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Dinero y misericordia

Lucas 16,1-13

Dice el Papa Francisco que el mensaje del Evangelio es un mensaje de salvación y, en consecuencia, el mensaje de la Iglesia también debe ser siempre un mensaje de salvación. El texto de san Lucas es a todas luces salvador. A primera vista parece un texto centrado sólo en el dinero, en la necesidad de que el dinero sea administrado siempre, fielmente, no sólo con honestidad, sino también con eficiencia, tal como se deduce de la habilidad del administrados o mayordomo de la parábola que nos cuenta Jesús. Pero si nos quedamos aquí, a lo mejor tenemos que darle la razón a Susanita. Viendo a dos niños que pedían limosna, Mafalda fue al botiquín de su casa, tomó un curita, y se preguntó: "Bueno, ¿y cómo hace uno para pegarse esto en el alma?". Más tarde se encontró con Susanita, y ésta le dijo: "A mí también me lastima ver gente pobre, ¡créeme! Por eso, cuando seamos señoras, nos asociaremos a una fundación de ayuda al desvalido, ¡y organizaremos banquetes en que habrá pollo y pavo y lechón y todo eso! Así recaudaremos fondos para poder comprar a los pobres harina, sémola y fideos y esas porquerías que comen ellos."

Pues no, en ese uso, por todos lados lastimoso del dinero, no hay mucho del evangelio. Cuando Jesús invita a ganarse amigos con el dinero, a todas luces injusto, no parece estar llamando simplemente a la limosna, por muy organizada que esté. ¿Por qué, entonces, cuenta Jesús una parábola tan extraña como ésta? ¿Qué tiene de parecido con el reino de Dios un administrador acusado ante su amo por no cumplir adecuadamente con su misión? Pareciera no tener lógica; el amo está a punto de liquidar al administrador, y éste, pensando en ganarse el favor de la gente para cuando caiga en desgracia, es al final de cuentas mantenido en su cargo. Al parecer, ha robado el dinero de su amo, y para salir al frente de su despido, decide ¡cometer fraudes! ¡Y encima de todo se le alaba!

Creo que el mensaje salvífico del evangelio está en el lugar que ocupa la parábola en la narración de Lucas. Es importante recordar que Jesús ha sido invitado a comer en casa de un fariseo connotado, y que ahí Jesús criticó a los que buscaban los primeros lugares, comprendiendo que el comportamiento de cada uno de los invitados era el reflejo de sus propias vidas. Jesús exhortó más bien a invitar a los pobres y a los enfermos, a los que no pueden corresponder a la comida con otra; de esa manera, dice Jesús, habremos ganado un tesoro en el cielo. Después Jesús aceptó junto a sí a publicanos y pecadores, a traidores a la propia patria, y Jesús les habló del amor de Dios, que es como el pastor que busca a la oveja que se le ha perdido; como la mujer que barre cuidadosamente la casa para hallar la moneda que se le ha perdido; como el padre que sale a esperar al hijo que se ha perdido, y cuando vuelve, corre a su encuentro para cubrirlo de besos.

Por todo ello, Jesús ha sido criticado, su mensaje sobre el amor y la salvación del Padre no ha sido bien recibido por quienes decían ser los especialistas de la Ley, tampoco por los que se beneficiaban del orden o desorden social impuesto por el Imperio Romano. Pareciera entonces que el hombre rico dueño de los bienes es el Padre; los acusadores son los escribas y fariseos, y el administrador acusado es Jesús. De Jesús nos consta que es el amor encarnado de Dios; y es este amor el único bien que tiene que administrar. Y Jesús lo ha administrado compartiéndolo con quien tiene mayor necesidad de ser amado: los pobres, los enfermos, los excluidos... ¡de todos cuantos socialmente eran tachados y a los que religiosamente se consideraba castigados por Dios!

No sorprende que escribas y fariseos en alguna o en muchas de sus oraciones ¡acusaran a Jesús ante su Padre de andar derrochando su amor entre quienes no lo merecían! De hecho, el relato no dice que fueran ciertas las acusaciones en contra del administrador, ni que éste efectivamente malgastara el bien de su amo. Y, paradójicamente, con su manera de comportarse, de vivir, Jesús redujo las "cargas" de los "deudores" del Padre: perdonó la culpa de los pecadores, sanó los dolores de los enfermos, acabó con la exclusión de los marginados, validó la igualdad entre hombres y mujeres.

Y cuando el Padre vio el comportamiento astuto y efectivo de su administrador, se puso contento y lo alabó y lo ratificó en su cargo. Y esto también lo vivió Jesús; sus acusadores lo condenaron a muerte y lo llevaron a la cruz. Pero el Padre lo levantó de entre los muertos, y le restituyó la vida en plenitud, lo exaltó y lo sentó a su derecha. Con ello validó su "administración". Y también a uno le queda claro que la lógica del evangelio no es la de la acumulación de dinero, que termina por ser un ídolo, el excremento del diablo que todo lo corrompe, dice el Papa Francisco, el ídolo que nos hace creer que somos buenos porque damos limosna. La lógica del evangelio, la salvación, está en la misericordia, en la profunda compasión y solidaridad de Dios con el ser humano, en la sincera y desinteresada ayuda que podamos darnos entre nosotros para disminuir nuestras cargas, una vez que hemos reconocido que no es del dineros sino del Dios del Reino, de quien
recibimos la vida.

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