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El publicano y el fariseo

Lucas 18,9-14

Un día Mafalda recibió de su mamá un plato de sopa, y comenzó  a increparla diciendo que era una cosa nefasta, la cosa más inmunda que jamás había probado, y luego de ver con detenimiento su plato, volteó a la cocina y le preguntó a su mamá: "¿o te molesta la crítica constructiva?" Algo así se me figura que nos dice Jesús con esta parábola del publicano y el fariseo, que parece que nos invita a la oración humilde, para más bien es una linda crítica constructiva. Porque aunque la parábola siga a otras dos que hablan sobre la necesidad de la oración, y en esta tercera la situación de los personajes sea precisamente de oración, el narrador nos dice que Jesús contó la parábola por aquellos que se creían más que los demás.

Y aquí es donde comienza la parte cruel, porque nosotros solemos sentir cierta antipatía por los fariseos, y mucha empatía con los pecadores perdonados por Jesús en el evangelio. Pero en la época en que se escribieron los evangelios había más bien un sentimiento de recelo hacia los publicanos, que habían pactado con el Imperio Romano, traicionando al Pueblo de Dios. Muchos son los que dicen que no tienen nada, por ejemplo, contra los homosexuales, pero que qué bueno que no tiene un hijo así. O que pobrecitos los drogadictos, pero gracias a Dios que nuestros hijos no son de ésos. Que bendito sea Dios que somos católicos y no ateos, o que qué bueno que pertenecemos a este grupo y no a este otro. Esta misma semana compañeros estudiantes de la UNAM publicaban en facebook una foto del lonje moco que decía: "Soñé que estudiaba en el Poli... ¡y fue horrible, fue horrible!

La cosa que nos seguimos poniendo etiquetas y  nos juzgamos y nos creemos buenos y sentimos que somos buenos y, además más buenos que el reto de la humanidad. Y éste el gran problema. No que seamos buenos, sino que nos creamos mejores que los demás y los despreciemos por eso. Es el problema de las famosísimas odiosas comparaciones. No es que sea malo ser bueno, pero eso no nos da derecho a despreciar a nadie. 

Parece que se nos olvida que el único juez del corazón humano es el Señor, y que su juicio siempre es de misericordia. La parábola pone de manifiesto que somos nosotros los que delante de Dios y en su nombre nos ponemos etiquetas, que nos tachan, nos dividen y nos destruyen. Mientras tanto, y si es verdad lo que Lucas nos ha contado en su narración, a los etiquetados, a los tachados, a los proscritos, Dios les quita las etiquetas y los cubre de besos. Porque lo más valioso que se nos olvida es que en último término todos seguimos siendo hijos de Dios.

El final de la parábola no es menos confrontante. Tanto el fariseo como el publicano volvieron a sus casas. Y no parece que uno u otro hayan cambiado. Según lo que se deduce, el fariseo siguió siendo la misma buena y observante gente que siempre había sido, a mucho orgullo; y el publicano siguió siendo el mismo traidor del pueblo enrolado en un sistema de injusticia y de opresión, del que ya no podía escapar. Pero Jesús afirmó que el publicano, el cobrador de impuestos, volvió a su casa justificado, reconciliado con Dios; y el otro, no. No porque su vida haya sido buena, sino porque reconoció con vergüenza y humildad la verdad de su propia persona delante de Dios, sin humillar a nadie para construirse una falsa grandeza. Que al que se engrandece Dios lo humilla, y a los humillados los engrandece Dios.

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