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No los dejaré solos. Permanezcan en mi amor

Juan  14,15-21

Perdona que entre sin llamar,
no es esta la hora y menos el lugar.
tenía que contarte que en el cielo no se está tan mal.
Mañana ni te acordarás,
" tan sólo fue un sueño" te repetirás.
y en forma de respuesta pasará una estrella fugaz.
Y cuando me marche estará mi vida en la tierra en paz.
yo sólo quería despedirme, darte un beso y verte una vez más...

Así empieza Historia de un sueño, de La Oreja de Van Gogh. La canción, evidentemente, habla de una persona que, tras fallecer, vuelve en sueños para despedirse de una mujer a quien amaba; no sabemos si es el esposo o el novio o el papá o el abuelo, o a la mamá. Y tampoco importa tanto. Lo que importa es la solicitud de amor más allá de la muerte. Cuando la gente está frente a la muerte, suele abrir el corazón a los suyos, a los más cercanos, y les da a conocer lo que hay dentro de él. Sin duda alguna, en la noche de la Última Cena, Jesús se estaba despidiendo. No es un anciano ni un moribundo, pero ha sido traicionado y sabe que pronto será ejecutado. Los signos de despedida esa noche fueron elocuentes:

  • Los pies lavados, porque Jesús sabe que al caminar uno arrastra polvo, porque somos limitados y nos equivocamos; y a veces conscientemente pecamos. Pero en todo caso, nos asegura que al final del camino estará él, lavando los pies como el siervo que recibe a su Señor.
  • El Pan partido, porque caminar da hambre, y con el hambre se van las fuerzas, y Jesús mismo, por encima de la traición, ha decido entregarse y poner su cuerpo destrozado en la cruz como un trozo de pan en las manos de los que no han de dejar de caminar.
  • El vino derramado, porque al caminar da sed, y a veces, cuando no se ve la meta en el horizonte se pierde la esperanza y con ella la alegría y la sonrisa. Y Jesús no quiere que los suyos pierdan el sentido de su camino. Por eso derramará su sangre, con la generosidad de quien sirve vino en la fiesta. 
Su despedida también incluyó palabras y, por supuesto, las palabras también manifiestan lo que hay en el corazón del Señor y Maestro: el amor del Padre, el Espíritu de Dios. Por ello, Jesús llama a los suyos: "Hijitos míos", no sólo "amigos", y les garantiza que no los dejará huérfanos, ni solos, que les dará al Espíritu. Jesús nos garantiza una nueva presencia: El Espíritu Paráclito, literalmente abogado, pero más bien auxilio, defensa, fuerza, la cierta y cercana solidaridad del amor que se entrega hasta el extremo por el amado. Así, su presencia es para siempre, y en ella radica la razón de nuestra esperanza.

Promete que serás feliz,
te ponías tan guapa al reír.
y así, sólo así,
quiero recordarte.
así, como antes,
así, adelante,
así, vida mía,
mejor será así...

Y así, sólo así,
quiero recordarte.
así, como antes,
así, adelante,
así, vida mía,
ahora te toca a ti,
sólo a ti,
seguir nuestro viaje.
se está haciendo tarde,
tendré que marcharme.
en unos segundos vas a despertar...


Así termina la canción. Siempre en las despedidas expresamos nuestros deseos, lo que esperamos de los demás. Que seas feliz, dice la canción; que estemos alegres, pedirá Jesús, que sigamos caminando, que nos mantengamos en su amor. No es una lección de moral, como quien dice "no robar, no mentir". Es algo mucho más fuerte y profundo. El lunes de esta semana vivimos un hecho trágico en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, con el ataque con intención asesina a un sacerdote de la Arquidiócesis de México, que hoy se debate entre la vida y la muerte. Todo parece que se trata del acto de un loco, más que de un ataque terrorista o de fundamentalismo religioso. Tras este ataque, la Iglesia mexicana se suma a las voces que exigen el fin de las muertes violentas. Sin embargo, todo bautizado está expuesto a vivir situaciones de cruz, por violencia, injusticia, pobreza y un sin fin de razones. El Señor espera que nos mantengamos en su amor, que a pesar del horror y de la muerte, no permitamos que el odio o el rencor destruyan el amor, la misericordia y la esperanza que albergamos en el corazón, y que no es otra cosa sino la presencia del Espíritu en nosotros. Esto es lo que espera Jesús de nosotros. Éste es amor en el que hay que mantenernos, en el escandalosamente cristiano amor al enemigo; en el amor que cura y perdona, en el que abraza y comparte el pan y el vino, el que seca las lágrimas e invita sonreír; en el que hace que a pesar del lodo, del hambre, de la desesperanza, del hartazgo y del inalcanzable horizonte, sigamos caminando. 

Cierto día en la playa, con su traje de baño y sus lentes oscuros, Mafalda observaba al sol y pensaba: "¡Pensar que este sol, este mismo sol, alumbró a Shakespeare!... ¡A Pasteur!... ¡A San Martín!... ¡A Bach!" Y, poniéndose de rodillas, suplicó: "¡contágiame! Ojalá que nosotros, contemplando a Jesús en la cruz, contemplemos el Espíritu de amor al extremo que allí nos fue entregado y no dejemos de suplicarle: ¡habítame!

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