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La elevación de los humillados

Lc 14,1-14

Fue un sábado en casa de un fariseo, y un fariseo importante. Un fariseo importante sólo se relacionaba con gente importante. Seguramente Jesús lo era para él, y lo invitó a comer; y ahí, en casa de este fariseo, se presentó un hombre hidrópico, su enfermedad lo tenía en condición de marginado, de despreciado; su enfermedad era vista como un castigo por impureza. Jesús lanzó una pregunta retadora, ¿se podía curar a un humano en sábado? La letra de la ley decía que no; pero Jesús lo sanó. El corazón de Dios había dicho sí. Entonces los fariseos, que habían invitado a Jesús a socializar en su grupo, lo vieron con recelo y con sospecha, incluso con franco menosprecio, no podía ser de otra manera, ¡había quebrantado el texto de la ley!

Poco a poco comenzaron todos a buscar un lugar para el banquete; entre más cerca del anfitrión, mejor. Jesús observó cómo los invitados se disputaban los "mejores" lugares; seguro que él se fue al último lugar. En voz alta lanzó un consejo nuevamente provocador: no te sientes nunca en el lugar de honor, no sea que te corran y con vergüenza dejes tu lugar a otro; mejor ocupar el último lugar y que el anfitrión te distinga yendo por ti para llevarte a su lado.

Sin la escena previa, la de la curación del hidrópico, la escena de Jesús y el lugar buscado por los invitados sería una muestra de sabiduría humana, una invitación quizá más a la prudencia que a la humildad, desde mi punto de vista, pues el disimulo del orgullo no necesariamente es humildad. Sin embargo, la escena de la curación en sábado en casa de un fariseo importante me sugiere otra lectura.

Mi opinión es que las palabras de Jesús describen verbalmente lo que simbólicamente ha mostrado ya su acción curativa: que un grupo de personas, los fariseos, al amparo del poder que da el conocimiento, pretendieron ocupar los primeros lugares delante de Dios, y marginaron y despreciaron según su propio arbitrio. Ellos dispusieron de los lugares en el banquete que es la vida diaria, pero en Jesús el anfitrión vino hasta el lugar de los últimos, el lugar del hombre hidrópico, y los llevó junto a sí. La enseñanza sobre los últimos lugares fue un fino reproche de Jesús para los fariseos. La exhortación para dar banquetes a los que no pueden corresponder así lo confirma: a Dios le da gusto que sus hijos coman, y se duele por sus hijos que no tienen que comer, por eso los busca, lejos de marginarlos.

Mi esperanza, la esperanza de la Iglesia, creo sinceramente, es que un día, pronto, en la mesa de la creación, los muchos despreciados y excluidos de la historia, se sienten en el lugar de los hijos, que es el que les corresponde; que los últimos de la historia, los "mugrosos", los "indios", los "nadie", sean levantados por el Dios de la Vida de la humillación en que viven postrados por el hambre, la pobreza, la ignorancia, la violencia, el dolor, la injusticia, y sean los primeros en sentarse a la mesa y disfrutar del banquete. Amén.

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