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La puerta angosta

Lucas 22,30-35

Hoy, como en los tiempos de Jesús, la gente siente miedo y curiosidad; uno le preguntó a Jesús: “¿Son pocos los que se salvan?” A muchos de nosotros también puede inquietarnos la pregunta por la salvación eterna, por la vida después de la muerte, y por el tipo de vida que será. Queremos la inmortalidad, y la queremos como la plenitud y la realización de nuestros más nobles y legítimos intereses. Pero antes que la pregunta por la salvación eterna, hay en esta vida otras preguntas que también nos inquietan: Cuando el dinero no nos alcanza, mientras que otros comen y beben a placer y se van de vacaciones y regresan a la seguridad de una casa propia, uno se pregunta: ¿son pocos los que tienen buena suerte? ¿Son pocos los que tienen derecho al bienestar? ¿Son pocos los que tienen acceso a la justicia?

Jesús no responde con un “sí” o un “no” y, sin embargo, su respuesta es más contundente aún: “¡Esfuércense por entrar por la puerta estrecha!” Creo que la clave de lectura para entender la respuesta de Jesús está en la indicación narrativa con que inicia la escena, y con su desarrollo tras este diálogo. Jesús va de camino a Jerusalén, y el lector del evangelio sabe que en Jerusalén a Jesús le espera el conflicto y la muerte, pero también sabe, porque Jesús lo ha anticipado, que Jerusalén será el lugar de su triunfo, de su resurrección y ascensión al cielo. Por eso, hacia el final de la narración, Jesús recibe la alerta de que Herodes lo busca para matarlo, y Jesús se lamenta por Jerusalén, que mata a los profetas.

Pues bien, cuando sabemos que Jesús se dirige a Jerusalén y en ese viaje pide esfuerzo para entrar por la puerta estrecha, el texto me sugiere la siguiente interpretación. A la pregunta de si son pocos los que se salvan, como son pocos los que tienen buena suerte o son pocos los que reciben justicia, la respuesta de Jesús invita a no sentarse a esperar salvación, buena suerte o justicia; la invitación es al esfuerzo por construir salvación, buena suerte o justicia. No esperes, esfuérzate; hay que construir un nuevo tejido social que no dé lugar al hambre, a la violencia o la injusticia. Sé que es difícil, ¡pero hay que hacer el esfuerzo! No podemos permitirnos el fatalismo, la resignación y mucho menos la superstición. A mi correo todos los días llegan mensajes que invitan a reenviarlos para conjurar una maldición o atraerse una fortuna; generalmente detrás de ellos hay un fraude o una mentira, pero su reenvío, refleja no sólo necesidad y desesperación, sino las pocas ganas de un gran esfuerzo.

Jesús no es un idealista; la gente le pregunta por la salvación, y él va de camino a Jerusalén construyendo salvación; pareciera decirnos: ¿Por qué el miedo? Vean, voy al conflicto y la muerte, pero mi confianza en el Padre es mayor que eso; mi apuesta por el Reino es mayor que el miedo, y vale la pena hacer el esfuerzo; ¡ni siquiera vacila en disimular su falta de miedo antes Herodes! Mejor es morir dando la lucha, que esperar a que la muerte nos encuentre sentados y frustrados. Asumir retos es sano; darse por vencido antes de sudar es mediocre. Me recuerda la letra de una canción de Diego Torres: “Saber que se puede, querer que se pueda”. Pero aquí se impone la necesidad de una aclaración: este esfuerzo no se da para vencer al otro. Jesús no va solo, ni camina a Jerusalén para salvarse a sí mismo; el suyo es un esfuerzo que no sirve si no es solidario. Aquí está el toque cristiano y evangélico del esfuerzo: se construye salvación cuando se construye comunidad, y viceversa. Y recordar que lo importante no es que la puerta sea angosta, sino que esté abierta.

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