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Otra vez la fe

Marcos 6,1-6

La vi y cuando reaccioné ya era tarde. Me habría gustado tomarle una foto, y yo tan inútil y lento con la cámara en la mano. Estaba sentada en la puerta lateral de la casa misión de San Antonio Eloxochitlán, que atienden mis Hermanas Josefinas. Según me dicen, en sus dos kilómetros cuadrados, es el único valle de la Prelatura de Huautla, en el corazón de la sierra mazateca; estaba sentada de lado, recargándose en el quicio de la puerta, vestido azul, rebozo negro caído sobre las piernas y la espalda, los pies descalzos; alguien la llamó, giró el rostro y miró hacia arriba, y sonrió grandemente, con sus labios y sus encías desdentadas. La mirada se le iluminó y sus quizá cincuenta años se condensaron en la alegría sincera y feliz de unos segundos.

Ella y yo estábamos ahí como todos los demás, reunidos en el 5º Encuentro de la familia Josefina. Yo leo la escena del evangelio de Marcos en este día y pienso en ella. La escena se sigue a la larga secuencia narrativa del domingo pasado. Yo me estremecía el domingo pasado proclamando el evangelio entre mis amigos de Poetas, ante mi ahijado y sus papás y sus padrinos, aunque yo soy el padrino. Me estremecía la fuerza de la fe de una mujer anciana que se resiste a perder la vida sin recuperar el gozo de vivir; ante la fe un hombre llamado Jairo, jefe de la sinagoga, que se humilló ante Jesús y le mostró su confianza para curar a su hija. En la secuencia, el punto en común es la fe.

Tuvieron fe en Jesús, es cierto. Pero los que se pusieron en movimiento fueron ellos, los que se aferraron a la vida fueron ellos, los que lucharon fueron ellos, los que resistieron ante el dolor y la vergüenza fueron ellos, los que buscaron a Jesús fueron ellos. Lo buscaron, y encontraron vida. Vida restaurada, vida nueva, vida que calló las risas de los que se burlaron de Jesús. La escena de este domingo es la continuación de esas curaciones. Jesús va a su tierra; su gente, sus parientes y sus vecinos lo escuchan y se sorprenden de su sabiduría, pero no confían en él, y se sorprenden más de que un cualquiera nacido entre ellos, uno de ellos, uno como ellos, pudiera hablar así y realizar semejantes prodigios. Y Jesús se sorprendía enormemente por la falta de fe de su gente.

Ellos, sus parientes y sus vecinos, no confiaban en él porque no confiaban en ellos mismos. A diferencia de la hemorroísa y de Jairo, ellos no hicieron nada por buscar a Jesús y encontrar vida en él. Es verdad, Jesús es verdadero Dios, pero también es verdadero hombre, ¡en todo uno de nosotros! Confiar en Jesús es confiar primeramente en uno mismo; creer que poseemos la dignidad de hijos de Dios; creer que el primer paso para cambiar el rumbo de la historia está en mis pies y en mi camino; creer que la alegría verdadera y la felicidad más genuina está en mi propia sonrisa, que las más de las veces los grandes obstáculos los pongo yo mismo: el miedo, la vergüenza, la cobardía, la desesperanza. En esta vida nada es fácil, pero hacer lo fácil no tiene ningún mérito. La verdadera fe nos tiene que llevar a lo extraordinario. Y una sonrisa en medio del hambre y la pobreza es un milagro extraordinario. Caminar de una comunidad a otra en medio de la lluvia para fecundar el corazón con la Palabra de Dios es un milagro extraordinario.

Hace una semana bauticé a mi ahijado. Conscientemente me desmedí en el agua que derramé sobre su cabeza, pero es que creo que el bautizo derrama la abundancia de la vida y de la gracia de Dios. Creo que Dios derrama su amor y su complacencia en él como en cada bautizado, y que su amor lo tiene que impulsar adelante, aun en medio del desierto, frío y árido a la vez, de todo lo que en esta historia no es del Reino de Dios. Y espero que mi ahijado y sus papás también lo crean. Espero que crea en él mismo y, creyendo en él, crea en Dios y confíe en él, y encuentre la plenitud de su vida. Espero que sepa reír y mirar como la mujer de Eloxochitlán, espero que crea que lo más extraordinario de su vida está en lo más cotidiano, en sus propias experiencias, en su propia gente, en la gente de nuestro pueblo, que es un bellísimo collage de colores, sabores y lenguas. Espero que se estremezca ante una sonrisa sincera y espontánea, que disfrute del encuentro con los suyos, y que en el abrazo con cada uno de ellos se sienta acogido por el Dios de la Vida, en quien creemos y confiamos.

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