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Y, ¿quién digo que soy yo?

Lucas 9,18-24

La escena tiene como centro la pregunta por la identidad de Jesús. A diferencia de la manera en que Marcos y Mateo nos la cuentan, en cuyas narraciones Jesús lanza la pregunta mientras va de camino con sus discípulos, en Lucas Jesús lanza la pregunta mientras estaba orando a solas y sus discípulos se le acercaron. El evangelio no comenzó con esta escena. La pregunta de Jesús a sus discípulos acerca de su identidad quiere ver si ellos, y nosotros como lectores del evangelio y también seguidores suyos, hemos comprendido cuanto hemos visto a lo largo de la narración. De hecho, el primero que se preguntó por la identidad de Jesús fue el rey Herodes, y no parece que haya comprendido. La deliberada relación que hace Lucas de la oración con la pregunta por la identidad de Jesús, me lleva a pensar que la pregunta también tiene la intención de saber si se ha comprendido la identidad del Padre que Jesús nos ha revelado.

Me imagino que Lucas quiere dejar claro, en primer lugar, que la cuestión de la propia identidad es un asunto que depende más de la relación con Dios que de la opinión de los demás. Nosotros sabemos por todo lo que hemos visto a lo largo del evangelio, quién es Jesús. Sabemos que es hijo de Dios, concebido en María por obra del Espíritu Santo, el Mesías, Luz de las naciones y gloria de Israel. Pero quizá la voz más autorizada para decirnos quién es Jesús es sin duda alguna el Padre, y en el bautismo, el Padre dijo con toda claridad que Jesús es su hijo y además que es un un hijo muy amado en quien se complace. 

Un día Mafalda interpeló a Felipito con un libro en la mano: "¿Qué te parece esta frase, Felipe? 'Conócete a ti mismo'". Respondió Felipe: "¡Me parece excelente! ¡Es más: de hoy en adelante comenzaré a ponerla en práctica!, ¡Sí señor! ¡No voy a parar hasta llegar a conocerme a mí mismo y saber cómo soy yo realmente!! Pero luego reaccionó anguastiado: "¡Dios mío!..., ¿y si no me gusto?" Como en el caso de Jesús, la pregunta por nuestra propia identidad pasa por el Padre. Dios Padre es nuestro punto de partida y ha de ser nuestra primera referencia. Desde su amor hay que entendernos. Nacimos de él, de sus sueños, de su corazón, de su vida.

Si nuestra imagen de Dios Padre, bueno y amoroso, coincide con la imagen del Padre revelada por Jesús, no tendremos mayores problemas de identidad, por encima de todo seremos hijos, y a pesar de todo y contra toda desesperanza, siempre seremos incondicionalmente amados por Él, siempre seremos el leproso curado; la suegra que tiene como futuro la vida y no la muerte; el pecador invitado a su mesa servida con banquete de fiesta; el endemoniado exorcizado que vuelve del cementerio a la comunidad; la hemorroísa curada; la hija de Jairo arrebatada a la muerte; la viuda que recibe nuevamente vivo al hijo que se le había muerto; seremos siempre la monedita buscada afanosamente; la oveja llevada a hombros del buen pastor; el hijo que es recibido a besos en su regreso a casa. Por algo en Lucas, la respuesta de Pedro a Jesús tiene dos elementos: eres el Mesías de Dios; eres el Mesías, y eres de Dios.

En la segunda parte de la escena, y como inevitable consecuencia de su identidad, Jesús anuncia su destino de muerte y resurrección. Y junto al anuncio, la doble condición para seguirlo: renunciar a uno mismo y tomar la cruz de cada día. No puede haber contradicción en el evangelio; no es que un día soy hijo amado y al día siguiente tengo que renunciar a mi identidad, que precisamente la de hijo amado. Y no puedo renunciar a esta identidad por la sencilla razón de que Dios es Amor y es siempre fiel; su identidad no cambia y su amor por mí tampoco. Entiendo que la renuncia a uno mismo no tiene que ver con la negación del yo, sino con su corrupción por el narcisismo. Si mi identidad está centrada en el Padre, está centrada en otro; mi identidad está en la relación, soy hijo amado del Padre, pero también soy el hijo de mis padres, soy hermano y soy amigo; siempre hay otro que me devuelve parte de mi identidad, cuando aprendo a relacionarme con ellos. El narcisista vive de sí mismo, renuncia a sus relaciones con los demás, y la eterna soledad lo envuelve con el vaho de la muerte. Por eso entiendo que quien de verdad se abre a Dios y a su amor; quien se sabe hijo amado, está capacitado para vivir el amor en fraternidad. Y eso, creo yo, es lo que significa renunciar a uno mismo.

Tomar la cruz es algo que hay que entender de manera simbólica. La narración de Lucas dice que hay que tomar la cruz cada día, y es imposible que todos los días, literalmente, nos crucifiquen. Es decir, la cruz no tiene que ver con el sufrimiento; toda vez que el evangelio hable de cruz, hay que entenderla desde la cruz de Jesús; y la cruz de Jesús es la expresión del amor extremo, del amor que lo soporta y lo vence todo, porque se trata del mismo amor del Padre, que es el Espíritu Santo, el amor que nos da identidad. Tomar la cruz diariamente significa escribir la vida con el mismo amor de Jesús en la cruz. Tomar la cruz de cada día significa dar la vida, poco a poco, con gusto, a los que el cada día me regalan algo de mi propia identidad, a los que el Padre, a través de la vida, me regala como hermanos, aunque no siempre no los comprenda, aunque veces duela. Porque a veces amar duele, pero siempre el amor da vida.



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