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El bautismo de Jesús: Todo comenzó en Galilea

Isaías 42,1-7; Hechos 10,34-40; Marcos 1,4-7

Todo empezó en Galilea, cuenta Pedro en casa de Cornelio, centurión romano, luego de su bautismo. Y así nos cuenta el libro de los Hechos el inicio de la evangelización de los pueblos paganos tras la resurrección de Jesús. La escena del evangelio de Marcos nos muestra el inicio de la vida pública de Jesús; para Marcos, el inicio de todo no está en el nacimiento de Jesús, por eso no nos incluye ningún relato de navidad. El inicio de todo está en el bautismo de Jesús, en esa maravillosa experiencia que vivió en el Jordán teniendo a Juan como primer testigo, pero no el único. Todo comenzó, continuará Pedro, con Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Esta unción de la que nos habla Pedro es la que Marcos nos cuenta como una experiencia fuerte y extraordinaria de Jesús: ve cómo el cielo se rasga, el Espíritu desciende sobre él con la delicadeza de una paloma, y escucha la voz del Padre que le dice: "Tú eres mi hijo, en ti he puesto mi complacencia." Lo que sigue en el evangelio es lo que Pedro resume en la frase: "Pasó haciendo el bien, y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él." El primer día del año,  parada sobre un banquito frente a la pared, Mafalda cambió el calendario, de los que tienen una hoja por día, con chiste o receta en la parte de atrás, miró con una gran sonrisa el nuevo, luego vio al viejo con tristeza, y se volvió hacia el nuevo para decirle: "¡Ánimo, que este quedó así porque hay que ver por las que tuvo que pasar, pero vas a ver que a ti te a va ir mejor!"

Por el bautismo compartimos la muerte y la resurrección de Jesús. Contemplando la primera lectura, el canto de Isaías sobre el Siervo de Dios, y el final de los evangelios, contemplando a Jesús crucificado, de buenas a primeras no sabemos si de verdad queremos compartir el destino de cruz. A veces bautizamos para que el niño o la niña, como se dice en estos tiempos de corrección social e incorrección gramatical, no esté enfermo o enferma. Pero el bautismo no es un rito mágico cuyo efecto sea la inmunidad biológica. El bautismo en primer lugar es la celebración del inicio de nuestra vida en Dios; una fiesta en la que recibimos con gozo el Espíritu del Señor, en la que para cada uno el cielo se rasga y la voz del Padre se hace escuchar y resuena en el corazón: "¡tú eres mi hijo, en ti me complazco! Y en este gesto de amor del Padre hacia nosotros, comienza la vida eterna, la vida que de verdad importa, no la vida meramente biológica, sino la única vida que tiene sentido, la que marcará el corazón, cuya memoria guardaremos, la vida que nos abrirá la puerta de la plenitud.

El bautismo es una fiesta en la que el somos ungidos por Dios y con la fuerza de su Espíritu quedamos capacitados para ir por la vida, como Jesús, haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, sin perder de vista que el evangelio de Marcos  fue escrito en medio del imperio romano  para cristianos provenientes del paganismo, y que hablar del diablo significa lo mismo las causas desconocidas de una enfermedad (no se conocían los virus ni las bacterias, ni el cáncer), como la impresionante fuerza destructiva del imperio romano, que actuaba y oprimía como si se tratara todo él en su conjunto de la encarnación de una fuerza maligna venida del más allá. 

Pareciera que Isaías compuso su canto viendo a  Jesús. Describe con mucha elocuencia el paso de Jesús por la historia haciendo el bien: no quebrando la caña resquebrajada, no apagando la mecha que aún humea. Son gestos que hablan de compasión y de esperanza. Jesús actúa con la ternura y la delicadeza, pero también con la precisión y con la urgencia de quien tiene una vela en la manos y no permite que se apague. Para Jesús, lo importante es la vida de sus hermanos, comenzando porque los que han sido resquebrajados y aquellos a quienes la vida o la alegría o la esperanza comienza a apagarse o aparentemente se ha apagado, y siempre es capaz de encontrar, como dice Leonardo Boff, brasas bajo las cenizas. Ésta es la vida que de verdad importa y que es, de verdad, eterna.

En el bautismo no recibimos el agua de Juan, sino el Espíritu de Jesús, en el agua, en el santo crisma, en la luz. El bautismo nos hace Cuerpo de Jesús; por el bautismo somos hijos amados como el Hijo Amado; ¿qué impide entonces, que contemos nuestra vida a partir de nuestro bautismo?, ¿que volvamos una y otra vez a esa experiencia que vivimos de pequeños, la mayor parte de nosotros, pero que otros atestiguaron, que escuchemos la voz del Padre que sigue resonando en nosotros y, como Jesús, pasemos por la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos por le diablo?

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