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Si se trata de amor

Marcos 5,21-43

Antes, para referirme a todo lo que caía en el campo de lo posible, me gustaba usar la expresión de Fernando Delgadillo, “puede que pueda”. Pero de un tiempo para acá, me gusta usar también la manera en que lo dice Rosana: “Por poder, puede ser”. Y por poder, puede ser que estos dos personajes femeninos de la secuencia narrativa de Marcos, que los presenta, dice José Luis Sicre, como si de muñequitas rusas se tratara, la historia de una dentro de la historia de la otra, sean dos evocadoras imágenes de nuestra Patria.

Por un lado, una mujer que lleva muchos años enferma. Así está México, como una mujer desangrada por muchos años. Una mujer que ha entregado su amplia riqueza en manos de quienes le prometieron vida, y lejos de estar mejor, ha empeorado. Desangrada por la vida de los hijos que le han arrebatado, desaparecido, empobrecido. Con todo la patria se resiste a morir. Y aunque tenga que arrastrase por la historia, cargando su dolor, su sangre, su desesperación, su fracaso, su impureza, su exclusión y, lo peor, la culpa y la vergüenza de creer que en ella misma está la causa de su mal, con todo, se resiste a perder la esperanza y encuentra el coraje para seguir caminando.

Ocurre cuando escucha que un tal Jesús, que anda de pueblo en pueblo y por todos los caminos está cerca de ella, un tal Jesús que no siente asco ni miedo de nadie, que come con los pobres y los publicanos y cura a los enfermos, que dialoga con las mujeres y les ha dicho que ellas como cualquiera también son hijas de Dios. Así que, confiando en aquél que anuncia el amor de Dios, la ternura de Dios, el reino de Dios y la salvación de Dios para todos, se pone en camino. Su confianza le da fuerza. Como de mujer que son, las palabras de una canción de Rosana me parece que expresan lo que hay en el corazón de esta mujer ante Jesús:

            Puede ser... 
que Dios me deje cuerpo a tierra,
con el corazón de piedra,
aun así te encontraré.

Puede ser que venga el día de costado. 
Puede ser que me arrodille de dolor. 
Puede ser que se amontonen los pecados 
en un cielo abandonado, 
Si tú estás, me quedo yo... 

La otra historia es la de una joven de doce años. Y por poder, puede ser que sea también la historia de nuestra patria. Jairo significa alegría. Y en nuestro país hay muchos hombres y mujeres que en su corazón no hay alegría, porque ven cómo poco a poco se va la vida de sus hijos, cómo mueren lentamente reduciendo su mundo a la realidad virtual de un celular, porque en este país y en esta historia es quizá lo único que tienen en sus manos y lo único que pueden controlar. Porque afuera las oportunidades son menos, porque afuera estorban, porque afuera no son aceptados, porque afuera los culpan de sus fracasos, porque afuera parece que no hay futuro ni esperanza; porque afuera les hacen sentir miedo. Y con miedo nadie puede tener una vida digna de tal nombre. 

Es justo en este punto donde se engarzan ambas historias. Jesús alaba la fe, la confianza de la hemorroísa, porque a pesar del tiempo pasado, de la desesperación y los fracasos, con sus menguadas fuerzas de mujer, ha sabido ponerse en camino. Y cuando Jesús dice a la hemorroísa que su fe la ha curado, es que llegan de casa de Jairo a avisarle que su hija está muerta, que ya no moleste al Maestro. Frente a esto, Jesús le pide no tener miedo, sino tener fe, confianza. Dice el escritor español José Luis Sampedro —claro, hablando de esas cosas raras que pasan en España—, que el miedo sirve para manipular a la gente. Te amenazan con que te cortarán la cabeza, y te ponen el grillete en el cuello y al final del día piensas que pudo haber sido peor, y agradeces que sólo fue el grillete, porque tuviste miedo, y por ese miedo terminas por entregar tu vida y tu libertad. 

Es fuerte y triste que, cuando Jesús llegue a casa de Jairo, la gente que ahí estaba se burle de Jesús, porque piensan que frente a la muerte de la pequeña no hay nada que hacer. Es entonces que se prueba la fe, la confianza de Jairo. Después de que Jesús revive a la niña, Jesús pide a quienes ahí estaban que le dieran de comer. Generalmente los comentaristas dicen que para que les constara que efectivamente estaba viva, pues los muertos no comen. Pero hay algo más fuerte. En los evangelios, comer es signo de comunión con Jesús, comen con Jesús los que tienen hambre de pan y de Dios, comer es un signo de inclusión, de reconocimiento y respeto a la dignidad del otro. Dar de comer a la niña es un signo de compasión a su hambre profunda, y de su valía como persona e hija de Dios.

Es triste, y muy injusto, que en nuestra Patria generaciones de hombres y mujeres mueran sintiendo la misma hambre que sintieron sus padres y sus abuelos; es triste, y muy injusto, que en nuestro país millones de hombres y mujeres mueran sin haber visto ni de lejos, la tierra prometida en la que Dios, como una madre, alimente a sus hijos con leche y miel; es triste y muy injusto, que para miles de hombres y mujeres, un mañana mejor sea un final visto sólo en la televisión pero no en la historia; es triste, y muy injusto, que miles de mujeres y hombres en nuestro país sean echados a la tierra sin saber dónde fueron echados los cuerpos de sus hijos desaparecidos. Es triste y muy injusto no tener el suficiente corazón para que con gallardía y aunque arrastrándonos sobre la tierra, no busquemos a Jesús para tocar su manto.

El manto en la Escritura es signo de la personalidad de alguien, de su espíritu. El manto de Jesús es su Espíritu, no es poca cosa. Tocar el manto de Jesús es vivir un poco al menos como él, desde la compasión y la misericordia. Frente a las elecciones, éstas de hoy y en otras, se nos dice que votemos con la razón, no con las entrañas. Pero sucede que en el Evangelio, los milagros ocurren cuando a Dios se le estremecen las entrañas. Si frente al hambre de los pobres, si frente al dolor de los violentados, frente a las humillaciones de los que fueron agachados no sentimos nada, entonces hay que preguntarse qué somos y de qué estamos hechos, porque quizá seamos como nuestros celulares: máquinas muy inteligentes pero sin alma, sin corazón, sin vida. 

Dar de comer es tener compasión, dejarnos llevar por el Espíritu de Jesús, por el viento de Dios. Rosana lo canta muy bellamente: 

Y me dejo llevar 
que me muera si miento 
no es difícil echar a volar si te empujan 
las manos del viento…
 
           Y lío a pintar escaleras al cielo 
el reinado que tengo me pide comida 
ni vale dinero.

Y porque la política, como la vida entera, sin amor es inhumana, vale la pena cantar con Rosana:

Si se trata de amor, me declaro creyente.

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