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Sal de la tierra, luz del mundo

Mateo 5,13-16

Se la trata de la inmediata continuación del Sermón del Monte, iniciado con las bienaventuranzas. En esta ocasión, las palabras de Jesús emplean dos imágenes claras y sencillas por sí mismas: la sal y la luz. Lo interesante es la ocasión y los destinatarios de las mismas. No se puede perder de vista que Jesús ha hablado después de fijar su mirada en la humanidad doliente, que lo ha buscado para encontrar alivio a su pobreza y a sus heridas. Y que ha hablado para dar una enseñanza a sus discípulos, misma que ha comenzado con las bienaventuranzas.

Continuando con ella, Jesús pide a sus discípulos ser sal de la tierra. Y aquí la tierra, entonces, es el escenario donde diariamente se juegan la vida todos aquellos a quienes Jesús ha llamado bienaventurados: los pobres y los que se solidarizan con ellos. Para el público judío de Mateo, la imagen de la sal no viene asociada sólo a la función clásica de dar sabor a los alimentos; está también la de evitar su corrupción, la carne se salaba para que no se echara a perder. Pero sobre todo, hay una tercera función atestiguada en las Escrituras Hebreas: la sal como signo de la Alianza (Levítico 2,13 y Números 18,19).

Ahora bien, la Alianza entre Dios y su Pueblo tiene su expresión ética en los Diez Mandamientos, cuya finalidad última es la de ayudar al Pueblo a vivir en fraternidad. Es decir, el compromiso del Pueblo con su Dios fue la de constituirse como sociedad de hermanos. Si esto es así, el discípulo de Jesús es sal de la tierra cuando ayuda a la humanidad a recordar y vivir la Alianza con Dios, cuando ayuda a vivir en fraternidad; y sólo se enseña a ser hermano cuando se es verdaderamente hermano.

El texto previo de las bienaventuranzas nos muestra que la pobreza, la injusticia y la indiferencia o falta de solidaridad son los grandes desafíos a la fraternidad, porque son ellas las que disminuyen o matan la vida de los hijos de Dios. Ser sal de la tierra significa asumir el desafío de la Alianza, hasta lograr el ideal de un pueblo de hermanos, sin empobrecidos, sin injusticias, sin indiferencias.

Jesús usa también la imagen de la luz. Ya antes en el evangelio, al término de los cuarenta días que vivió en el desierto, el narrador nos ha presentado la misión de Jesús y su establecimiento en Nazaret usando una cita del profeta Isaías: "Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz; a los que habitan en una región de sombra de muerte una luz les brilló" (Isaías 8,23; Mateo 4,12-16).

De esta cita quedan clara dos cosas: una, que Jesús se ha establecido en una región de marginados; y dos, que las regiones marginados son regiones de muerte. La experiencia cotidiana nos corrobora que, en efecto, como sociedad marginamos a grupos de personas, que prácticamente son muertos en vida: preferiríamos que no existieran, discutimos si tienen derecho a tener derechos, nos referimos a ellos como si no fueran personas, hacemos chistes que los ridiculizan. Ser luz del mundo significa, en este contexto, mostrarlos al mundo, echar luz sobre ellos para que el mundo sepa que existen y que también son hijos de Dios, que su condición de marginados no significa que valgan menos; que viven en las orillas porque la sociedad los ha expulsado de su seno.

Fraternidad e inclusión: dos dimensiones de un mismo desafío, la Alianza, el gran proyecto de Dios, que es de vida plena para todos sus hijos. Porque si no nos reconocemos hijos del mismo Padre, ni vivimos como hermanos, ¿cómo podríamos, entonces, darle gloria a Dios?

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