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Profetas

Mateo 3,1-12; Romanos 15,1-9

"Siempre parece imposible, hasta que lo haces"
Nelson Mandela

Curiosamente, estamos ante la primera escena del evangelio que sucede a los relatos de Mateo en torno al origen y los primeros años de Jesús. Sin embargo, es un texto que nos prepara para la celebración de la navidad. Y el sentido, me parece, es claro. No nos preparamos para recordar simplemente un nacimiento, sino para celebrar la venida del Imperio de Dios a nuestra historia en medio de su pueblo, en la persona de Jesús. Dios nos ha visitado en Jesús, y en Jesús nos ha mostrado su amor compasivo y misericordio, y nos ha enseñado a vivir como Él. Por eso la navidad se prepara con la lectura de estos textos, para que el adviento nos convierta el corazón y lo ensanche hasta dar la medida del Amor, de tal manera que el Amor pueda habitar en él y desde ahí desbordarse a lo largo y ancho de la sociedad.
 
La escena de Mateo está centrada en la figura de Juan el Bautista, figura radical que, a la orilla del Jordan en medio del desierto, prepara el camino del Señor. Juan arenga a fariseos y saduceos, que llegan hasta él no se sabe si por curiosidad o por sincere deseo de conversion. Lo cierto es que Juan los llama "raza de víboras", los amenaza con la inminencia del juicio de Dios, cual hacha puesta a la raíz de los árboles que no han dado frutos de conversion. Venturosamente, yo como ni soy fariseo ni soy saduceo, no me siento directamente interpelado por las palabras de Juan. Tampoco soy seguidor del Bautista, soy seguidor de Jesús, y acojo con gozo y esperanza las palabras del Señor que me invitan a recibir el Imperio de los Cielos como una semillita que en mí, y muchas veces a pesar de mí, crecerá y dará frutos.
 
Lo que sí no podemos perder de vista es el lugar social de la predicación de Juan. Y evidentemente no me estoy refiriendo al desierto o al río, éstos son el escenario de la narración. Me refiero a su posición solidaria junto al pueblo. Para Juan, la filiación religiosa, la pertenencia al Pueblo de las promesas, es insuficiente para impulsar una vida conforme a la voluntad de Dios. Juan reprocha a fariseos y saduceos que apelen a su ser hijos de Abraham, pues de querer hijos de Abraham. Lo que importa no es que seamos hijos de Abraham, sino que seamos hijos de Dios.
 
La fuerza de Juan reside en la valentía y en la claridad con que fustiga verbalmente a fariseos y saduceos. En esto muestra como lo que es, un auténtico profeta que, en el nombre y con la autoridad de Dios, denuncia la hipocresía de quienes no están junto al pueblo. En Juan está presente el anuncio de quien viene a bautizar con el Espíritu Santo. Profetas los seguimos teniendo en nuestros días. Esta semana la humanidad se despidió de uno de ellos, el gran Nelson Mandela, voz de Dios en medio del desierto de la segregación racial, que alentó la esperanza del pueblo negro africano, manteniendo firmemente su convicción de que todos somos iguales, a pesar de la persecución y 20 años de encarcelamiento. Nunca perdió la fuerza de la no-violencia.
 
Profeta en medio de la Iglesia el Papa Francisco, que habla para el mundo en el lenguaje de la teología latinoamericana, que es un lenguaje de gente pobre y sencilla. Quienes lo critican dicen que habla como un cura de pueblo, el Señor Jesús sigue alabando al Padre por haber revelado los misterios de su Reino a los sencillos. El Papa Francisco renunció a vivir en el Palacio Apostólico, y aunque siga viviendo en el Vaticano, ha hecho del pueblo el lugar en que habita su corazón, y la fuerza de su sonrisa radica en la alegría del Evangelio; si no hay alegría, es porque no ha permeado el evangelio.
 
Puede que no sean muchos los profetas. Yo creo que sí lo son, lo que pasa es que la bondad, la compasión y la misericordia hace mucho que dejaron de ser primera plana, si es que alguna vez lo fueron. Pero en ellos es claro que Dios viene a visitarnos, y sus vidas nos invitan a abrir las puertas del corazón para que nos habite el que, de hecho, siempre ha estado con nosotros. A su modo, es a lo que nos invita san Pablo, a acogernos unos a otros, y dar Gloria a Dios teniendo un solo corazón, lo cual sólo es possible cuando la compasión nos impulsa a sobrellevar las flaquezas de los débiles. Por eso hay que estar junto a ellos y darles la sonoridad de nuestra voz y la fuerza de la esperanza.

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