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El Buen Samaritano

Lucas 10,25-37

El texto es conocido y desafiante. La parábola del buen samaritano, una de las más bellas y cuestionadoras historias contadas por Jesús. Dice Jon Sobrino: Los templos podrán vaciarse sin que ello preocupe mucho al mundo, pero si de la humanidad fuese desapareciendo el Jesús que contaba parábolas como la del buen samaritano, o la del hijo pródigo, que nos decía en las bienaventuranzas cómo vivir ya salvados y en la parábola del juicio final cómo quedar salvados para siempre, el Jesús, en fin, que enseñó oraciones como el Padrenuestro, el daño sería irreparable.

El texto del evangelio es claro, Jesús no amaneció un buen día y dijo lo primero que se le ocurrió, no. Un día se levantó un experto en la Ley del Señor y quiso poner a prueba a Jesús. No se menciona el escenario, pero la anotación de que el legista se haya puesto de pie para poner una prueba a Jesús sugiere que Jesús se encontraba haciendo uso de la palabra, quizá en alguna sinagoga. Si esto es así, Jesús hablaba de Dios y de su reinado, de la vida verdadera, de la vida que consigue su sentido cuando se cumple con lo que el Padre espera de nosotros.

La pregunta de la prueba es: ¿Qué hacer para ganar vida eterna, vida verdadera? Sabemos que la pregunta es mal intencionada, y no sorprende que Jesús reaccione ante ella, revirando con otra pregunta cargada de intención: ¿Qué dice la Ley? Amar, a Dios y al prójimo, responde el experto en la Ley. Muy bien, responde Jesús. La prueba continúa, los demás asistentes guardan silencio. Hay expectación, saben que al tono y las palabras de Jesús sigue una respuesta, la obviedad en las palabras de Jesús lo ridiculizarían, pues ¿qué sentido tiene preguntar por lo que ya se sabe? El experto en la Ley toca el punto que duele: ¿Quién es el prójimo? La pregunta es discriminatoria y excluyente, por sí misma es ofensiva. ¿O es que no somos iguales todos? ¿Es acaso que no compartimos la misma dignidad de hijos muy amados del Padre?

La pregunta desvela todo su sentido cuando la traducimos. Es como si preguntáramos: ¿A quién debo amar y a quién puedo no amar? ¿Quién merece vivir y quién no? ¿Quién es digno de ser comprendido y apoyado, y quién no? Y lo peor, ¡en nombre de Dios!, porque no hay que perder de vista que el hilo conductor es la pregunta por lo que dice la Ley de Dios para ganar la vida eterna. ¡Como si Dios no nos amara igual a todos, y no quisiera para todos el mismo proyecto de vida y felicidad: su Reino!

Jesús lleva más lejos su respuesta. Contó una historia. Un hombre asaltado y golpeado yace a la orilla del camino. Un sacerdote y un levita, ministro de culto, pasan junto a él, lo ven, pero no hacen nada. Si estuviera muerto, su contacto les contagiaría impureza y les impediría ofrecer culto al Señor en el Templo de Jerusalén. Luego pasa un samaritano, hay que recordar el mutuo rencor entre judíos y samaritanos. Al samaritano no le importa ir al Templo, le importa el herido y se hace cargo de él. Y esto es fuerte.

Es cierto, es difícil amar a todos. Hay que comenzar por alguien, y Jesús da la pauta: comenzar por la humanidad herida y hacerse cargo de ella, compartir el dolor y poner los medios al alcance para curar las heridas y restaurar la vida lastimada. Cualquier otro criterio, comenzando por el de la impureza, puede ser defendido desde muchos ángulos, pero no será el criterio del Señor y del Evangelio. La humanidad tiene experiencias dolorosas cuando se usan otros criterios: amar a los de la propia raza o país, amar a los de la propia clase social o nivel cultural, amar sólo a los buenos, amar sólo a los bonitos, amar sólo a los que me aman, amar sólo a... El resultado son fanatismos, obsesiones, persecuciones, discriminaciones... muerte, ¡lo contrario de lo que se quería ganar!

Haz lo mismo, le dijo Jesús al experto en la Ley. Deja de preguntar quién es tu prójimo, deja de justificar tu amor selectivo, y pon tu corazón en el dolor de la humanidad herida y hazte cargo de ella. Nuestro país está herido por la injusticia, el narco, los huracanes, la mentira, la fuga de fuerza y de inteligencia a otros puntos del planeta, y quizá pasamos de largo y nos abandonamos a nosotros mismos a la muerte por nuestra falta de solidaridad fraterna. Pero eso sí, sabiendo de memoria los 10 mandamientos junto a las decenas de preguntas de catecismo que algún día nos hicieron creer que en eso consistía nuestra fe, en un conocimiento, y no en la vida entregada por la humanidad herida, siguiendo los pasos y la invitación de Jesús, el Buen Samaritano de Dios. Eso hay que aprender muy bien en este Año de la Fe

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