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De lo perdido, ¡lo hallado!

Lucas 15,1-32

Lo mismo que Vicente Leñero reescribió en los años setenta el Evangelio de san Lucas y lo llamó El Evangelio de Lucas Gavilán, quizá si san Lucas hubiera vivido en estos días y por estos lares, habría comenzado el capítulo 15 de esta manera: "Viendo Jesús que la Liga de la Decencia lo criticaba por tomar cerveza en un antro gay" (al menos así lo imagina José Luis Sicre); o tal vez: "Viendo Jesús que Donald Trump y sus amigos republicanos lo criticaban porque participaba en la marcha en contra de la deportación de los mexicanos ilegales en Estados Unidos"; o quizá: "Viendo Jesús que los movimientos de izquierda lo criticaban porque comía animosamente con la mafia en el poder, les dijo: un pastor tenía cien ovejas..., una mujer tenía diez monedas..., un padre tenía dos hijos..." 

La parábola es provocadora. Pero Jesús no la cuenta, al menos de inicio, para suscitar el arrepentimiento de los pecadores, sino la dice a los fariseos y sus escribas para provocar en ellos una nueva manera de ver a Dios. Ellos, como Pablo, que se enorgullecía en el pasado de su ser fariseo, su vida recta, escrupulosa, íntegra e intachable, y se sabía un hombre bueno, con todo, reconoce que no era cristiano. La parábola quiere cambiar nuestra lógica de relacionarnos con Dios. Lo mismo con el padre de Alice Newton. La historia la cuenta Santiago Posteguillo en La noche que Frankenstein leyó el Quijote. Director de una pequeña editorial londinense, el padre de Alice, que entonces tenía ocho años, le llevaba diariamente algo para leer. Un día, sin embargo, no le llevaba nada. Pero Alice quería leer algo nuevo, el papá se acordó de unas cuartillas escritas a máquina que alguna agencia le había llegar y que a él, experto en ediciones para niños, no le habían gustado. Con todo, para salir al paso se las dio a su pequeña, que se las llevó a su cuarto y volvió al cabo de 15 minutos ansiosa por leer la continuación. Así que el padre, al día siguiente, contactó a la escritora, ni siquiera recordaba entonces si era hombre o mujer, firmó contrato, la exhortó a buscar otro trabajo, pues no consideraba que pudiera vivir de escribir libros, y editó mil ejemplares. Quinientos fueron a dar a algunas bibliotecas, y los otros quinientos, ¡se vendieron! La escritora era J. K. Rowling; y el libro, Harry Potter y la piedra filosofal. Con los años, la saga del niño mago ha vendido 400 millones de ejemplares.

Las tres parábolas que Jesús cuenta a los fariseos y escribas invitan a cambiar nuestra lógica de ver a Dios, y a confiar en la lógica de Jesús. Dios no nos ve ni nos trata según una lógica de observancia, obediencia o integridad moral; Dios nos ve con amor. San Pablo lo experimentó en carne propia: Decía que toda su vida de hombre recto, intachable, irreprochable, íntegro y demás palabras elegantes del diccionario, la tenía en estiércol al lado del amor de Cristo Jesús, su Señor. No es la observancia, sino el amor de Jesús lo que nos hace cristianos. Por eso los acentos no están en las culpas. Le decía un día Miguelito a su mamá: "¡Pero mamá, los hijos no podemos ser tan monstruos y bañarnos sin oponer resistencia! ¡Los hijos no podemos ser tan degenerados y comer sin chistar! ¡Los hijos no podemos ser tan desalmados y portarnos bien! ¡¡Sería cerrarles a nuestras propias madres sus fuentes de trabajo!!" Impensable que la moneda o la oveja sean culpables de haberse perdido; ni siquiera el padre espeta a su hijo menor la culpa de haberse ido; simplemente se pone de manifiesto la solicitud con el pastor busca a su oveja, la mujer a su moneda, y las ansias con que el padre espera a su hijo. Hay que deshacernos de la lógica de los "especialistas en Dios", de los escrupulosos y simplemente dejarnos envolver por la experiencia del amor de Dios.

En días pasados solicité unas becas a una fundación alemana que ayuda a la Iglesias latinoamericanas, para nuestros estudiantes de teología. Nos respondieron pidiendo los datos de cuenta bancaria para una transferencia. Comenté esto a mi asistente e, indignada, me respondió: "¡nos van a cobrar una comisión!" "¡No importa!", dije yo, "de lo perdido lo hallado". Pero ella quería todo. Así es Dios. Dios también quiere todo, quiere la salvación de todos. Las parábolas ilustran este amor de Dios: de Jesús, el Pastor, que lleva sobre sus hombres a la oveja que se le había perdido, igual que llevó la cruz; del Espíritu Santo, que es la parte materna y femenina de Dios, la luz que en la oscuridad busca lo perdido; del Padre, que siempre está echando lejos la mirada, anhelando la vuelta del hijo que se le había perdido, anhelando la hora de todos sus hijos estén de vuelta juntos con Él, en la misma casa, reconciliados, celebrando la fraternidad. Las parábolas muestran que de lo perdido, ¡lo hallado!, con la esperanza de que llegará el día en que lo hallado, lo buscado por Dios, lo salvado por Dios, seamos todos, y todos lo celebraremos con júbilo.

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