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Gran Maestro: ¡lo recuerdo perfectamente!

Lucas 10,1-24

"¡Oh sí, lo recuerdo perfectamente!" Generalmente así doblan al español las voces de documentales gringos que recogen testimonios. Yo recuerdo a Raulito, en realidad el Dr. Raúl Herrera, que en el ciclo escolar 2001-2002 dio el curso de Crítica del conocimiento en la Pontificia y yo fui su alumno.  Joven, tendría entonces la edad que tengo yo ahora, menudo, de mezclilla y mangas arremangadas, vaso de unicel con café en la mano derecha, mochila al hombro entrando al salón, cara redonda, cabello negro, crespo, ceja poblada, barba que hoy se dice de tres días, lentes de armazón negro de pasta, y una inquietante mueca irónica por sonrisa, que con sus amigos cambiaba por una más amplia, escandalosa y sincera. Lo recuerdo perfectamente. Era un maestro extraordinario al que  reverenciábamos a sus espaldas. De modales hoscos al repartir exámenes calificados con las notas más bajas: 0.7, 1.4, 3.8. Quizá la nota numéricamente más baja de mi formación es el 9.1 de su examen al final del semestre, y lo mismo que san Pablo tenía por basura su pasado fariseo junto al amor de Cristo Jesús, yo tengo en nada mis dieces al lado de este 9.1 que me regaló el afecto y el respeto de Raulito.

Su exigencia como maestro para sus alumnos era radical, sostenía que para decir al pueblo de Dios que Dios es amor no se necesitaba ir a una universidad, porque eso ya se sabía; que leer nuestros exámenes era una tortura, y que si esos, o sea nosotros, éramos los futuros pastores de la Iglesia, ¡pobre Iglesia y pobre gente la que padeciera nuestra pobreza intelectual! Sus palabras calaban. Un día visitándolo en su comunidad religiosa, en Guanajuato, le pregunté: "¿Por qué es tan duro como maestro?" "Me enferma la mediocridad", me respondió.

Lo mismo que Raúl, Jesús era un maestro radical con sus discípulos. Su radicalidad lo llevó a ser el Maestro por excelencia, y no esperaba menos de sus discípulos. Jesús no era un maestro de academia, pero era la sabiduría encarnada, la sabiduría de Dios, mayor a la de Salomón. Como maestro, lo suyo era dar a conocer el imperio de Dios. Pero Jesús no sólo era maestro, también era profeta, y como profeta tenía que anunciar la llegada de este imperio y, a través de sus gestos y palabras, hacer que este imperio aconteciera. 

Curaciones, exorcismos, mesa compartida, con esos signos Jesús hizo presente el imperio de Dios. Para ello, para comunicarlo y hacerlo presente, Jesús dejó para siempre sus posesiones, su oficio, su familia, su patria y se puso en camino como itinerante, como caminante permanente sin cosa que lo atara a ningún lugar; sin objeto que estorbara su camino. De lugar en lugar curaba, expulsaba demonios y comía con quienes lo recibían, así fueran extranjeros, publicanos, pecadores o prostitutas. Quienes lo acogieron, quienes fueron curados por él, quienes compartieron con él la mesa y la comida, comprendieron la verdad de sus palabras. No todos lo entendieron; algunos pensaban que estaba loco o endemoniado, que entonces era lo mismo, y se burlaban de su itinerancia, de su vida de varón célibe, sin mujer y sin hijos, de su pobreza. De él y de los suyos. Porque como parte de su misión, Jesús llamó y acogió a otros que aceptaron llevar su mismo estilo de vida, de profetas itinerantes, que de lugar en lugar compartían con su maestro el carisma de curar, expulsar demonios y sentarse a la mesa de los pobres y de los pecadores, haciendo que aconteciera entonces el reino de Dios, que siempre está cerca, tan cerca como nuestros manos, nuestros labios y nuestros pies, cuando se ponen camino y en obra de misericordia.

Para estos profetas, Pedro y el resto de los Doce, y también mujeres como María Magdalena, la vida no era fácil, pero era alegre y esperanzadora; su pobreza y su soltería les daba libertad.  Formaron una nueva familia. Incomprendidos igual que su maestro, algunos querrían dar razón de su opción de vida y de su fe en el imperio de Dios y en Jesús a quienes por el camino se burlaban de ellos o rechazaban acogerlos en sus casas, no valía la pena, quizá por eso Jesús les pediría no saludar a nadie por el camino. Lo mismo que los alumnos de Raúl, los discípulos de Jesús no siempre aprendieron la lección a la primera. Sentían deseos de venganza contra quienes no los recibían, contra quienes se cerraban al imperio de Dios. Jesús se lamentó por ellos, pero los amó con el mismo amor con que amaba a sus amigos, aunque a quienes no lo entendían y lo rechazaban les diera la impresión de un dejo de insolencia y aun de violencia. Y luego de ser enviados para ir solos, sin el maestro, como a manera de examen final, al volver se merecieron menos de ocho de calificación, se alegraban de que los demonios se les sometían, cuando lo que tenían que haber aprendido es que a partir de su misión, hombres y mujeres se dieran cuenta de que todos somos hijos de Dios, cuya vida importa al Padre, y que, por tanto, formamos parte de la misma familia, por eso comemos juntos.

Y ésa es la gran lección. Que somos hijos del mismo Padre, cuyo amor gobierna la historia cuando lo acogemos sin cuestionamientos, a pesar de la burla y la incomprensión de quienes se cierran a él.  Un día Mafalda iba por la calle con sombrero de periódico y rifle de juguete, marchando: "¡Hop-dó-triée cuatro!... ¡Hop-dó-triée-cuatro!.." Luego ordenó: "¡Aaaaaltó! Descansen, ¡arrrrr! Basura, ¡arrrrr!" Y luego de golpear el suelo con su rifle, lo aventó al bote. "Terrrrrminado!, dijo poniéndose en firmes. Y botando también el sombrero a la basura, exclamó: "¡Qué Ginebra ni qué Ginebra, ¡así habría que lograr el desarme!" Dios comienza a reinar a partir de gestos pequeños pero claros. Dios reina cuando somos misericordiosos, cuando curamos a los enfermos; Dios reina cuando combatimos el mal; Dios reina cuando no discriminamos, cuando nos reconocemos hermanos y compartimos la comida; cuando dejamos que el Pan y el Vino del Señor nos hermanen alrededor de una misma mesa, a todos, sin ascos y sin miedos, como alguna vez escribió Francisco.


Comentarios

  1. Ahhh!!! Que sabrosos comentarios!!!! Efectivamente, sentemonos a la mesa todos y compartamos los alimentos que pone la mano de Dios que también es Madre!!!!

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