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Rebaño de Jesús

Lucas 12,32-48

Un día en casa Mafalda buscó a su papá, y lo encontró pegado a la radio, escuchando angustiado y tembloroso el partido de futbol; de ahí se fue al cuarto de su mamá, y la encontró con los tubos en la cabeza y el peine en la boca tratando afanosamente de conseguir un peinado; Mafalda fue a sentarse a un rincón de la casa, y con cara de desilusión se dijo: "A veces me pregunto si estoy en buenas manos." A diferencia de Mafalda, a nosotros Jesús nos invita a la confianza y nos transmite una seguridad impresionante: "No temas, rebañito mío, porque tu Padre te ha dado su reino." Aunque la realidad, a veces absurda en que vivimos parezca decir lo contrario, más en estos tiempos en que los grandes delincuentes pasan de la cárcel a sus casas y a nuestras calles, hoy tenemos que fortalecer nuestra fe en que estamos en las manos de Dios, somos hijos del Padre y rebaño del Señor.

Más aún, hemos de creer que el Reino Dios se nos ha dado; somos portadores de Dios y de su Reino. "Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón", sentencia Jesús. La gente piensa en tesoro, y se imagina cofres de barcos piratas, llenos de joyas cuajadas de piedras preciosas y monedas de oro. No es casual que pensemos en estos términos: prácticamente tenemos nuestro corazón hipotecado en el dinero, porque el dinero es el gran regulador de nuestra vida. Sin embargo, en Jesús Dios nos muestra algo totalmente distinto: si en Jesús Dios está siempre con nosotros, si en Jesús Dios nos está amando perpetuamente, eso sólo significa una cosa: ¡que nosotros somos el gran tesoro de Dios! Uno pudiera sorprenderse y creer que lo más valioso que hay en Dios es su poder, su capacidad de creación, Él mismo y, sin embargo, lo más valioso para Dios, su tesoro, somos nosotros, y vivimos por los latidos de su corazón que siempre nos está amando, intensa y desinteresadamente. Y quizá en la medida en que somos portadores de Dios y de su reino, su reino aquí en la historia depende más de nosotros que de Él. Por eso hay que tomarnos en serio que somos su rebaño y no dejar que nada ni nadie tome la conducción de nuestra vida.

La siguiente parte de las palabras de Jesús son una invitación a la fidelidad y a la esperanza. Si nosotros somos este tesoro de Dios, el reto es no dejar que la humanidad pierda valor, ni sea tratada como si no fuera valiosa por sí misma. La clave para ello está en el servicio: las imágenes que emplea Jesús son de servicio, servidores y amo. Su fuerza es tal que desconcierta: ¿qué patrón, que vuelve de un viaje largo, se pone a servir a su sirviente, sólo porque éste estaba listo para recibirlo? Cuando un patrón "normal" regresa, espera a que lo sirvan y lo atiendan, y a lo mucho da las gracias generosamente, ¡pero nunca sienta a su sirviente en su lugar y se convierte él en el servidor de su criado, mucho menos lo hace dueño de todos sus bienes!

No obstante, son las imágenes con las que Jesús da a conocer la acción de Dios, tan amorosa, tan apasionada y tan intensa, que es Dios el que se pone a nuestro servicio; nosotros insistimos en pensar en Dios como lo más poderoso, lo más grande y lo más alejado de nosotros, y Dios que insiste en hacerse lo más cercano, generoso y solidario posible, porque es tanto lo que nos ama, que somos su tesoro, lo más valioso de sí y por eso se pone a nuestros pies para servirnos. Dicen que uno ve lo que trae por dentro. Quien ya empeñó el corazón en el dinero, sólo verá signos de pesos más o menos claros, según el nivel socioecónomico de las personas con que trate; quien ha empeñado su corazón en el poder, sólo verá poder, según el dinero o las influencias con que uno cuente. Pero quien busca lo que hay de Dios en cada ser humano, descubre en cada uno el rostro de Dios, le empeña el corazón y se pone a su servicio. 

Por eso no son vanales las palabras de Jesús invitando a mantenerse con la túnica ceñida y la lámpara encendida, listos para ponernos en acción aun en lo más oscuro de la noche, cuando no sabemos a qué atenernos, y el miedo y la desesperación nos impiden reconocer la presencia de Dios que nos visita en el hermano que se nos acerca. Es desde aquí que algo podríamos cambiar el mundo en que vivimos. Hoy nos educan en las artes para la defensa personal, en la buena administración del dinero, en la necesidad y la conveniencia social y ecológica de llevar una vida austera, y todo eso está bien, pero seguimos sin enseñarnos a vivir en clave de servicio y, lo más grave, seguimos sin aprender cómo reconocer al Dios que llevamos dentro, y cómo evitar desde pequeños, que se nos ahogue en el mar oscuro de la injusticia, la violencia y la delincuencia. Al menos y por lo pronto, no hay que perder de vista que somos su tesoro y su rebaño, aquellos a quienes Dios sirve con total fidelidad.

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