estaba muerta, sino dormida; qué difícil para Jesús, volver a su pueblo y darse cuenta de que frente a la fe sin límites de los desconocidos, los suyos no lo vieran con la misma confianza. ¡Qué difícil!

¡Qué tristemente difícil esto de la desconfianza entre los que los formamos una misma familia, un mismo pueblo y hasta una misma Iglesia! ¡Qué difícil además enfrentar la burla y el menosprecio! ¿Milagros, sabiduría? ¡Pero si no es más que un carpintero o un albañil, según se prefiera traducir! Si lo conocemos de niño y conocemos a su familia, ¿de dónde entonces, todo cuanto se cuenta de él? ¡Qué difícil!

Por supuesto que, frente a la contemplación de esta escena del evangelio, y frente al panorama en que quedó el país tras las elecciones, como a Jesús, me sorprende nuestra falta de confianza en nosotros mismos frente a asuntos mucho más trascendentales que los partidos de la selección mexicana. Varios se preguntan en las redes sociales y yo me pregunto con ellos, ¿dónde quedó el espíritu de solidaridad y generosidad con que salimos a mover escombros y a rescatar a los hijos de Dios que se aferraban a la esperanza, o perdieron el sentido y se desmayaron confiando, quizá sin saber bien a bien en qué o en qué, pero confiando?

No es novedad que las campañas políticas tiendan a dividir y a sembrar odio y miedo entre la población. Yo sé que no es nuevo esto de burlarnos y agredirnos entre nosotros, esto de denigrarnos y discriminarnos, que más o menos así ha sido desde que a alguien se le ocurrió decir: “No tiene la culpa el indio…” Y así, en un país de raíces indígenas, que presume con orgullo su cultura y el sazón prehispánico de su comida, que se ufana de la grandeza entrevista en las ruinas de los que habitaron lo que hoy es México antes de la llegada de los españoles, en México ser indio es la raíz de los males y el centro de las burlas. 

Arnoldo Kraus, médico y escritor mexicano tiene un relato llamado ¿Entre líneas o entre sueños?, donde cuenta su experiencia con Guadalupe, una psicóloga que cerró su consultorio porque se decía, contra lo que opinaban sus pacientes, que no sabía leer entre líneas; sin embargo, Kraus le contó sus propios sueños. Sin duda, cada quien tendrá su lectura de lo que ha pasado en el país, particularmente el domingo pasado, y todos hacemos nuestra lectura entre líneas. 

Algunos se fueron a dormir llorosos y derrotados porque entre líneas temían que hubiera cruzado “el charco” el viejo fantasma que recorría Europa a mediados del siglo XIX: el comunismo; algunos entre líneas observan que el candidato ganador no les inspira confianza, porque les siguen doliendo los plantones de Reforma, donde el arte y la cultura sirvieron de catalizadores para que el enojo y el descontento no acabaran en violencia; porque dicen que la gente que lo rodea es de lo peor y que son los mismos de siempre (y uno no puede dejar de preguntarse, si son los mismos, cuál es el miedo); porque entre líneas ya están echando números para ver a cuántos ninis y a cuántas viejitas vamos a mantener, aunque no hayan calculado aún cuántas vidas tendrían que vivir para juntar el monto equivalente de los impuestos condonados por el Gobierno Federal a las grandes empresas. Y así, entre líneas alguien ha sabido sacar de nosotros lo peor de nosotros mismos: la capacidad para desconfiar, para mofarnos de los que son diferentes y para insultar impúdicamente. Y entre líneas quizá ni quiera hemos leído que detrás de los resultados, hay al menos 30 millones de mexicanos que piensan que los pobres están saciados del sarcasmo de los satisfechos, que sus corazones están hartos del desprecio de los orgullosos.

Pero quizá para hacer una mejor lectura, habría que leer entre sueños. “No creo en él” me han dicho varios. Ni hay que hacerlo, porque de creer creer, como único Señor de la historia, sólo creemos en Jesús. Pero se trata de confiar en los sueños que están detrás de lo que hemos vivido en los últimos días. Aunque sueñen las pulgas con comprarse un perro, como dice Galeano.

            Sueñan las pulgas con comprarse un perro
            y sueñan los nadies con salir de pobres,
            que algún mágico día
            llueva de pronto la buena suerte,
            que llueva a cántaros la buena suerte;
            pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy,
            ni mañana, ni nunca,
            ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte,
            por mucho que los nadies la llamen
            y aunque les pique la mano izquierda,
            o se levanten con el pie derecho,
            o empiecen el año cambiando de escoba.

            Los nadies: los hijos de nadie,
            los dueños de nada.
            Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
            corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos,
            rejodidos:

            Que no son, aunque sean.
            Que no hablan idiomas, sino dialectos.
            Que no profesan religiones,
            sino supersticiones.
            Que no hacen arte, sino artesanía.
            Que no practican cultura, sino folklore.
            Que no son seres humanos,
            sino recursos humanos.
            Que no tienen cara, sino brazos.
            Que no tienen nombre, sino número.
            Que no figuran en la historia universal,
            sino en la crónica roja de la prensa local.

            Los nadies,
            que cuestan menos
            que la bala que los mata.

Mucho ganaríamos si no nos burláramos de los sueños de los demás. Entre líneas hemos leído mucho y hemos logrado poco. Mejor, pues leer entre sueños. No son pocos los personajes en la historia de la salvación que conocieron el poder de Dios creyendo en sus sueños. Mucho adelantaríamos si aprendiéramos a confiar en nosotros y en nuestros sueños tanto como en Jesús. Mucho lograríamos si confiáramos menos en los de arriba y más en lo que podemos tejer desde abajo; mucho sería lo que levantaríamos si usáramos las piedras que están al alcance de nuestra mano no para lapidarnos, sino para construir; mucho avanzaríamos si confiáramos en lo que tenemos al alcance de la mano para abrir caminos que recorran nuestros pies; mucho cambiaríamos si nos viéramos con compasión y no con rivalidad. Yo sueño un país menos pobre y menos violento; más igualitario y más justo; menos sangriento y más vivo. Quizá sean sueños, pero confío en los milagros que los hacen realidad. Sueño y mucho, y mucho hay que trabajar para alcanzarlos. Otro sería el país, muy distinto; mucho, si confiáramos. Pero donde no hay confianza, ni Jesús, que es el Señor, puede hacer milagro alguno.

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