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La viuda de Naím

Lc 7,11-17

Quiso el calendario escolar que la semana pasada fueran vacaciones luego del fin del ciclo académico. Regresé a Guadalajara ayer sábado por la noche. Regresé contento por muchos motivos de un viaje a un lugar que no conocía y que quería conocer por motivos que van más allá de la mera curiosidad, y me habría gustado haber hecho ese viaje con mi mamá, ahora o hace algunos años. Pero la caravana de la muerte no lo permitió. El caso que venía yo muy contento; y en más de una ocasión la mirada triste de algún vendedor ambulante a lo largo de las carreteras me devolvía del azul turquesa del mar, de la arena limpia, de las gaviotas, los pelícanos y sabor de la sal en la boca y de todo el mundo de los recuerdos al mundo de la realidad.

Supongo que algo así debió ocurrirle a Jesús. Un día vendría caminando, no de Vallarta, pero sí muy contento, feliz de sus viajes evangelizadores; traería en su corazón el recuerdo de gratas anécdotas, rostros, sonrisas, ilusiones. Su gozo se vio interrumpido por los gritos y los llantos cada vez más cercanos de una caravana funeraria que venía saliendo de un pueblito llamado Naím. No parece haber tenido tiempo siquiera de preguntarse y preguntar quién ha muerto. De esa caravana le llama la atención que la encabece una mujer sola, que se bebe su llanto, y sabe que, aunque viva, camina por el mundo más muerta que el cadáver que llevan a sus espaldas. Su soledad es inequívoca: no tiene padre, ni marido ni hijos varones. En el mundo machista y patriarcal que le tocó vivir, viuda y sin hijos, no pertenece a nadie, nadie se entenderá de ella, vivirá de los granos que tiren o no recojan en el campo los segadores.

Algo habrá alcanzado a preguntar Jesús y supo que se trataba del sepelio del hijo único de una viuda. Su mirada y su corazón se estremecieron a un mismo tiempo con sus entrañas; no pudo soportar el dolor de aquella mujer, no pudo soportar que una hija de Dios se viera reducida a nada. Se acercó a ella, compartiendo su dolor; "no llores", le pidió. El dolor de aquella mujer encontró eco en su corazón. Sin importarle que la ley de pureza le prohibiera tocar ataúdes, Jesús dejó caer pesada su mano sobre el féretro y paró en seco aquella caravana de muerte, que llevaba el cadáver de un hijo y la vida de una madre viuda.

Mujeres que lloran esperando profunda y verdadera compasión las conocemos todos. Sin más, esta semana se cumplió un año de la caravana de muerte que sucedió en una guardería de Sonora. Un año de mujeres que caminan arrastrando las memorias de sus pequeños y se resisten a perderlas y perderse ellas mismas en la nada porque no cuentan para la sociedad que mide la vida como se cuenta el dinero; un año de negarse a caminar por la vida resignadas a no encontrar compasión y justicia.

La viuda del evangelio es símbolo de la Iglesia y de la sociedad que ve llevar a sus hijos en caravanas de vicios, engaños, humillaciones, desempleo, inseguridad, violaciones, desesperanzas, mediocridades y todo aquello que de una u otra manera los lleva por la vida como cadáveres en ataúd. Esta viuda, que es la Iglesia y es el pueblo, espera que el Señor la vea con mirada compasiva, y que el Cuerpo de Cristo en la historia, en lo pequeño de su alcance, alce su brazo y detenga esta caravana de muerte, levante con su Palabra a sus hijos y los llene de vida nueva, vida de resucitados. Y que en nosotros, los hijos de esta viuda, noresuenen las palabras del Señor Jesús: "A ti te digo: ¡Levántate, renueva el júbilo, la esperanza, el valor, la compasión... y llénate de vida nueva!"

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